Revista Historia

Barbastro 1064, el desconocido origen de las Cruzadas

Por Ireneu @ireneuc

Con el conflicto de verver Siria a las puertas de Europa ( ¿Qué está pasando en Siria? Síntesis de un conflicto armado) y los problemas de atentados que se derivan de la amenaza terrorista del Daesh, las antiguas luchas entre cristianos y musulmanes que han azotado las orillas del Mediterráneo durante siglos están desgraciadamente en primera línea informativa. De esta forma, palabras como Yihad (Guerra Santa en árabe) y Cruzadas, a pesar de que el grueso del conflicto armado es entre los propios musulmanes, ha vuelto a sentirse en boca de las facciones más extremistas y fanáticas. Los unos por acabar con la amenaza de los radicales de Estado Islámico y los otros por acabar con las potencias occidentales que se interponen en su utópico objetivo de unificar -quieran o no- los países musulmanes bajo un único califato, las Cruzadas cristianas de la Edad Media tienen, a día de hoy, un fuerte protagonismo mediático. Con todo, cuando sentimos hablar de las Cruzadas, la primera imagen que se nos viene a la mente es de Tierra Santa ( El Krak de los Caballeros, el espíritu de los cruzados en Siria) aunque lo que mucha gente no sabe es que el "capítulo cero" de este culebrón militar medieval, no se llevó a cabo en Oriente Medio como pudiéramos pensar, sino bastante más cerca: en la villa oscense de Barbastro.

A mediados del siglo XI, el pulso de poder entre el Imperio Bizantino y los turcos lo estaban ganando los turcos por goleada. Ello hizo que la cristiandad -que estaba en pleno proceso de ruptura entre ortodoxos y católicos- se pusiera en pie de guerra por el hecho de haber perdido el control de Tierra Santa y, a la vez, por haber puesto contra las cuerdas el poder imperial de la cristiana Bizancio. Por otra parte, los turcos selyúcidas, en su afán de expansión, eran una seria amenaza para los cristianos y se tenía que hacer algo.

Unos miles de kilómetros más allá, en la otra orilla del Mediterráneo, las cosas estaban bastante más calmadas, con unos cristianos que, sin demasiada prisa, estaban más pendientes de los juegos de poder internos de los diferentes reinos peninsulares (ya fueran cristianos o musulmanes, ver Sancho II de Castilla, el rey que murió cagando) que por el hecho de reconquistar terrenos para los seguidores de la cruz. No obstante, un papa recién aupado al papado (ahora vas y lo repites con un mantecado en la boca), el milanés Alejandro II, necesitado de un golpe de efecto con el cual aposentar su poder papal ante la cristiandad (su elección como papa había sido polémica), vio cómo las reclamaciones de los monjes de la Abadía de Cluny para que hiciera frente a la amenaza musulmana en la península Ibérica, le venían como anillo al dedo.

Así las cosas, en 1063, Alejandro II hizo un llamamiento a la Guerra Santa (una Cruzada, vamos) para recuperar para la cristiandad la estratégica ciudad de Barbastro -por entonces bajo el dominio de la taifa de Larida (Lérida)- con el premio de la redención de todos sus pecados para aquellos soldados que se presentasen para acabar con los infieles. El llamamiento surtió efecto y se organizó una expedición con ejércitos francos, del papado, aragoneses y catalanes para reconquistar Barbastro. No obstante... ¿porqué Barbastro?

Inmersos en las peculiares relaciones que había entre los reinos cristianos y los reinos musulmanes de la península -en que unos a otros se pagaban importantes sumas de dinero (las conocidas como parias) con tal de asegurar el no ataque o bien la defensa en caso de ataque de un tercero-, que el rey Sancho Ramírez (también llamado Sancho I de Aragón), cuando supo que el reino taifa de Larida se había peleado con el reino de Castilla y había dejado de pagarle las parias, vio que la ocasión la pintaban calva para arrebatar la ciudad oscense a los moros. Ello significaba que, en caso de un ataque de reconquista, las fuerzas sarracenas no tendrían el apoyo de las castellanas, la cual cosa facilitaría en grado sumo el éxito de la Cruzada. Y es que así estaban las cosas en Spania: cristianos atacando cristianos para defender un reino moro o viceversa.... ¡gloriosa Reconquista!

Sea como fuere, los diversos ejércitos convocados a la Cruzada (a saber: aquitanos y normandos comandados por Guillermo VIII de Aquitania, catalanes del Condado de Barcelona y Urgell comandados por Arnau Mir de Tost, aragoneses comandados por Sancho Ramirez y las fuerzas italo-normandas del Papa, comandadas por Guillermo de Montreuil) se dirigieron hacia el punto de reunión en las inmediaciones de Graus (Huesca), a 30 km al noreste de Barbastro, desde donde salieron dispuestas a conquistar su objetivo.

Los Cruzados, tras tomar el arrabal de Barbastro, se encontraron con que sus habitantes se habían refugiado en el interior de sus murallas, por lo que procedieron a inutilizar el acueducto subterráneo que les proporcionaba agua y, como era el uso en aquellos entonces, sitiaron la población.

Barbastro, sin recibir refuerzos de Larida, solo pudo aguantar el asedio durante 40 días antes de rendirse momento en el cual, entraron en tropel las fuerzas cristianas sobre todo las aquitanas (a la postre las más numerosas) saqueando inmisericordes y con una violencia tal la población barbastrina, que produjo el rechazo de las propias huestes catalanas y aragonesas. De hecho las crónicas cuentan que unos 50.000 musulmanes fueron muertos y que unas 500 jóvenes fueron hechas esclavas... exageraciones a parte, claro (en la actualidad tiene unos 17.000 habitantes, con que ni menos entonces).

De esta manera, Barbastro pasó a poder cristiano, quedando al frente de ella Ermengol III de Urgell, aunque de poco les sirvió el esfuerzo, ya que en 1065, 9 meses después de la toma cristiana, Al-Muqtadir, el emir de Saraqusta (la actual Zaragoza), contraatacó y masacró la pequeña guarnición que se mantenía en ella. Ello significó pasar a manos moras hasta el año 1101, momento en el cual ya pasó definitivamente a posesión del rey de Aragón.

Esta acción bélica, aún a pesar de que no se diferencie mucho de cualquiera de las batallas que se "celebraron" (porque la gente estaba loca por ir a la guerra) durante la época, tuvo una importancia capital porque fue la primera vez que un contingente cristiano internacional, tras el llamamiento a la Guerra Santa hecha por el Papa, luchaba unido contra el enemigo sarraceno con más o menos éxito. Éxito que, a pesar de ser efímero en esta Cruzada introductoria, hizo poner de moda entre la nobleza franca el ir a pegar mandobles allí donde hubiera un moro que pusiera en peligro a la cristiandad y, a su vez, labrando el camino para que en 1095 se diera el pistoletazo de salida a dos siglos de inútiles Cruzadas en Tierra Santa. Unas Cruzadas, cuyas consecuencias políticas, culturales y militares aún resuenan con fuerza más de 800 años después de su finalización.


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