Revista Cultura y Ocio
Con colegas filólogos e historiadores son muchas las ocasiones que tengo de comentar la extraordinaria revolución y el progreso incuestionable que hemos vivido en los últimos años en la investigación filológica gracias a las nuevas tecnologías y a internet; específicamente a lo que algunos llaman la advocación de «San Google». A propósito de esto, y como ando entre papeles antiguos y bibliógrafos y bibliófilos como el insigne extremeño Bartolomé José Gallardo (Campanario, 1776-Alcoy, 1852), quiero contar lo sucedido hace tan solo dos días cuando repasaba noticias relativas a este autor. En uno de los «Avisos» que publica la Real Biblioteca española, en el número 10 de septiembre-noviembre de 1997, daban noticia —y signatura— de que entre sus fondos se encontraba una rarísima obra titulada Consejos de un orador evangélico a un joven deseoso de seguir la carrera de la predicación (Madrid, Fuentenebro, 1807), firmada bajo el seudónimo de «Un Amante de la Oratoria Sagrada»; pero obra de Bartolomé José Gallardo. El ejemplar de la Real Biblioteca es el que se dio por perdido por los más eminentes expertos en la obra del bibliógrafo extremeño. O sea, Pedro Sáinz Rodríguez y Antonio Rodríguez-Moñino. El primero anotó en 1921 que el único ejemplar que pudo ver de esta obra provenía de la biblioteca de Manuel Remón Zarco del Valle y que contenía notas autógrafas de Gallardo. Moñino, treinta años después de lo dicho por Sáinz Rodríguez, dio por perdido el ejemplar citado y manifestó que poseía otro, adquirido en la librería de Julián Barbazán. Pues bien, el martes, con un golpe de tecla en mi ordenador —en uno de los que manejo, da igual; pues podría haberlo hecho también desde mi teléfono móvil— encontré digitalizado íntegramente un nuevo ejemplar del susodicho impreso. Está en el fondo antiguo de la Biblioteca Histórica de la Universidad Complutense de Madrid, en la que deberían aprestarse para consignar la autoría de Gallardo. Ay, si don Antonio Rodríguez-Moñino o don Pedro Sáinz Rodríguez levantasen la cabeza —por orden de antigüedad criando malvas—, después de las debidas reverencias, les pediría disculpas por la insolencia de haber hallado tan cómodamente lo que durante muchos años costó mucho a muchos eruditos. Tiempos modernos.