Revista Cultura y Ocio

Basilisco - Jon Bilbao

Publicado el 10 enero 2022 por Elpajaroverde

Un basilisco es una criatura mitológica. Tiene forma reptiliana y nace de un huevo de gallina empollado por un sapo. Su veneno es tan mortal que puede matar de una simple mirada. Se dice que si un basilisco se ve en un espejo se mata a sí mismo.

Por basilisco entendemos también una persona furiosa. Es habitual recurrir a la expresión estar hecho un basilisco para referirse a alguien de comportamiento furibundo.

El Basilisco de Jon Bilbao es una historia de mitología y de hombres enfadados.

"Qué enfadado estás. Si pudieras, me matarías con las manos desnudas, ¿cierto? Y a toda mi gente. Ni siquiera eso te bastaría. No quedarías saciado. Piensas que tu carga es más pesada que la de los demás; tu urgencia, más perentoria; tu preocupación, más justificada; tus dudas, más intrincadas".

"Su enfado era una habitación sin ventanas, con suelo de tablas rechinantes y pintadas de negro, igual que las paredes y el techo. Olía a madera quemada y a limaduras de hierro y allí dentro siempre hacía un calor asfixiante. Del exterior se colaban una marabunta de voces y, por las holguras entre las tablas, prismas de luz mantequillosa. [...] se tapaba los oídos y daba la espalda a la puerta, ansiando que todos se callaran y, a la vez, que osaran entrar, y así tener una disculpa para deshacer a golpes la cara de alguien. La habitación lo aturdía. Maldecía a quien lo había encerrado allí. No obstante, llevaba en el bolsillo la llave de la puerta. Aunque en su ofuscamiento no acertaba a cogerla. Se acuclillaba y contemplaba durante horas la esquina polvorienta donde dos paredes se juntaban con el suelo".

"Caí entonces en la cuenta de lo enfadado que estaba [...].

Llevaba enfadado meses, años".

Toda historia crea un mito. Contamos historias para contarnos mentiras, para favorecernos, para crear nuestra leyenda, para creerla. Crear y creer tan solo difieren en una letra. Creamos una mentira para creerla y ni siquiera cuando la intención inicial no es esa podemos evitar que crear se convierta en creer.

Sucede que creer también se convierte en crear. Creemos en la creación y de nuestra fe nacen las historias y, con ellas, los mitos. Porque el afán de contarnos mentiras con nuestras historias no es mayor que nuestra fe en contar verdades a través de las mismas. Lo que ocurre es que nuestra fe es ciega al hecho de que en cuanto la palabra se fija en papel o se transmite por el aire comienza el mito y con él la transmisión de la mentira.

Contamos historias también con el fin de exorcizarnos. Noble tarea, no sé si estéril ( "No te sirvas solo de tu lado malo. No seas como esos perros enfermos que se comen sus excrementos"). Si se piensa bien (o si nos lo hacen notar), más que noble, es una tarea egoísta ( "Pareces incómodo, me dijo. No eres el protagonista de lo que ha pasado. [...] Esto no es como uno de esos relatos tuyos, que, por cierto, no me gustan nada y muchas veces me avergüenzan").

Basilisco es la historia de un hombre que cuenta historias. Basilisco es la historia de dos hombres enfadados. Basilisco es la historia de un hombre dentro de otro hombre.

Basilisco comienza con una historia.

Basilisco - Jon Bilbao

Basilisco comienza en California. Bueno, en realidad comienza en un lugar de Nevada de cuyo nombre no es que ni quiera ni no quiera acordarme sino que recuerdo que es Virginia City. Pero este solo es el punto en el que Jon Bilbao decide comenzar su novela. Las historias siempre comienzan antes. A veces comienzan antes que quien las cuenta, antes incluso que quien las protagoniza. Y la historia que cuenta esta novela (no la historia con la que comienza) comienza en una cueva porque las cuevas son evocadoras de historias y porque todos llevamos una cueva dentro. La historia que cuenta Basilisco es una historia nueva y vieja. Es una historia de cuevas y de nidos de arañas inexpugnables. De nidos de arañas que tal vez ni siquiera existen.

"Imposible dormir. Pienso y pienso en la cueva. Es un portal entre dos mitologías: la de la Prehistoria y la de la Frontera. La primera representa el pasado que, mediante revelaciones sucesivas, nunca cesa de regresar, aferrándose a un carácter protagónico. La mitología del oeste simboliza el presente, o más propiamente el futuro: el de un país en formación. ¿Qué conflicto desencadenaremos cuando nosotros, representantes en mayor o menor medida de la Frontera, entremos en contacto con el ámbito de los reptiles ciclópeos? ¿Descubriremos acaso que se trata de mitologías excluyentes que, una vez enfrentadas, entrarán en competencia, como los colonos con los nativos de las grandes llanuras? ¿Acaso estos paisajes del oeste solo toleran los huesos de los grandes reptiles como nada más que elementos de atrezo, restos gigantescos esbozados en un rincón del lienzo, reducidos a la condición de indicadores de la grandeza, antigüedad y riqueza de los secretos de estos parajes?

¿Qué caracteriza a cada una de esas mitologías? En el caso de la Frontera: los héroes, los pueblos, las caravanas de colonos, las tribus; las personas, en definitiva. Pese a la grandiosidad, en ocasiones de ensueño, en ocasiones de espanto, de los paisajes que hemos recorrido las pasadas semanas, no son más que decorados para tragedias y anhelos humanos, de los que nuestra expedición constituye un oportuno ejemplo. No podemos olvidar que la idea de Frontera es intrínsecamente humana; sin personas, ninguna frontera existiría, y menos aún esta, un espacio tan simbólico como físico.

¿Qué sucede, sin embargo, con la Prehistoria? Desde el punto de vista antropocéntrico, y si concedemos crédito a lo que afirman algunos rivales del capitán Drummond, su característica principal es la ausencia total de lo Humano. Fue un momento de la historia en que nosotros ni siquiera hubiéramos podido respirar el aire que rodeaba nuestro planeta, en que las criaturas competían en ferocidad y ponzoña y en que las arañas eran del tamaño de los asnos. De acuerdo al convencimiento del capitán, mañana visitaremos lugares jamás mancillados por el pie del hombre. ¿Persistirá en ellos, cobijado, en letargo, un resto de tal negación de lo Humano?

¿Y quiénes son estos mormones? ¿Se trata acaso de unos guardianes inconscientes del Umbral? En el tiempo que llevan viviendo aquí, no han sentido la curiosidad de adentrarse en la cueva. El cobijo que les presta la entrada y el agua con sabor metálico que mana de ella colman con creces su capacidad de dar las gracias a Dios. Han dado la espalda a su Iglesia, pero tampoco han logrado su ansiado Deseret. No viven ni dentro de la cueva ni fuera de ella. ¿Qué esconden detrás de su invitación a que nosotros sí entremos?"

Basilisco comienza con un hombre y una mujer. Viven en California pero han sido invitados a la celebración del 4 de julio en Virginia City. Se hospedan en un rancho. Durante su estancia el anfitrión comienza a contarle al hombre la historia de John Dunbar, un pistolero y trampero buscavidas que fue antepasado de su esposa, la propietaria del rancho.

La mujer se llama Katharina. Del hombre, desconozco el nombre. Yo lo llamo Jon Bilbao. Apenas conozco unas pinceladas de la biografía del autor de Basilisco, pero, como son coincidentes con las del hombre de esta historia, para mí son suficientes para que creer y crear sean lo mismo. Me pasó algo parecido cuando leí El hermano de las moscas, pero, lo que en un primer encuentro con el autor fue solo un paralelismo, aquí me lo creo aun a sabiendas de que hay mucho de mentira y casi todo de ficción. Como acostumbro a decir, el lector es co-autor de lo que lee y yo lo que creo (del verbo crear) me lo creo (del verbo creer) a pies juntillas. Es lo que hay, Jon Bilbao. Tú eres el primero en jugar; no puedes reprocharme que entre al juego y que te haya convertido en mito.

Sí, leí El hermano de las moscas a principios de año y me gustó mucho, como conté en su momento, pero lo que consigue el autor con Basilisco, en mi opinión, es alcanzar un nivel difícil de superar.

Basilisco narra en capítulos alternos la historia de John Dunbar y la de ese hombre al que yo llamo Jon Bilbao. Cada capítulo podría leerse como un relato (de hecho, uno de ellos lo es) pero todos juntos conforman una novela. Y sobre esto no tengo dudas como en otros casos puedo tener: Basilisco es una novela.

Con John Dunbar viajamos al salvaje oeste. Pareciera que el verdadero Jon Bilbao hubiera viajado en el espacio y el tiempo para narrar la historia del pistolero como la cuenta. Pareciera que yo también lo hubiera hecho para juzgar esta narración como lo hago. Mitología, nuevamente. El mito del salvaje oeste que damos por bueno porque no hemos vivido en el verdadero para saber si el mito le hace justicia o no.

Con John Dunbar formo parte de una expedición científica (cómo me alegra primero y me flipa después este capítulo), huyo de una banda asesina, me sumerjo en el onirismo (lo que menos me ha gustado de esta novela). La historia de mi Jon Bilbao, en cambio, es una historia contemporánea; una historia para muchos más reconocible por compartida. Pienso al principio que me va a gustar mucho más la parte de John Dunbar. Cada capítulo de la parte de mi Jon Bilbao, sin embargo, termina por revelarse como una maravilla.

El hombre al que yo llamo Jon Bilbao da por terminada su aventura californiana y regresa a España junto con Katharina. Él es escritor pero, aunque ha conseguido publicar algún libro, ha de aceptar un trabajo que no le gusta para vivir. O para sobrevivir. Vivir es lo que hacemos cuando no estamos sobreviviendo, lo que hacemos cuando no hacemos lo que nos vemos obligados a hacer y hacemos en cambio lo que nos gusta. Claro que "a veces lo que nos gusta se convierte en una obligación autoimpuesta". E incluso pudiera ser que esa frontera entre vivir y sobrevivir no sea más que un mito de esos que tanto nos gusta a los seres humanos crear para después creer. Como ya ha quedado patente en la mamotreto-cita que os he dejado más arriba, la idea de frontera es algo muy humano.

Mi Jon Bilbao no es solo escritor, aunque a veces bien pareciera querer ser solo eso. También es esposo, padre e hijo. Los hijos son esas criaturas a las que cuando nacen les prometemos vivir por y para ellos pero que terminamos por sentir un lastre para el despegue de lo que queremos ser. Los padres son esos seres que en ocasiones relegamos más de lo aconsejable y que, por mantener en la distancia, nos sorprenden de repente comportándose como niños que buscan nuestro consuelo y protección, poniendo así nuestro mundo al revés, o como seres extraños con necesidades propias. La vida adulta es eso que mitificamos durante la juventud pero que cuando la alcanzamos no es sino una telaraña que nos atrapa, una trampa que en gran medida creamos nosotros mismos con nuestras creencias. Resulta tentador escapar, pero cortar esos hilos que nos aprisionan en muchos casos provoca dolor y sobre todo culpa.

"Y entonces volví a experimentarlo: la liberación del abandono. El abandono como curación, como una forma de librarse de un peso supurante, resbaladizo y superfluo".

Me ha gustado mucho el final de esta novela (me ha gustado toda ella, en realidad). Es un final muy literario, pero, bueno, es que Basilisco es eso: literatura y de la muy muy buena.

Una historia es buena cuando nos olvidamos de que nos están contando una historia. Cuando nos la creemos. Cuando sentimos más real la mentira y el engaño de la ficción que la verdad no útil de la realidad.

"Pongo por escrito lo que pienso para dejar espacio a nuevas ideas. Lo mismo persigo con el dibujo. El capitán Drummond se enoja cuando se asoma por encima de mi hombro y fisga mi cuaderno. No te he traído para eso, dice. No comprende, y yo no albergo deseos de descifrárselo, que en ocasiones la representación de lo real obliga a su alteración. Podría hablarle de los cuadros que adornan las altas paredes de los palacios europeos, obras en que aparecen monarcas a lomos de caballos alzados de manos. Si nos encaramamos a un andamio y los observamos desde su misma altura, las monturas se nos antojan deformes: panzudas, culonas y paticortas, y eso nos lleva a dudar del buen oficio del autor o de su familiaridad con la bestia que representa. Pero, si descendemos al suelo y contemplamos el cuadro desde esta nueva perspectiva, descubrimos que ahora el corcel es dueño de una hechura perfecta".

Para hablar con el basilisco de este libro hay que hacerle entrega de un libro.

El basilisco de este Basilisco es un ser triste. A poco que se rasque en su enfado se ve. La suya es una tristeza que inunda y traspasa. Es la tristeza de aquel que, a fuerza de comerse su enfado a solas, ha cavado un cerco de incomunicación a su alrededor.

"Es asombrosa la peripecia necesaria para que dos personas se sienten y hablen, nada más que eso. Yo terminaría así todas mis historias: con dos personas frente a frente, haciéndose revelaciones y quedando en paz. Basta eso para que las dos cambien. Basta para que cambie el mundo".

Sí, yo también he elegido un final muy literario; lo asumo. El mundo no cambia tan fácilmente. Claro que tampoco es tan fácil que dos personas se sienten y hablen.

Hasta aquí, la reseña de Basilisco. Ahora, tan solo deciros, de manera completamente independiente a la lectura de este libro, que dejar de estar enfadado es una gran liberación.

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