Me llamó la atención de entre una colección de libros que no era la mía por el amarillo fuerte de su lomo y lo aséptico de su portada; BASURA (Héctor Abad Faciolince, LENGUA DE TRAPO, 2000), con un cubo dibujado en negro en la esquina inferior izquierda. Obvio, muy obvio, tanto que me hizo dudar entre si serían sólo unas tapas llamativas o por el contrario se trataría de un libro con personalidad, capaz de mezclar el negro con el amarillo sin prejuicios y tener un nombre poco agradecido. La sinopsis me acabó de convencer.
El argumento, de nuevo, me sorprende para bien y para mal: tan banal y a la vez tan elocuente que me jode que no se me haya ocurrido antes a mí. A todos nos podría pasar algo así si lo supiéramos. Narrado en primera persona, BASURA cuenta la historia de un periodista de Medellín que un buen día va a dar con relatos y escritos varios de uno de sus vecinos en el cuarto de basuras del edificio.
Hasta el momento sólo sabe de Bernardo Davanzati que vive dos pisos por encima y que, por lo que cuentan, es un hombre de carácter agrio y escritor de poca fortuna. Pero lo cierto es que el hallazgo despierta en el periodista la curiosidad sufuciente como para convertirse en un carroñero de historias ajenas.
Al principio la búsqueda no va más allá de saciar la sed de un vecino fisgón, de un periodista oportunista que piensa que quizá ha dado con un tesoro, pero pronto el interés pasa a un plano, casi más personal que profesional, de forma que el periodista se va adentrando de manera furtiva en la vida del viejo Davanzati a través de los relatos, cartas y otras anotaciones tiradas a la basura, a menudo inconexos y ambiguos, que dificultan la tarea de diferenciar entre lo real y lo ficticio.
Aunque la historia promete pero no acaba de enganchar del todo al comienzo; es más, tal y como le ocurre al protagonista, la lectura parece poco más que un pasatiempos. Sin embargo, a medida que avanzan los días, la simple distracción se convierte en rutina, y ésta, en una investigación por parte del periodista que, sin darse cuenta, se ve inmerso en un misceláneo de relatos, ensayos, confesiones, notas y frases sueltas al que trata de dar cierto orden y concierto. Llegados a este punto, el lector ya está dentro de la historia, empatizando tanto con el narrador como con el escritor primario: ¡¿qué habrá de nuevo en los desperdicios de Davanzati y qué habrá detrás de esas palabras?!
Sin ánimo de crear falsas expectativas, es un buen libro de viaje, para zamparse en un par de sentadas, o tres, en el sofá; que revela las penas, y pocas glorias, personales y profesionales, de un escritor de ficciones para nadie, quizá, como él mismo dice, por "el temor a terminar. Con un producto acabado tendría que enfrentarse con el problema de su calidad, de su valoración. En lo inacabaso, en lo fragmentario, en cambio, podría siempre excusarse con el pretexto de que aquello era solo un boceto, un borrador, algo apenas empezado que no había tenido ocasión de terminar..."
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