Ha muerto Barnaby Conrad. Escritor, pintor, torero, diplomático, pianista, productor de cine y no sé cuántas cosas más. Tuve la suerte de conocerlo y de escribir su biografía, Barnaby Conrad, Una pasión española (Fundación José Manuel Lara). Os dejo un extracto del epílogo de aquella biografía con tintes de novela. Una vida irrepetible. Miro de reojo hacia el palco, el presidente juguetea con su reloj. Antes de que asome su pañuelo blanco que ordena al clarín que entone el temido aviso, me despido. Como uno de esos jóvenes toreros, sediento de gloria y enfermo de pasión, que se atreve en su primera actuación en público a emular los pases inventados por los grandes maestros, copio con descaro al maestro Hemingway en su despedida de la citadísima Muerte en la Tarde.
Si yo hubiese podido conseguir que esta biografía fuera realmente una biografía, habría procurado que lo contuviese todo; las calles de San Francisco, cuándo te dije que no te llamaría cobarde, las arboledas de cada mañana, el olor a colegio y cebada, cinco dólares, el sudor del cuadrilátero, los primeros besos, ese pedazo de Montana que es el cielo de un niño, Big Tumber, el rescoldo del fuego, las clases de piano, la electricidad de un rodeo, un dormitorio invadido por una ventana, Panamá es lo que ves allí, iremos todos juntos, la tragedia de un hermano, el girar de una ruleta; el llanto de los niños de Tijuana, el tequila comprado en la madrugada, el sexo de Ofelia, no puede ser que sea la madre, lo es, hombres que cruzan la frontera, el polvo de El Rodeo, el tacto de una muleta, los sueños de un amigo, los amigos con sus uniformes de la Marina, códigos secretos en Washington, la noticia de un destino, el sueño de un destino. Estaría también en esta biografía el sonido de los tranvías que atraviesan la Alfama, Portugal no era una fiesta, bailaba a su propio ritmo, una canción lenta y brumosa, que te abraza a dos mujeres, la Guerra no se escucha aquí; el Consulado de Vigo, húmedo y oscuro, puerta de un nuevo mundo, el petróleo español que alimenta la barbarie nazi, los visados que crujen entre los dedos, las mañanas aburridas mientras el mundo es una noria, que gira y gira, que gira y gira, el periódico que narra las gestas de un héroe; un tren lento y fatigado que atraviesa la Meseta, el ganado que se asusta, que trota sin dirección, mientras un hombre contempla ese tren que atraviesa la Meseta, buena tierra, seca y dura, amplia, hasta donde los ojos llegan. Y estaría Madrid y sus chicas Topolino, y el resquemor que deja el vino barato en la garganta, una visita a Galerías Preciados y una madrugada en la Gran vía, solitaria y callada, con el olor aún del gasógeno, tras una noche en Chicote, qué guapa la cigarrera, y despierta, muy despierta, qué me vas a contar, un botellín de cerveza a las puertas de Las Ventas, saca el pañuelo que lo vamos a sacar a hombros; y estaría el Parque de María Luisa, con todos sus árboles, que son miles, y todos cuentan con su propia historia...