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Tiempo de lectura: 8 minutosEl rey de Castilla Alfonso VI, parecía imparable en sus deseos de apoderarse de todo al-Ándalus, y ya no se contentaba con las parias. El príncipe Al-Motamid de Sevilla decidió pedir ayuda al Yusuf ben Tasufín, emir de los almorávides.
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Sus consejeros le advirtieron del peligro dado su fanatismo, y el sevillano contestó:
“Prefiero ser camellero en África que pastor de cerdos en Castilla”
Los embajadores fueron a Marrakesch y firmaron un tratado con Yusuf, comprometiéndose este a abandonar la península tras derrotar a los cristianos. Tras la firma le dijeron a Yusuf:
“Permanece treinta días en Ceuta, para que nuestro amo pueda evacuar Algeciras, y así te instalaras en ella”.
Yusuf pensó que el sevillano intentaba ganar tiempo para llegar a un acuerdo con Alfonso. Cuando los embajadores salieron de Ceuta hacia Algeciras les escoltaba una pequeña flota al mando del emir Dawud. El 30 de Junio de 1086 llegaron y tras desembarcar, y tras ellos, lo hicieron cincuenta jinetes apoderándose de los muelles, y después el resto hasta un total de quinientos guerreros. Los embajadores creyeron que habían sido traicionados y se refugiaron en el alcázar.
En Algeciras gobernaba Al-Radi, un hijo del príncipe de Sevilla, tan poeta como su padre, al cual pidió instrucciones por palomas mensajeras. Por la mañana el general Dawud ben Aixa, rodeó el alcázar y le dijo:
“Nos habéis prometido Algeciras. No venimos a tomar ciudades o arreglar problemas internos de príncipes. Venimos a hacer la guerra santa, vas a evacuar la plaza de aquí al mediodía, hoy mismo. En caso contrario defiéndete como puedas”.
Al Motamid ordenó a su hijo que la entregase. El el 3 de Julio llegó Yusuf ben Taxufin que tras examinar Algeciras, retornó a Ceuta, para reconducir al resto de las tropas, cuando todas las fuerzas se juntaron en Algeciras, Yusuf ordenó a Dawud ponerse en marcha hacia Sevilla y en sus alrededores se congregaron las tropas almorávides mandadas por sus mejores generales. Además del hijo de Yusuf, estaban Ibn Aísa, el invicto Sir y los emires Garrur al-Hasimi, Abu al-Hayy y Abu Zakariya.
Salió al encuentro Motamid con sus dignatarios y su pequeño y gran poeta Ben al-Labbana. El príncipe se inclinó para besar la mano de Yusuf pero éste se lo impidió abrazándolo. Después varios poetas cantaron alabanzas en honor de Yusuf, y al terminar Motamid, preguntó a Yusuf:
“¿Ha entendido el Gran señor lo que le han dicho?”
Y Yusuf con esta frase lapidaria:
“No los he entendido, pero sé que piden pan”
Dos días después se unieron las tropas malagueñas; doscientos caballeros mandadas por el príncipe Temín, y al día siguiente la caballería de Almería al mando del príncipe Motacin que pidió disculpas de parte de su padre por no poder venir en persona, pues un aventurero cristiano estaba reforzando el castillo de Aledo, en las montañas cercanas a Murcia.
Puestas en marcha las tropas camino de Badajoz, al llegar a Jerez de los Caballeros, se le unieron trescientos caballeros granadinos mandados por Abdallah, príncipe de Granada; y en las puertas de Badajoz el príncipe, Mutwakkil, hijo del gran escritor Muzaffar con su ejército.
Alfonso al conocer el desembarco había pedido ayuda al otro lado de los Pirineos pues su segunda mujer era francesa. Las tropas cristianas se concentraron en Toledo. También llamó a los gallegos, aragoneses y leoneses; y por último al Cid. Este estaba convaleciente y no acudió. El ejército de Alfonso, partió a principios de Octubre hacia Badajoz, sabia que hacia allí se dirigía el ejército musulmán.
El gran ejército de Alfonso tenía más de treinta mil hombres. Estaba formado por castellanos, condes aliados y tropas francesas. Se incorporaron las de Sancho Ramírez de Aragón al mando de su hijo el infante Pedro y de Valencia las de Álvar Fáñez sobrino del Cid.
Muy seguro de su triunfo envió a Yusuf este mensaje:
“Aquí me tienes, que he venido para encontrarme contigo, y tú, en cambio, estás quieto y te escondes en las cercanías de la ciudad.”
Almorávides y andalusíes, permanecieron en Badajoz hasta asegurarse que Alfonso se internaba en territorio musulmán, alejándose de sus dominios. Yusuf pensaba si ganaba no habría problemas, pero si perdían se podían refugiar dentro. Tras recibir el mensaje de Alfonso se movió el ejército musulmán, y el jueves 22 de Octubre cuando los ejércitos estaban a tres kilómetros de distancia se reunieron los portavoces de ambos, y decidieron dar la batalla el sábado. Al día siguiente era viernes, día de los musulmanes y el domingo era el día de los cristianos; como no había judíos en el ejército, se podía dar en sábado.
La batalla de Zalaca
Mientras las tropas iban a descansar, el príncipe sevillano conociendo lo poco que valía la palabra de Alfonso, no se fió, y envió exploradores para vigilarlos. Al día siguiente, el 12 de rayab del 479 de la hégira, viernes 23 de octubre de 1086, cuando al-Motamid terminaba la primera oración, sus ojeadores avisaron que Alfonso se preparaba para atacar, el príncipe sevillano preparó su ejército informando a los aliados.
La vanguardia del ejército estaba formada por las tropas andalucies. En el centro los sevillanos con su príncipe y su poeta Ben al-Labbana. A su derecha el ejército de Badajoz, y en la izquierda los granadinos con los de Málaga y Almería; la caballería en las alas.
La segunda línea eran tropas almorávides con lanceros del Sudán, guerreros negros protegidos con escudos de piel de hipopótamo de llamativos colores, y los flecheros de las tribus aliadas; la retaguardia permanecía escondida tras una colina.
Apareció a lo lejos la caballería pesada cristiana cubierta de hierro que al mando de Alvar Hañez, arrolló materialmente a los andalucies. Los extremos del ejército musulmán se rompieron, y huyeron aterrorizadas a resguardarse bajo los muros de Badajoz. De la primera línea solo resistía el centro dirigido por el príncipe de Sevilla, que herido y cubierto de sangre se mantenía en su puesto a pesar de la muerte de muchos de sus capitanes.
La caballería de Alfonso atacó la línea almorávide, sin poder deshacerla en el primer envite por el agotamiento tras tres kilómetros de desenfrenada carrera, más el destrozo de las líneas andaluzas. Los caballeros cristianos que veían la victoria al alcance de la mano intentaron rehacerse para dar la última embestida, mientras tras ellos, pero a mucha distancia venía a ayudarles la infantería de Alfonso; un ejército imparable de treinta mil guerreros de a pie.
En momento tan crítico Yusuf ordenó por medio de banderas a Sir, que ayudase al príncipe sevillano, mientras él dando un rodeo, atacaba por detrás el campamento cristiano. Cuando Alfonso saboreaba el triunfo, el cielo pareció temblar. Un estruendo se oyó por toda la meseta, un horrible ruido desconocido que llenó de pavor a hombres y bestias. Las colinas cercanas transmitían el eco y la tierra parecía temblar. Los caballos relinchando de miedo, saltaban derribando a los jinetes, parecía que un terremoto iba a abrir la llanura.
El estruendo se debía a la retaguardia de Yusuf. Eran cientos de tambores golpeando al unísono tras las colinas, y transmitiendo el ruido a kilómetros de distancia. Un principio de miedo invadió a los caballeros cristianos. El conde de Nájera ayudante del rey, caía del caballo que aterrorizado se encabritó, y uno de los capitanes, Rodrigo Ordoñez asustado, señaló al rey la masa de los que creía eran demonios negros que avanzaban hacia ellos en perfecta formación.
Era la infantería de Sir ben Abu Beker, al frente de gomeres, masmudas y lanthunas, que con el rostro tapado con el lithan y vestidos de negro avanzaban al ritmo infernal de los tambores.
Los treinta mil guerreros de Alfonso que corrían a pie para ayudar a su caballería, oyeron el sonido y se detuvieron paralizados de terror mirando al cielo por si se desplomaba sobre sus cabezas. Entretanto la caballería musulmana asaltó su campamento, y atacó por detrás a los aterrorizados infantes.
El rey Alfonso, ante el choque con la infantería de Sir, y las noticias del campamento, considero más fácil unirse con su infantería. Dejando a Alvar Fañez para acabar con el príncipe sevillano y los sudaneses, dio la vuelta para galopar hacia su campamento con sus agotados caballos. Fue un desastre, encontró la masa ingente de sus guerreros de infantería huyendo hacia adelante de las tropas de Yusuf, que con banderas desplegadas y batiendo tambores les perseguía. Tras un encuentro terrible, la perfecta formación almorávide y el atronador sonido de los tambores haciendo temblar la tierra, el valor de sus caballeros, empezó a declinar.
En el otro lado, las diezmadas tropas del sevillano Al-Motamid, vieron a los caballeros de Alvar Fañez replegándose ante la llegada de Sir y aunque agotados se unieron a la persecución al ordenárselo su príncipe. Ante el ejemplo del sevillano, los andalucies refugiados en Badajoz, se avergonzaron y acudieron a luchar.
Mientras Alfonso intentaba mantenerse a la defensiva, se oyó otro redoble más fuerte, un sonido que al ser agudo se sobrepuso a los anteriores. Era la orden de Yusuf, que mandaba entrar en combate a su guardia negra. Esta, compuesta de cuatro mil guerreros armados con delgadas espadas, fue lanzada al combate, y atravesando a los aterrorizados guerreros de Alfonso, fueron al encuentro de la guardia real.
Un lancero negro derribó a un caballero de la guardia quedándose sin lanza, y entonces el rey le atacó con su espada, pero esquivó el golpe agachándose ante el caballo que se le echaba encima y sacando un puñal atravesó el muslo del rey Alfonso cosiéndolo a la silla.
Mientras los tambores seguían sonando, las tropas del rey fueron deshechas, y Alfonso se refugió con los guerreros restantes en un cerro. Allí herido, resistió hasta la noche viendo como su ejército era aniquilado, y su campamento incendiado y sometido al pillaje. Al caer la noche, el rey pudo huir con quinientos caballeros. Herido y muerto de sed bebió vino y estuvo a punto de morir. Sus caballeros lo llevaron enfermo al castillo de Coria.
Al terminar la batalla se acercó a Yusuf Al- Motamid de Sevilla , que con una flecha en un brazo, y el otro roto se inclinó y le llamó “Emir- al Muslimin“; fue la primera vez que Yusuf ben Taxufin fue reconocido como “Príncipe de los musulmanes”.
Tras la batalla, mientras los enfermeros y médicos cuidaban a los heridos y los guerreros se dejaban caer agotados al suelo, el príncipe de Sevilla dictó a su poeta Ben al-Labbana que estaba siempre tras él, este mensaje comunicando la victoria a su hijo Al-Rasid en Sevilla:
“A mi hijo Al-Rasid, que Dios lo conserve. Sabe que se han encontrado las tropas musulmanas con el tirano y mentiroso Alfonso, Dios ha dado la victoria a los musulmanes, y ha derrotado por su medio a los politeístas. Gracias a Dios, Señor de los mundos. Comunica esto a los que estén delante de ti, de nuestros amigos los musulmanes. Salud. (1)
La gente de Sevilla desesperaba del resultado de la batalla hasta que llegó la paloma. Se leyó el mensaje en la gran mezquita de Sevilla, con lo que se generalizó la alegría. Se contaron cerca de treinta mil hombres muertos enemigos,. Y en la oración de la mañana, el almuecín dio gracias a Dios por la victoria lograda. Después Yusuf hizo bordar en sus estandartes:
“El reino y la grandeza proceden de Dios”.
Y envió mensajes comunicando la gran victoria. La única gran batalla conseguida después de la muerte del gran Almanzor, casi cien años atrás. Mientras el príncipe Al-Motamid de Sevilla estaba siendo curado, se le acercó su poeta Ben al-Labbana, diciéndole para animarle:
“No había delante de ti más que mi persona.
Y las lanzas y las espadas que se rompían contra las armaduras.
Me diste las plumas de una flecha, dame ahora plumas de pájaro.
Y lo mismo que me he clavado, ahora cantaré.”
Autor: Juan José Valle para revistadehistoria.es
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