Cada vez que nos enfrentamos a una final de este calibre, vienen -sin permiso- a la memoria momentos imborrables, aventuras prodigiosas, triunfos de los más débiles y Cielos traídos a la Tierra a golpe de talento y convicción. ¿Cómo ser neutral ante un golpe de Tiger Woods demostrando que, con él, el mundo giraba al revés? ¿Cómo ignorar una canasta de Michael Jordan cuando el tiempo era agua entre sus dedos? ¿Cómo permanecer ausente ante un gol de Maradona imponiéndose al músculo de los ingleses? ¿Cómo ignorar una volea de Zidane que detenía las horas? Cada vez que uno se enfrenta a una final, como analista o simple espectador, recuerda instantáneas históricas y se pregunta: ¿Estarán a la altura de la Gloria?
Es interesante detenerse en cada letra y asumir que la defensa de los primeros sin importar cómo, atenta contra nuestra propia existencia de comunes mortales. Ganador hay uno y su estrecha validez, si no se acompaña de gloria, nos limita como seres, en fin, el resto de los perdedores. Ser el más neutral de los mediocres reconoce su razón de vivir en el triunfo del otro sin más. El ganar, sea como sea, invalida cualquier tipo de matización -creen- y convierten a los que buscan algo más, en pobres existencias, ejemplo de la derrota en masa.
Lo dijo Van Gaal: "jugamos por un título pero los mejores son Chelsea, Manchester United y Barcelona". No hay nada de malo en reconocerlo ni hay nada objetable en el hecho de que en Madrid estén otros. Lo penoso es creer que entre la inmensa humanidad fracasada, no queda nada de glorioso, de perdurable, de impredecible y digno de hacernos seguir respirando. El arte, la vida, el deporte, están llenos de los que no ganan y, sin embargo, son los mejores. Habitan un espacio con huella, esbozan una frase que traspasa los tiempos, alumbran el camino de los que irán a subvertir, precisamente, la falsa neutralidad de los mediocres.
La pelota comenzó a rodar y, con ella, el compromiso con una forma de entender el juego más maravilloso. Nada más, pero nada menos...
En el maravilloso césped del Santiago Bernabéu, ambos equipos entraron con reservas y sin arriesgar demasiado. Preocupados por no perder el balón, había más movimientos hacia atrás que hacia las porterías rivales. Se desprendía de los primeros minutos que tanto Bayern como Inter jugarían con el error del rival más que a partir de las propias virtudes. Las primeras aproximaciones, al menos, se dieron de esta manera y no del riesgo asumido. Robben y Milito, las cartas ganadoras. Todo era demasiado previsible.
Sin embargo, el Bayern dejó de tenerle miedo a la final y se dio cuenta que el Inter no era tan guapo ni Mourinho el Harry Potter de los banquillos. Los hombres de Van Gaal dieron un paso al frente y la medular bávara tenía la pelota lo suficiente como para progresar y cambiar el ritmo con Robben. Por cierto, un centro al área del holandés fue medio rechazado por el puño derecho del Maicon en un claro penalti que Webb no vio. Sneijder respondió con una falta que rechazó Butt. Era un poco mejor el Bayern pero no le alcanzaba para ponerse en ventaja. ¿El Inter? Esperando, como siempre.
La posesión del Bayern era escandalosa -67 % a favor- pero su falta de talento atentaba en contra de sus posibilidades ofensivas. Müller aparecía poco y sólo Robben merodeaba las zonas de peligro interista. Pero, y para variar, fue el Inter el primero en pegar: pelotazo de Julio César que bajó Milito para un Sneijder que, libre de marcas, se la puso al claro para que el argentino, con una definición deliciosa, marcara el 0-1. Simple y letal, el Inter se movía en su hábitat natural.
Era justo que un Milito, absolutamente superior a Van Buyten y Demichelis, anotara su quinto gol en la Champions 09-10. Un par de minutos más tarde, Sneijder tuvo el segundo pero Butt salvó a los alemanes. La pelota era del Bayern, el riesgo lo llevaban Milito y Sneijder y el resto del equipo defendía. Así nos fuimos al descanso, con victoria parcial y justa de los italianos.
La reanudación comenzó con todo y una doble pared puso a Müller cara a cara con Julio César, pero el portero brasileño ganó la partida y salvó a los suyos. Rápidamente respondieron los nerazzurri con otra gran jugada de Milito que se llevó a toda la defensa bávara y regaló el gol a Pandev -que sí estaba en el campo-, aunque su remate fue salvado por Butt. Las cartas estaban claras: el Bayern iba a ir al frente y el Inter jugaba como siempre, con 9 jugadores detrás del balón y Milito como hombre decisivo.
Van Gaal echó el resto y mandó a Klose por Altintop. El Bayern sitiaba el área interista y Cambiasso salvaba el empate bajo palos. A estas alturas los alemanes merecían y buscaban denodadamente el gol mientras el Inter lo había encontrado casi sin buscarlo. Los merecimientos iban hacia el Bayern, pero el miedo y la sensación de contragolpe definitivo, se lo llevaban los de Mou quien, además, mandaba al campo a Stankovic por el amonestado Chivu.
Y pasó lo que esperábamos. Pase de Eto'o -que también jugaba- para Diego Milito quien encaró decididamente a Van Buyten: un amague, otro, cintura rota del belga y Milito, maravilloso, sensacional y de otro planeta, venció a Butt con un pase a la red a contrapie para el 0-2. El Inter era campeón de Europa, con sus armas, su fe inquebrantable en el juego defensivo y su impresionante momento de gloria, firmado por Diego Milito, el crack, el jugador distinto de un equipo lleno de obreros. De un equipo campeón. ¡Felicidades sinceras!