Muerto Carlos III en 1788, la economía española empezó a decaer, y a pesar de los inicios reformistas del reinado de su hijo Carlos IV, éste se vio superado por los acontecimientos que se estaban produciendo en la vecina Francia, al estallar la Revolución Francesa en 1789, ya que temía que las nuevas ideas liberales llegaran a España, dando din con el Antiguo Régimen absolutista. Ante su total falta de voluntad para gobernar, las riendas del Estado recaen en su valido Manuel Godoy, y teniendo como principal oponente a su propio hijo el príncipe Fernando. Napoleón aprovecha esta coyuntura, fijando su mirada en España, por lo que obliga a Carlos IV a ser su aliado en la conquista de Portugal. Conquista que le servirá al emperador para invadir la Península.
El general francés Junot entra en España con su ejército el 18 de octubre de 1807. Un ejército, al frente del cual, Napoleón, ha puesto al general Murat. Manuel Godoy se ve desbordado por estas fueras invasoras, y comienza a recelar de las intenciones francesas. Tratando de salvar la situación, que desembocaría, primero, en el Motín de Aranjuez, un auténtico golpe de Estado dado por Fernando para sustituir en el trono a su padre; y en las abdicaciones de Bayona después, en las que, padre e hijo, fueron obligados a abdicar, quedando el trono en manos de Napoleón, que colocaría como rey a su hermano José I. Tras el Levantamiento del 2 de Mayo de 1808, Napoleón ordena al general Dupont que se adentre en Andalucía, donde sus tropas se encuentran con las del teniente coronel español Echavarri, que cubren el puente de Alcolea, tratando de defender Córdoba, Pero los franceses los vencen el 7 de junio entrando en Córdoba, donde realizan un brutal y sanguinario saqueo que provoca un deseo de venganza en toda Andalucía. La Junta Suprema Provincial de Sevilla organizaba un ejército en Utrera que se incorpora al ejército del Capitán General Francisco Javier Castaños, allí se les unen, el 11 de julio en Porcuna, los refuerzos procedentes de Granada al mando de Teodoro Reding. Ambas fuerzas quedan todas bajo el mando único del general Castaños. A estos se unieron los famosos “Garrochistas”: dos secciones de Lanceros de Utrera y Jerez.
La ventaja de las armas francesas se basaba en su poderosa caballería; pero al disgregarse perdió esa superioridad. En lo que respecta a la artillería, la francesa era mejor, aunque al no tener buenos asentamientos, perdió eficacia. La infantería, que habría de decidir, en buena parte, el destino final de la batalla era superior en el lado español, ya que supo adaptarse mejor al sofocante calor de aquel 19 de julio.
En el ejército español, era necesario establecer el Plan de Campaña, que será conocido como “Plan Porcuna”. Este Plan consistía en lo siguiente: el general Castaños, situado frente a Andújar, esperaría a que el general Reding viniera de Bailén, para poder formar una tenaza que les permitiera atacar a los franceses por dos frentes. Pero esto no llegará a producirse. Durante los días 15, 16 y 17 de julio se suceden los escarceos entre ambos ejércitos, como el sucedido en Mengíbar, favorable a nuestras tropas, y donde muere el general francés Gobert, al frente de sus coraceros que será reemplazado por Dufour.
Dupont salió de Andújar camino de Bailén en la noche del 18 al 19 de julio, adonde llega alrededor de las tres de la madrugada con su vanguardia al puente del Rumblar. Allí espera sorprender a los españoles que vivaqueaban en las afueras de Bailén. Por su parte, las Divisiones de Reding y Coupigny se habían establecido en Bailén desde la mañana del 18, ya que preveían un posible ataque de Vedel desde La Carolina. Reding tras situar siete batallones entre los Cerros San Cristóbal y del Ahorcado, controla el acceso a la villa, y después, se dispone a dirigirse a Andújar. De todo esto se deduce que ambos bandos estaban mal informados sobre fuerzas y posiciones respectivas. Reding ignoraba que Dupont se aproximaba, y éste que se iba a topar con dos divisiones españolas. Dupont estaba amenazado por su retaguardia por Castaños, que podría venir procedente de Andújar, y Reding, por su parte, temía por su retaguardia, ya que Vedel llegaba desde La Carolina. Por lo tanto, se trataba de ganar la batalla contra el tiempo; de ahí la desesperación de Dupont por abrirse paso hacia Despeñaperros
Da comienzo la Batalla de Bailén:
Son las 03:00 cuando la vanguardia francesa se aproxima al puente del Rumblar, mandada por Teulet, mientras que el brigadier Venegas, se preparaba para emprender la marcha, una vez tocada diana una hora antes, con la noche cerrada y cuando apenas se divisaba. En esos instantes, nadie sabía a quién tenía delante. Los dos ejércitos totalmente desorientadas las vanguardias, debido a la oscuridad reinante, ven como la fuerza de Teulet arrolla a la vanguardia española, obligándola a replegarse a las estribaciones del Zumacar Chico. El general Reding, que se encuentra reunido con sus generales, oye los disparos. Su contingente está situado a la izquierda del Camino Real. Les ordena que se sitúen dónde estaban vivaqueando, por lo que Venegas, consigue tiempo para organizarse y realicen un despliegue ordenado, que se sitúen partiendo de la loma del cerro San Valentín formando un arco.
Dupont, ante el despliegue de los españoles, sin pérdida de tiempo, mandó a sus unidades situarse entre los olivares que se extienden desde el Cerro Cerrajón a los Zumacares, colocando en el centro la artillería. Las continuas cargas mandadas por Dupont intentan una y otra vez, romper la línea defensiva desplegada por el general Reding, pero resultan inútiles. El ejército español consigue mantener sus posiciones, a pesar de la falta de profundidad de su despliegue y del persistente temor a que los franceses pudieran abrirse hueco entre sus líneas. Los infantes de la Reyna y de Ceuta obligan a los jinetes de Dupré a retirarse.
El centro francés se prepara en formación de batalla y Dupont emplea lo mejor de su ejército sin conseguir nada, eran las 10:00 y tras más de cinco horas de combate, el cansancio empieza a hacer mella entre los franceses. La caballería francesa de Privé arrolla en el Haza Walona al regimiento en línea de Jaén, que pierde sus banderas, cayendo mortalmente herido su coronel don Antonio Moya. Ante la peligrosidad del momento, entran en liza los garrochistas que consiguen poner en fuga a las tropas francesas, aunque llevados por su celo se introducen entre las líneas enemigas que les causan numerosas bajas. El calor, la sed, el humo de los montes incendiados, junto a los nervios —entre las filas francesas—, por el temor a la llegada de Castaños les desesperan.
Al mediodía del 19 de julio, Dupont intenta, a la desesperada, un último ataque, empleando lo más granado de su ejército, consistente en cuatrocientos Marinos de la Guardia, que había mantenido en la retaguardia ante un posible avistamiento de las fuerzas de Castaños. En esos combate, el general Dupont resulta herido, mientras soldados hombres fracasaron, una vez más, en sus objetivos. El calor, auténtico protagonista, con temperaturas que superaban los 40 grados, agregado al intenso calor provocado por el incendio del monte bajo del campo de batalla, que, en aquel mes de julio se hallaba seco y sin segar. La tropa francesa, desesperada, se dispersa buscando agua para saciar la sed. Dice la tradición popular que muchos franceses se lanzaran a la Noria de la Huerta de San Lázaro, único lugar cercano con agua, con la siguiente frase “Morir aquí y resucitar en París”.
Pero la Batalla no se podía dar por terminado, Vedel que se aproximaba a Bailén, desconociendo la rendición del general Dupont, inició, un ataque sobre el cerro del Ahorcado. Es el propio Dupont, quién comunica la suspensión de hostilidades a Vedel, el cual, para ponerse a salvo junto a sus tropas, emprendió la marcha en dirección a la sierra, llegando a Santa Elena el 21 a mediodía. Allí le da alcance, el coronel de ingenieros don Nicolás Garrido, que tiene la orden terminante de regresar a Bailén, exigencia de los generales Castaños y Reding, que amenazaron a Dupont con pasar a cuchillo a la división Barbou, la cual se encontraba totalmente cercada por todo el ejército de Andalucía.
El hecho de que el enfrentamiento tuviese lugar a las puertas de Bailén pudo ser decisivo para lograr la victoria española, ya que la población local prestó todo su apoyo a sus tropas; posiblemente lo más importante de este apoyo consistió en el suministro de agua, principalmente, para los soldados; pero sin olvidar que no fue menos importante para las piezas de artillería españolas, gracias a lo cual, no dejaron de cumplir su cometido, mientras en el bando contrario, la efectividad de la artillería se vio muy mermada por el excesivo calentamiento de los cañones.
Las capitulaciones se firmaron el 22, tras muchas discusiones, en la casa de postas situada entre Bailén y Andújar, en las proximidades de Villanueva de la Reina, lugar donde se había establecido Castaños. Por dichas capitulaciones, debía quedar prisionera de guerra toda la división Barbou, con la que había peleado Dupont, y la de Vedel evacuar Andalucía. Ambas deberían trasladarse a Sanlúcar de Barrameda y Rota desde donde embarcarían hacia Rochefort, en buques tripulados por españoles. En consecuencia, las divisiones de Dupont (8.242 hombres), vencedores de Austerlitz y de Friedland, que habían paseado sus águilas victoriosas por todo Europa, desfilaron por delante del ejército español, para deponer sus armas y banderas junto a la Venta del Rumblar. Las divisiones Vedel y Dufour (9.393 hombres) entregaron sus armas y material de guerra. El resto de las tropas del cuerpo de ejército del general Dupont, hasta los 22.475 hombres —una vez descartados los 2.000 muertos en la batalla—, acudieron a Santa Cruz de la Mudela, Manzanares y otros puntos, para cumplir con lo convenido por sus jefes. El capitán d’Villoutreys, llevó a Madrid la triste noticia, escoltado hasta Aranjuez por una sección de caballería española.
De la Batalla de Bailén, se desprenden numerosas consecuencias. A nivel psicológico, hizo nacer una nueva esperanza, un enorme entusiasmo que aumentó, todavía más, al conocerse la resistencia mostrada por los habitantes de Zaragoza y Girona. Hasta ese momento, cada reino, ciudad o pueblo había reaccionado según las circunstancias, aunque con una tendencia eminentemente defensiva. Ahora comenzó a pensarse en la necesidad de un poder único, acatado por todos, que gobernará en nombre de Fernando VII que dirigiera la guerra y aunara y coordinara los esfuerzos, hasta entonces dispersos. Por lo tanto, se constituyó la Junta Suprema Central y Gubernativa del Reino.
En el aspecto militar, la derrota de Dupont supuso la primera sufrida por un ejército napoleónico, con la rendición de 20.000 soldados imperiales. Estratégicamente, Bailén abrió el camino hacia Madrid, provocando que José I tuviera que retirarse hasta Vitoria. El 29 de julio, le fue comunicada, al rey intruso la amarga nueva, y el 30 abandonaba Madrid, siguiéndole, un día después, el mariscal Moncey, para establecerse en Miranda de Ebro. El 1 de agosto Madrid estaba completamente libre de enemigos; el 13 entraba en ella el general don Pedro González Llamas con las tropas de Valencia y Murcia, y el 23 hacía su entrada por la Puerta de Atocha, el general Castaños, con la división de Reserva del ejército de Andalucía, siendo recibido con júbilo. Los imperiales levantaron también el sitio que tenían puesto a Zaragoza. Este repliegue hizo renacer el ánimo entre los españoles al creer que Bailén era repetible y que podía ganarse, sólo con valor y patriotismo, una guerra de tipo convencional frente a Napoleón.
Pero la alegría por la victoria duró pocos meses. Napoleón, Napoleón decide vengar la afrenta, no puede consentir esa humillación, el mismo se pone al frente de su Grand Armée que, con unos 250.000 hombres distribuidos en siete cuerpos del ejército, una masa de choque formidable. El idealismo inicial que surgió con la victoria en Bailén de conseguir expulsar al invasor francés de nuestros campos se convirtió en una realidad tras una guerra de seis años. Tras esta victoria la Junta Suprema Central la otorgó el título de “Muy Noble y Leal” en 1809; título que fue confirmado por Fernando VII en 1813. A los participantes en aquella calurosa jornada asistiendo al ejército español, poniendo en peligro sus vidas, se les condecoró con medalla de oro, bajo el lema “Al Valor y Lealtad”. En 1850, se le concedió a Bailén, el rango de ciudad, obligando a las ciudades de más de 10.000 habitantes a poner el nombre de Bailén a una de sus tres calles más principales, honor que fue otorgado por la reina Isabel II, con motivo de la realización de una revisión histórica de la Guerra de la Independencia por analistas franceses y españoles esencialmente.
Ramón Martín