Todas las organizaciones políticas poseen héroes y mártires que integra en un santoral para que sus ejemplos inspiren a las generaciones venideras.
Los partidos democráticos españoles pueden aportar numerosos nombres de esos notables, sobre todo víctimas de ETA; pero sin asesinatos terroristas desde hace seis años, el PP tiene ahora en Rita Barberá una heroína para iluminación de sus militantes.
Por eso se presenta el fallecimiento con el corazón roto de dolor de la exalcaldesa de Valencia como consecuencia del linchamiento ordenado por otros partidos, sumando a una siniestra cacería periodística.
La muestran como mártir, casi como santa, pero los populares fueron quienes la abandonaron indefensa para que sufriera las denuncias de corrupción que debían dirigirse a toda la organización, y de la que ella, por lo que parece, no se benefició personalmente.
El dirigente vasco Javier Maroto aseguró que le daba “asco” porque quería seguir como senadora, y su amigo y antiguo protegido, Mariano Rajoy, le negó su pasado cuando, tras presionarla para que abandonara el PP, dijo que esa señora ya no era militante y que no tenía autoridad sobre ella.
Como murió de dolor le construyen una hornacina de mártir para ofrecerle culto, parece que inspirándose en los Evangelios.
Algunos peperos recuerdan a Jesús en casa de Simón el leproso, desde donde salió Judas para venderlo e iniciar así su calvario; y no olvidemos a Pedro, que negó tres veces conocerlo, como Rajoy a Barberá.
Había otros delincuentes, pero el pueblo salvó al malvado Barrabás y crucificó a Jesús, por cuya túnica peleaban los soldados romanos, obviamente los periodistas.
Con sus errores y sus grandes aciertos en Valencia, Barberá terminó crucificada por todos, y además con la traición de los que ahora la declaran santa.
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SALAS