El puente del Río Toa ya es historia. Sólo los más viejos evocan el día que tras el Flora lo cruzó Fidel subido en una patana. Los tiempos son otros. Raúl castro se ha paseado entre la miseria montando carros de lujo. Los pobres no saben de marcas. Las aguas del Toa siguen su curso y lo más peligroso es que la gente termine acostumbrándose a tener más miseria.
El puente derribado por la furia de Matthew es lo mismo que decir 800 metros cúbicos de hormigón fraguado, unas 80 toneladas de acero, 75 de cables de alto límite elástico, un total de 23 mil 957 toneladas de peso, según fuentes oficiales de la isla, todas, absolutamente todas ahogadas por el paso de las aguas.
Pero el dolor de este puente sólo es superado por el que sienten los pobladores de ambas márgenes del Río. Sobre todo los del lado oeste que han quedado más separados del desarrollo. Están en un extremo en el que se siente desolación, aunque les digan y les repitan que ni estuvieron ni estarán solos. La gente ya no cree en esas muelas triunfalistas.
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