Revista Cultura y Ocio

Base histórica de la Leyenda de la Cueva de Hércules

Por Pablet
Base histórica de la Leyenda de la Cueva de HérculesLa Cueva de Hércules o el "Palacio encantado" de Toledo 
Ninguna tradición toledana será tan conocida como la que afirma que hubo en la ciudad un palacio encantado, construido -o habitadopor Hércules y que desapareció, con trágiscae, consecuencias, al ser abierto por Rodrigo, último rey visigodo, despreciando la terminante prohibición que existía y que, de ser desoída, causaría terribles males a España. 
El relato' es muy homogéneo en casi todos los tratadistas (1), tal vez porque se copien unos a otros, como es costumbre en este género literario, adornándose cada versión con nuevos detalles que amplifican el relato original o añaden variantes de mayor o menor belleza artística. 
Ya la Crónica de Alfonso X el Sabio la contiene, pero transcribiendo del latín la que debe ser su primera vesión, contenida en la famosa obra histórica de Jiménez de Rada. Se viene diciendo al relatarla que Hércules, el famoso semidiós griego, construyó un palacio (otros dicen que amplió uno ya existente, edificado por Túbal, nieto de Jafet y primer rey toledano) para practicar en él diversas artes mágicas que tras de él alcanzaron tal fama, que se conocieron como "artes toledanas". 
Practicando tales métodos, seguramente astrológicos, supo que la monarquía hispánica que aquí tendría su capital, sería destruida por unos invasores de distinta religión. 
Y tras de escribir su profecía y guardarla en una arquiJIa, cerró el edificio con un fuerte candado y dejó dispuesto que todos sus sucesores, tras de alcanzar el trono de Hispania, colocaran una nueva cerradura o candado a la puerta, sin osar en modo alguno penetrar en el interior, so pena de que una gran desgracia se abatiera sobre la nación; pero sin detallar en qué consistiría ésta. Así lo realizaron todos los reyes visigodos, excepto uno de ellos: Rodrigo, a quien otras leyendas gustan de atribuir los peores defectos. 
Entre ellos le poseía el de la avaricia, por lo que sospechando que en tal edificio misterioso se escondía un valioso tesoro, despreció los peligros que le exponían sus consejeros y ordenó forzar los candados y abrir, sin más, el palacio encantado. 
Hubo desde luego que sobreponerse al temor que tal palacio causaba a su séquito. Pero ante su orden terminante, se rompieron los numerosos cerramientos y penetró en su interior. Halló solamente grandes salas y estatuas lujosas, que le invitaron a proseguir su búsqueda. 
Al fin se vio recompensada, en la última estancia, por un arca situada allí; violentó Rodrigo con su daga la cerradura y halló solamente un pergamino (o un paño blanco, dicen otros). En él se dibujaban claramente unos soldados, tocados con turbante a la manera musulmana y armados con curvos alfanjes. 
Alrededor de estas figuras, una leyenda profetizaba que durante el reinado de quien hubiera osado abrir el palacio y examinado aquella pintura, se produciría la invasión árabe que acabaría con la monarquía gótica. 
Asustado el rey, salió apresuradamente del palacio. Acababa de pisar la calle, cuando se abrió una sima bajo el edificio, hundiéndose éste con gran estrépito en su interior. Tal sima y los restos del palacio existen todavía: son las "Cuevas de Hércules", casi ocultas durante siglos pese a que audaces exploradores hayan intentado -también con resultados trágicos- penetrar alguna vez en su prohibido interior. 
De todo este relato legendario, sólo un elemento tiene una base real, aunque haya que despojarle como es lógico de sus detalles teatrales. La cueva, por supuesto que sin candados, arcones ni paños con figuras exóticas, existe en la realidad. No es imposible que el rey Rodrigo la visitara alguna vez, aunque sí pudo disfrutar de su utilidad urbanística de abastecer de agua a la Tole tum visigoda, si es que en su época funcionaba todavía como depósito final o al menos como simple aljibe. 
Era de esperar que tras de aquella versión, tan literaria y de trágico final como la mayoría de las leyendas toledanas, los historiadores más serios desecharan tales fantasías y se empeñaran en hallar una explicación del famoso subterráneo. Pues éste existía y existe aún: se halla bajo el solar de la que fue iglesia parroquial de San Ginés, iglesia demolida en 1841 y cuyo terreno fue vendido a un particular (2). 
La primera exploración conocida del subterráneo, que servía entonces de enterramiento a los feligreses de tal parroquia, se ordenó por el cardenal don Juan Martínez Silíceo en 1546, lo que indica que debía ser bien conocida su existencia y que tal vez, el buen prelado toledano quisiera desterrar las consejas que se aferraban a este lugar, mediante una investigación seria, aclarando de una vez lo que fuera en realidad aquella cueva. 
Para averiguarlo, abrieron su entrada ---seguramente la bajada habitual a la cripta sepulcral para lo que servía-o y penetraron en su interior. Poco averiguaron los exploradores, pues sólo hallaron "basuras y bajas argamasas" y no siguieron adelante (3), tal vez porque también ellos creyeron en la tradición y sus posibles peligros. 
Pero al menos comprobaron que estaba allí y que su construcción era muy primitiva. Así lo comunicarían a su patrocinador y a todos los que les preguntaran por el resultado de su exploración, que no serían pocos. 
Como estaba debajo del nivel de la calle y debajo también de una iglesia de remota factura, con restos visigodos por doquier (4), con estructura semejante a la del Cristo de la Luz (5), era lógico deducir que la cueva era más antigua: romana, por lo tanto. Cuando soportaba el peso del templo es que era muy robusta, otro templo sin duda pues el palacio regio se localizaba tradicionalmente en las inmediaciones del Alcázar. 
¿Qué dioses romanos tenían templos intramuros? Hércules era el más famoso. Luego el subterráneo toledano, para un historiador de los siglos XVI o XVII, era un templo dedicado al semidiós heleno. Y como "Cueva de Hércules" fue conocida desde entonces y así seguimos llamándola, incluso hoy. So bre tan escasos datos, el conde de Mora dejó volar su fantasía, bien nutrida previamente con los falsos cronicones, publicando así la versión más conocida y más farragosa de todas. 
Ya en el siglo XIX y a comienzos del XX se intenta de nuevo explorar el subterráneo, tarea nada fácil pues se han edificado casas sobre él y sus dueños no siempre acceden a tales registros (6), tras de los que presienten futuras molestias. por fin, dos historiadores de la Técnica,
Fernández Casado y García· Diego, han aclarado de una vez lo que fue tal construcción y su estructura casi completa. Se trata de un depósito final (castellum) del acueducto romano que abastecía de agua a la ciudad, desde el embalse de Alcantalilla, en Mazarambroz, traída por un canal de 38 kilómetros de longitud (7). 
Un acueducto, cuyos restos son bien conocidos de los arqueólogos, cruzaba sobre el Tajo con el canal conductor y llevaba el agua hasta este depósito, obra indispensable en una conducción de este tipo (como lo es hoy el depósito del Cerro de los Palos) y desde él se distribuía a la ciudad. 
Especialmente al Alficén o pretorio, donde debió residir la guarnición romana y que tendría preferencia para su uso; pero también a otros lugares o barrios de Toledo, a juzgar por los restos de cañerías halladas y a la existencia de robustas alcantarillas, asimismo obra de Roma, que son el complemento natural de un abastecimiento regular de agua en cualquier ciudad. 
Ha sido ya publicada más de una vez la historia de este abastecimien· to de aguas y los fragmentos de él que subsisten, entre ellos esta cueva, depósito formado por dos bóvedas paralelas separadas por un robusto muro, con varios arcos que comunican a aquéllas. Omitimos por tanto su descripción, que parece ajena a esta ocasión .
Por Julio Porres de Mateo http://realacademiatoledo.es/wp-content/uploads/2014/02/files_anales_0019_05.pdf

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