Revista África

Bangui. La mezquita destruida

Por En Clave De África

(JCR)
Hablaba en mi anterior entrada del ataque que varios extremistas musulmanes lanzaron el pasado 28 de mayo contra una multitud de personas que se habían refugiado en la iglesia de Nuestra Señora de Fátima, en el barrio del Kilómetro Cinco de Bangui, asesinando a 16 personas e hiriendo a más .de 30. Al día siguiente, siguiendo la nefasta lógica del “diente por diente” un grupo de exaltados atacó el barrio de Lakouanga, uno de los pocos de la capital centroafricana donde quedan musulmanes, y destruyó la mezquita.

“Los que hicieron esto no eran gente de nuestro barrio”, me explica Jean Claude, consejero municipal del distrito número dos de Bangui, mientras me muestra las ruinas de la mezquita. “Llegaron de la zona de Boy Rabe y nos preguntaron a los vecinos que les mostráramos las casas de los musulmanes, pero varios de nosotros salimos a la calle y les dijimos que se fueran, que en nuestro barrio nunca hemos tenido problemas de violencia y queremos seguir viviendo en paz”, añade con un aplomo digno de admiración. Finalmente, los jóvenes armados, miembros de las milicias anti-balaka que durante meses han practicado la limpieza étnica contra los musulmanes en Centroáfrica, se contentaron con destruir la mezquita. Antes de marcharse a su feudo de Boy Rabe, cavaron un agujero de bastante profundidad en uno de los rincones de la mezquita mientras gritaban que allí escondían los musulmanes las armas. Se fueron sin encontrar nada.

Bangui cayó en una espiral de violencia ciega a partir del 5 de diciembre de 2013, cuando las milicias anti-balaka atacaron la capital por varios puntos y se desencadenaron matanzas y venganzas de un lado y de otro: soldados de la Seleka y sus aliados musulmanes armados de algunos barrios que recorrieron casas de los cristianos matando a placer para vengarse del ataque, y anti-balakas que destruyeron casas de sus vecinos musulmanes. Hubo algo más de mil muertos en apenas dos días. En muchos casos, esta violencia fue el pretexto para que muchos golfos de los barrios se aprovecharan para robar todo lo que pudieron en las tiendas y casas de los musulmanes, muchos de los cuales se han dedicado al comercio en la República Centroafricana. Se calcula que de los aproximadamente 100.000 musulmanes que había en Bangui el año pasado, es posible que ahora mismo no queden más de 5.000. Algunos de ellos se han hecho fuertes en su bastión del Kilómetro Cinco, donde habitaban numerosos chadianos, y de allí salió el grupo de extremistas que realizó la matanza de la parroquia de Fátima. El otro barrio donde había un grupo nutrido es el de Lakouanga. En su mayoría se trata de inmigrantes de Senegal y Malí, nada extremistas, que siempre se han llevado bien con sus vecinos.

Uno de ellos, Mamadou, nacido en Bangui de padres senegaleses, me recibe en su tienda enfrente de la mezquita de Lakouanga. Le conocí en diciembre del año pasado, cuando la parroquia de los Mártires de Uganda, en el barrio, me invitó a facilitar unas jornadas sobre la paz y la reconciliación. Me impresionó la determinación de los líderes del barrio, que corriendo muchos riesgos impidieron durante meses que en su sector hubiera ataques contra sus vecinos musulmanes. Si personas como Mamadou siguen con sus tiendas intactas sin que las hayan destruido ni saqueado, se debe en buena parte al trabajo de líderes como Jean Claude o los sacerdotes de la parroquia que llegaron a ir casa por casa para sensibilizar a los vecinos e impedir ataques de bandas de anti-balaka. Mamadou envió a su mujer y sus dos hijos a Camerún y hoy aguarda con cautela que la situación se estabilice algo más antes de decirlos que regresen.

Pregunté por el imam de la mezquita, Payama, con quien compartí muchos buenos momentos, entre ellos la fiesta de la Epifanía que presidió el arzobispo Dieudonné Nzapalainga y a la que invitó a varios líderes musulmanes. “Una mezquita es un lugar sagrado que nadie tiene derecho a profanar”, dijo el arzobispo en aquella ocasión durante la misa. Me dijeron que Payama ha huido a Chad y que de vez en cuando tienen noticias de él. La última vez que le ví, en febrero, me dijo que ya no podía soportar más la tensión de ver cómo cada pocos días los anti-balaka venían a su casa para amenazar a él, a su mujer y a sus hijos. Ojalá que la próxima vez que vuelva a Bangui pueda verle de nuevo, reconstruyendo su mezquita, y saliendo a la calle sin miedo.


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