La cuestión es si existe alguna posición ingeniosa, brillante, reveladora o perturbadora para acometer la corrupción política, la cuestión ya no puede ser solo denunciar el abuso de poder, la cuestión es saber si alguien se ve agitado por lo que se escribe o lo que pasa. La denuncia, la acusación, va muriendo poco a poco de indiferencia.
Hay algo extraño en el caso de Bárcenas: la normalidad con la que aparentemente se trata el asunto desde Génova; nadie parece ponerse nervioso, nadie niega con vehemencia las acusaciones de fraude, de manejo de dinero negro, de cuentas B; no se niega, repito, se matiza, esto es, responden Rato, Mayor Oreja, Arenas, Cospedal y Acebes, que ese dinero recibido, que esos papeles que hoy ha publicado EL PAIS con apuntes contables, no tienen porqué tratarse de pagos ilegales.
Esta normalidad cuadra con las cifras de fraude fiscal de nuestro país y con la práctica de vivir al margen del sistema mientras no se necesite al sistema. Todo el mundo sabe que manejar dinero negro es una práctica habitual, yo trabajé en una importante empresa que fabricaba puertas macizas y que necesitaba un servidor aislado del resto (es decir, oculto para los inspectores de hacienda) donde se gestionaban millones de euros no declarados; la máquina en cuestión recibía el nombre de máquina B. Imagino que esta misma empresa se acogería a toda clase de subvenciones y ayudas europeas.
La relación con el Estado es muy parecida a la relación con el padre: le pedimos dinero y luego, a hurtadillas, le robamos la calderilla cuando deja la chaqueta colgada en el armario, también le robamos algún cigarrillo, y cuando crecemos, nos lamentamos de que papá no nos dejara una herencia algo más abundante para poder vivir de las rentas. Esa es la meta, poder vivir sin trabajar, todos robamos lo que podemos para soñar que mediante el robo lograremos algún día dejar de trabajar.
El dinero negro, el dinero que no se declara y que corre libre por las cuentas B o aguarda debajo del colchón su minuto de fama, es el verdadero valedor del sistema. Todo reglamento está constituido para atacar los principios que puedan socavarlo, pero nunca para refrendar su legitimidad. Esto significa que la norma crea la trampa y no al revés. Si todo vale, si podemos marcar con la mano y podemos agarrar de la camiseta al contrario y podemos escupirle y podemos pisotearle y podemos incluso marcarnos a nosotros mismos tantos goles como deseemos, entonces no hay partido, no hay juego porque sin restricciones no puede uno demostrar que puede ser honesto, la honestidad sólo existe cuando existe la posibilidad de la deshonestidad, de igual modo, el dinero negro es consecuencia del dinero blanco. El mundo es un equilibrio precario de agentes en tensión.
Bien pensado, el manejo de dinero negro debe ser una práctica habitual dentro del Partido Popular, una institución que siempre trata de equiparar el Gobierno de un Estado con el Gobierno de una empresa y que, por lo tanto, debe manejar ingentes cantidades de dinero no declarado.
Desde la oposición se critica que la amnistía fiscal parezca un traje hecho a la medida de Bárcenas y de tipos como él. Resulta inocente caer en obviedades semejantes, ya en su aprobación, el mismo ministro de hacienda advertía del afloramiento de dinero no declarado que podrían conseguir con esta medida. ¿Ha pensado alguien que la amnistía fiscal busque fortalecer los mecanismos de control de la hacienda pública? No, el Partido Popular no quiere fortalecer el Estado, quiere acabar con él, quiere eliminar las reglas para que todo sea válido y no haya partido, no haya buenos ni malos, derechas ni izquierdas, defraudadores o responsables, que todo el dinero sea al fin dinero sin más, sin dobleces. Dinero libre de valoración moral.
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