(AE)
Hace pocos días mi compañero de blog hablaba de la gran labor que están llevando religiosos congoleños que, en una situación de alta tensión debido a la presencia de grupos armados, siguen cuidando llenos de dedicación a un buen puñado de niños y jóvenes con minusvalías psíquicas. Es uno de los muchos ejemplos de cómo la Iglesia sigue siendo una institución que transmite esperanza para los más pobres incluso en las situaciones más extremas.
Pero existe también otra Iglesia de la que nos sentimos mucho menos orgullosos – y cuánto está hablando estos días de ella el Papa Francisco en sus homilías de Santa Marta – la de la carrera y la del uso de la religión con unos fines últimos mezquinos y puramente humanos. Dos caras de una misma moneda... la misma realidad de unos discípulos que – como hace 2000 años – lo mismo hacen en público una radicalísima declaración de lealtad que dejan abandonado a su maestro como si fuera una zapatilla usada cuando unas horas después se pusieron feas las cosas. Se ve por lo tanto que el ser un discípulo malo y traicionero es cuando menos una arraigada tradición eclesial... bueno, por lo menos es un consuelo.
Pues a lo que iba. El otro día leo en un rotativo ugandés la siguiente noticia: “cristianos de la diócesis de X piden la dimisión del obispo Y”. En el cuerpo de la noticia se dan algunos detalles acerca de las razones de estos feligreses para tomar una posición así: el obispo es responsable de que en la Cáritas local hubiera un desfalco, ha habido varios escándalos, no escucha a la gente... etc. etc. Para la gran mayoría de los lectores, la noticia es casi convincente, pero algo falla: el obispo Y llegó a la diócesis hace sólo dos años y que tanto los problemas de Cáritas como los escándalos mencionados se refieren a un tiempo en el que el obispo Y ni siquiera estaba en esa sede (pero poco importa, el periodista junta churras con merinas y ni siquiera se preocupa de cotejar fechas).
¿Cuál es el problema de verdad? El quid de la cuestión es que el obispo Y no es originario de esa región ni pertenece a la tribu Z, mayoritaria en la zona. Los “cristianos” firmantes del manifiesto (cuyo número no se sabe si son 10, 55 o 3.200) proponen una solución limpia y radical: que se eche al obispo Y y que el nuncio nombre a alguien “del lugar”. Sin saberlo, aplican aquella famosa sentencia de un dirigente de la administración americana aplicada al agente/presidente Noriega de Honduras “Sí, es un hijo de perra, pero es nuestro hijo de perra”. Esa es la madre del cordero, no es cáritas ni la transparencia financiera de las instituciones ni las rúbricas litúrgicas ni el incremento de las vocaciones: es el hecho de que hay poca, poquísima tolerancia con quien “no es de los nuestros”. No se mira si la persona está preparada o está comprometida con una causa... tarde o temprano la carta tribal se jugará y seguro que en contra de la persona en cuestión. Aunque sea un cabrón, mejor que sea un cabrón local que foráneo. Así de claro.
Esto pasa en todos los estamentos (lo primero que se hace aquí cuando se sabe la composición del gobierno no es comprobar los estudios o la trayectoria profesional de cada ministro/a, sino la procedencia regional y/o tribal porque es de cajón que el presidente tiene que asegurar que todas las regiones estén representadas, aunque sea por el tonto del pueblo), lo que me da más pena es que pase precisamente entre los seguidores del mismo Jesús que – con palabras y sobre todo con hechos – rompió los esquemas de su tiempo y de su cultura cuestionando la exclusividad, la cerrazón y la arrogancia del nacionalismo israelita ante los otros pueblos y naciones.
Por desgracia, no es este un caso aislado. En otra diócesis acaba de publicarse una carta de un grupo de laicos contra el obispo local – que ¡oh casualidad! - tampoco es oriundo del lugar. Entre otras cosas le acusan de pagar millones a una operadora telefónica para poder poder tener acceso a las conversaciones del clero y poder así espiarlos (!). Mira con el obispo, con lo santito que parecía. La receta para acabar con tales desmanes es la misma: Señor nuncio, llévese a este usurpador y denos a alguien del terruño... aunque no tire un palo al agua.
Si fueran estas historias inventadas, sería realmente para echarse a reír y para añadirlas a la antología del disparate eclesial. La pena es que son reales como la vida misma. Cuando veo tales situaciones donde la Iglesia sigue viva y activa después de 2000 años de bregar con elementos así de manipuladores, es cuando me digo que necesariamente tiene que estar asistida por el Espíritu Santo. Si no fuera así, el chambaito se había venido abajo tiempo ha, pero ahí sigue en pie, en su claroscura esencia teológica de meretriz casta, a pesar del pecado, la ambición, el egoísmo y la estulticia de los humanos.