Patrick Modiano es uno de esos escritores sobre los que no quiero saber nada. No me interesan sus ideas políticas, ni su opinión personal sobre la economía, ni sus preferencias literarias, ni su situación familiar. Quiero preservarlo como un autor muerto al que se le perdona todo porque fue de otra época [y las otras épocas siempre nos dan un poco igual]. Y sé que no está muerto, aunque yo lo he matado mentalmente. Y ahora me encuentro con Barrio perdido, novela vieja y nueva al mismo tiempo.
Desde que descubrí al autor francés en el El horizonte, debo decir que lo he leído con interés, sabedor de que sus historias quizá no lleven a una parte concreta, sólo a la memoria, al recuerdo, a una intensa melancolía que me hace mucho bien cuando buceo entre sus letras, entre las calles de su ciudad, en los cafés, en las vidas siempre doloridas de sus personajes. Porque Modiano es una narrador de lo cotidiano, de personas que van y vienen en busca de un rastro de vida, de razón o de amor. Y Barrio perdido no se aleja de ese registro, en la búsqueda de la memoria, de una identidad que se quedó en su París veinte años atrás debido a un hecho fatal.
Barrio perdido
Patrick Modiano
Editorial Cabaret Voltaire
Págs. 216