Revista Cómics
Ya habrán visto el vídeo: en la prestigiosa casa de subastas Sotheby’s una obra de Banksy (“niña con globo”) alcanzó en la puja 1.400.000 dólares, pero en cuanto el subastador declamó el formulario “going, going, gone” (“se va, se va, se fue”, equivalente al mucho más anodino “a la una, a las dos, a las tres, adjudicado” que se usa en español) la pintura, en efecto, se fue: un destructor de documentos oculto en el marco la convirtió en confeti, ante el pasmo, la diversión y los teléfonos móviles inevitablemente enhiestos de la concurrencia. Otra provocación de Banksy, el artista gamberro, comentarán al día siguiente los medios, alborozados por poder publicar un titular (y un vídeo) tan clickbait.
En realidad, la acción es mucho menos provocativa de lo que parece. Banksy suele pintar mediante estarcidos, lo que le permite hacer tantas copias de una misma obra como le venga en gana. Girl With a Balloon, un grafiti que apareció originalmente en una pared de Londres, es un estarcido, y lo que se subastaba en Sotheby’s no era más que una copia en papel hecha, se supone, por su mano. Así que su destrucción tiene poca importancia real: la obra en sí no sufrió daños, y se autodestruyó antes que el que pujaba pagara por ella, con lo que nadie ha salido perjudicado. Ni siquiera la casa de subastas, que seguro que aquel día hizo caja más que suficiente con el resto de los lotes. En el supuesto, claro está, de que el comprador no se haya quedado en efecto con el confeti de lámina estarcida y el marco con destructora de documentos oculta, pues la acción (el happening, en lenguaje del mundo del arte), y más si se ha grabado en vídeo, como es el caso, ha hecho aumentar el valor de la obra. Ahora mismo, el poseedor del confeti y el marco trucado podría sacar más de dos millones por su venta; así que la acción supuestamente provocativa del autor para lo que realmente ha servido es para revalorizar la obra. El mercado del arte es así, señora. Hoy en día la función de ese mercado es proporcionar un valor arbitrario, falso y absurdamente elevado a cachivaches que, incluso cuando tienen algún valor artístico real, no lo merecen. O no tanto. La motivación del vendedor es la de siempre, la pasta gansa, y la del comprador puede ser, o bien la demostración de estatus (yo puedo permitirme comprar esta puta mierda por una millonada y tú no; y aun en el poco probable caso de que sí puedas permitírtelo, no la tendrás, porque es pieza única y ya es mía) o bien la inversión (sí, es una puta mierda, pero con tenerla guardada en una caja en un almacén ya cumple, y de aquí poco habrá multiplicado su valor de mercado; más si se muere el autor). Desde hace ya muchas décadas, desde la famosafuente de Duchamp, algunos artistas (hoy en día, casi todos) han intentado, sin ningún éxito, jugar a la provocación contra la mercantilización del arte. El mercado,lejos de sentirse cuestionado, ha absorbido puntualmente todas y cada una de esas provocaciones, les ha puesto una etiquetita con un precio exorbitante y se las ha vendido a algún palurdo multimillonario que se ha ido a casa tan contento con su adefesio. Y, probablemente, si finalmente se ha desprendido de él, habrá conseguido un beneficio igualmente exorbitante. Le pasó al urinario-fuente de Duchamp, a las latas de mierda de artista de Manzoni, al Cristo sumergido en orines de Serrano, a la cama deshecha de Tracey Emin, al cadáver de vaca en formol de Hirst, a elvaso de agua de Prieto y, ahora, al estarcido autodestruido de Banksy. En realidad, tanto este como otros artistas del grafiti ya habían conseguido culminar con éxito la única provocación posible contra el mercado del arte, cuando decidieron exponer sus obras en la calle, fuera del alcance de los exclusivos circuitos del mercado y al alcance, inmediato y gratuito, del gran público. O quizá no, porque ha pasado más de una vez que un grafiti callejero ha sido extraído del muro a golpe de piqueta y vendido en una galería a un precio exorbitante, para que sólo el palurdo multimillonario que la compró y sus amiguetes puedan ver, a partir de entonces, lo que antes veía cualquiera que pasara por la calle. No, bien mirado, el mercado del arte es invencible. Y toda provocación contra él es imposible.