Revista Cultura y Ocio
Resulta que miro en internet, para quedarme tranquilo, no diera la casualidad de que el título que elegí para aquel relato al que bauticé con el nombre de “Fusión” no fuera el más apropiado para esa antología de “Escritores Recónditos”. Y en vez de toparme con las acepciones típicas relacionadas con el mundo de la física, me doy de bruces con propaganda de no sé qué compañía telefónica donde te proponen un contrato por el que además de disfrutar de llamadas nacionales e internacionales, podrás llamar desde tu móvil a cualquier otro y tener megas de sobra para tu ordenador, etc. etc.
Luego, a propósito de que retomé hace poco la lectura de 1984, tecleo “Gran hermano” y en vez de salirme la obra de Orwell, como sería lo lógico, aparece un programa basura de televisión lleno de niñatos de escaso cociente intelectual haciendo el chorra.
Asqueado del ordenador, lo aparto y cojo el periódico para ver la cartelera. No salgo de mi asombro al comprobar que los teatros de mi localidad, aparte de ofertar en su inmensa mayoría obras de poca categoría dramática, han perdido el nombre que tenían para pasar a llamarse de una forma un tanto esperpéntica. ¿Cómo es posible que esos templos de la cultura, al cambiar de propietarios, hayan sido rebautizados zafiamente, pasando a llamarse ahora “Teatro Häagen- Dazs”, como si allí se vendieran tarrinas de helado; Teatro “Cofidis” ¿te obligarán a pedir un crédito?; “Teatro Compaq Gran Via”, como una vulgar tienda de “cedés”, hoy reconvertido en el Teatro Philips, donde solo deben actuar rutilantes estrellas ¿Venderán seguros del hogar, además de entradas, los del teatro Caser de Atocha?
Hastiado de todo, tras cagarme convenientemente en el padre de más de uno, tiro el periódico y salgo a la calle. Me apetece urgentemente una cerveza. Busco y no encuentro aquel bar donde no hace mucho ponían unos estupendos bocatas de calamares acompañados de unas cañas de barril bien tiradas, con maestría, como “debe de ser”. Pero el bar no está. En su lugar han abierto un local de esos de comida rápida. También desapareció otro bar, el de la esquina, donde ponían unas exquisitas patatas ali-oli. Ahora es un Mc Donalds.
Visiblemente cabreado, me acerco al centro comercial del barrio y compruebo que todas las tiendas de ropa y todos los bares y restaurantes son copias exactas de otros establecimientos de centros comerciales que ya conocíamos. Calcos, fotocopias, versiones clónicas... Creo que ahora las llaman franquicias. Para ser "franco", no lo entiendo o no lo quiero entender. ¿A dónde se fueron esas tiendas, esos bares con sello personal?
O nos han colonizado sin darnos cuenta o es que nos hemos vuelto totalmente imbéciles.