El libre mercado nos permite llevar a cabo nuestros emprendimientos y competir con las armas que están a nuestro alcance, ofreciendo algo que pueda necesitar la gente, a un precio razonable y de un nivel de calidad suficiente. Todas las actividades tienden a la saturación. Si alguien tiene una nueva idea, monta un negocio y le funciona bien, de manera inmediata otros muchos querrán hacer lo mismo siguiendo la estela de ese éxito, pensando que es pan comido, lo cual no significa que a todos les pueda ir igual. El mercado tiene sus limitaciones, y cuando hay mucha competencia por un mismo producto y un mismo tipo de cliente, a veces hay que aguzar el ingenio para distinguirse de los demás y no perder cuota de mercado. Y son muchas las cosas que se pueden hacer para distinguirse de los demás, pero muchos empresarios acuden a la vía fácil (a lo único que saben hacer dadas sus limitaciones): bajar el precio del producto. Y no es que eso sea malo en sí. De hecho, una de las virtudes de la libre competencia es esa regulación «automática» del mercado que permite que los consumidores tengamos acceso a las cosas por un precio menor. ¿Es el caso de las barras de pan a veinte céntimos?
¿Es viable vender las barras de pan a veinte céntimos?
Barras de pan a veinte céntimos. Una muerte anunciada.
El problema de bajar los precios es que la competencia se ve obligada a hacer lo mismo y se genera una espiral que puede acabar destruyendo el mercado, o, al menos, perjudicándolo seriamente. Es lo que ocurre cuando alguien tiene la idea de bajar el precio de un producto hasta extremos insostenibles. Parece ser que China está ahora vendiendo acero por debajo del coste, lo que se conoce como dumping. Es una estrategia consistente en acaparar cuota de mercado a costa de acumular pérdidas para arruinar a la competencia. Cuando la competencia desaparece, el que ha hecho el dumping vuelve a ir subiendo los precios poco a poco, con la particularidad de que se ha quedado con la mayor parte de la clientela. Pero hacer eso, además de ser ilegal en muchos casos, requiere de un colchón económico enorme y de una estrategia planificada a largo plazo. No creo (estoy seguro de ello) que haya sido el caso de ese empresario que vendía barras de pan a veinte céntimos y conseguía que la gente hiciera cola durante horas frente a sus panaderías. Estoy casi seguro de que ni siquiera estudió sus costes en ningún momento y se limitó a vender por debajo del precio de los demás para captar mercado a toda costa. ¿Pero de qué sirve vender más barras de pan si con cada barra vendida se pierde dinero? Eso es lo que al final ha ocurrido, que pocos años después (empezó la guerra en 2012) ha tenido que cerrar y cederle toda la maquinaria a sus proveedores, ahogado por las deudas. Y eso a pesar de que la competencia advertía que era inviable vender el pan a ese precio, a pesar de que su calidad parecía muy inferior. Otra cosa que tampoco se entiende demasiado. A veces la clientela potencial actúa de manera irracional. Personalmente sigo sin entender que se produjeran esas inmensas colas de horas para comprar un producto deficiente, siendo el ahorro económico tan escaso. ¿Alguien recuerda lo que ocurría hace unas décadas cuando se anunciaba que iba a bajar la gasolina? Miles de conductores hacían cola con sus coches por la noche para poner unos pocos litros y acabar ahorrándose unas pocas pesetas. Pesetas que la mayoría de las veces consumían en esas mismas colas. Pero la gente somos así a veces: irracionales. Pero la situación se repetía una y otra vez cada vez que se anunciaba la subida.
El problema de las barras de pan a veinte céntimos es todo el daño que ha hecho al sector. Este empresario entró como elefante en cacharrería y lo hizo todo polvo a su paso. Y si él hubiera ganado dinero y hubiera pagado a sus proveedores religiosamente, todo sería aceptable, pero el problema es que se comportó como el jodido perro del hortelano, que ni comía… ni dejaba comer. Y eso es más habitual de lo que parece en el mundo empresarial. Cuando no se puede competir con calidad, o con servicio, o con horario, o simplemente con cariño…, se recurre a bajar el precio del producto sin analizar las consecuencias, pensando en que esa es la solución. Y no siempre lo es. De hecho, casi nunca lo es. El mercado va regulando ese precio y toda la competencia se va ajustando a ese entorno que marca la necesidad o las posibilidades particulares de cada negocio, pero cuando alguien rompe las reglas y cruza la línea roja, todo se va a pique.
Sí, vender a bajo precio es aceptable, pero siempre y cuando no se destruya al mercado, ni se haga a costa de incumplir unas obligaciones que la competencia debe acatar. Porque también hay mucho sinvergüenza que conscientemente deja de pagar a proveedores para poder vender más barato.
No hagamos como el perro del hortelano. Comamos… y dejemos comer.
Ramón Cerdá
Barras de pan a veinte céntimos. Una reflexión sobre el libre mercado was last modified: febrero 27th, 2016 by Ramón Cerdá