(Antes de empezar, quiero que conste en acta de antemano que este texto no deja de ser mi opinión, mi posicionamiento y mi manera de no encajar en algunas de las costumbres de los terrícolas. Ni mejor ni peor, sólo mi versión de los hechos. Supongo que es lo que tiene vivir en la Luna.)
Que cada vez soy más salmón es un hecho. Y que me encanta, también.
Con los años cada vez me resulta más fácil decir NO cuando quiero decir NO. Y SÍ cuando de verdad quiero decirlo.
Y cada vez con más fuerza creo que, si yo soy capaz de decir NO sin dudar, enseñaré a mi hija y a mi hijo a saber decirlo cuando así lo sientan, y por tanto a ser sinceros consigo mismos y con los demás, además de ser consecuentes.
Yo...NO entiendo la dinámica actual de celebración de los cumpleaños infantiles. Ale, ya lo he dicho.
De hecho, llevo años sin entenderla y, como consecuencia, sintiéndome como un pulpo en un garaje cuando llega el momento en que mis hijos celebren su cumpleaños. Porque no, ellos no invitan a toda la clase. Y no, nosotros no invitamos a los padres de las criaturas a un banquete. Y ¿sabéis qué? Que qué bueno ser capaces de no encajar en lo socialmente establecido y no sentirnos presionados o mal por ello.
Y es que, madres y padres del mundo, hablando muy en plata... ¡ESTAMOS PERDIENDO EL NORTE!
Cuando yo era pequeña, un cumpleaños significaba bocatas de fiambre, de chocolate, refrescos, papas, gusanitos, tarta de galletas y chocolate, chuches y, como mucho, 10 amigos. Fin.
Ahora, la norma dice que cumpleaños es sinónimo de banquete nupcial. Y no solo sientes la presión de tener que invitar a veintitantos compañeros (que no amigos) de la clase de tu retoño, sino que además, para encajar en la definición de padre/madre adaptado al medio, también has de invitar a los padres y madres de los niños, y a sus hermanos, tengan la edad que tengan. Sin mencionar que la merienda deja de ser un pupurri de bocatas y pasa a ser un desfile de "cuánto más y de todo, mejor", a tutiplén, y varias tartas, por favor. Y, cuando quieres darte cuenta, en vez de celebrar un cumpleaños infantil, estás haciendo un regreso al futuro de lo que será la boda de tu hijo o hija en unos años, porque has acabado con casi 50 personas cantando cumpleaños feliz a tu churumbel de 6.
Que no. Que no lo veo. Ni lo entiendo. Ni lo apoyo. Ni lo comparto. Aunque, evidentemente, lo respeto. Porque, al fin y al cabo, cada uno es libre de celebrar la vida como le viene en gana, y yo soy muy "vive y deja vivir". Para mí lo realmente triste viene cuando se hace así porque es la norma, por no quedar mal o porque es lo que toca.
Es que, si a mí me pidieran hacer una lista para mi fiesta de cumpleaños, os aseguro que no invitaría ni a la mitad de mis compañeros y compañeras de trabajo. Y no, no es porque tenga nada en contra de ellos, es simplemente porque si celebrara una fiesta seguro que me apetecería hacerlo con mis más allegados, alejándome de cualquier situación de compromiso y sintiendo que puedo ser yo todo el tiempo. ¿Por qué vamos a pensar que un niño o una niña querrían hacerlo diferente?
Mis hijos no juegan con los veintitantos compañeros de clase. Ni los nombran a todos cuando cuentan su día a día. Porque, como es lógico, tienen afinidad con algunos, amistad con otros, pero con el resto sólo tienen una relación de "compartir tiempo y espacio". ¿Qué me podría hacer pensar que quieren tener a toda su clase junta para celebrar un año más? Nada, porque entre otras cosas, la lista de amistades la hacen ellos y nunca han pedido que venga toda su clase al completo. Por el contrario, en esa lista, además de sus más amigos del cole, escriben el nombre de sus amigos y amigas de fuera de él, aquellos con los que comparten sus ratos de fin de semana y veraneo. Lo normal, vamos.
Lo triste de todo esto, o lo alarmante, es que, cuando no eres de las madres o padres que celebran así los cumpleaños de sus hijos, sabes que te expones a ser la comidilla del lugar. Los raros. Los insociables. Los agarrados que no se gastan del orden de 300€ en cada celebración infantil.
Lo bueno de todo esto es que a nosotros nos da bastante igual. Que actuamos según nuestro criterio y no según lo que dicta la nueva norma, porque creemos firmemente en que semejante despliegue de medios se carga el concepto de "fiesta de cumpleaños con amigos". Porque sentirte obligado a que tu hijo o hija invite a una clase entera, y hacerlo porque es lo que toca, está matando el concepto de "amistad", les está sesgando la capacidad de elección y selección y regalándoles la máxima de "todo vale".
A esto le añadimos la otra parte contratante, es decir, cuando a tu hija o a tu hijo los invitan a una fiesta a la que va toda la clase, pero en la que quien celebra no es afín a tu retoño, o es un compañero o compañera con quien no tiene una relación de amistad.
Pensemos un poco. Porque si la situación la trasladáramos al mundo adulto, sería el típico compromiso al que no quieres acudir. Y al que, si tienes el don de la asertividad, dirías que NO, o simplemente te inventarías una excusa para no ir.
¿Qué nos hace pensar que nuestros pequeños van a tener más amigos acudiendo a todas las fiestas de la clase? Nos estamos engañando y los estamos engañando. Ni con una fiesta a la semana haríamos amistad nosotros con determinadas personas de nuestro entorno laboral, por lógica pura. Porque hace falta algo más que cuatro bocadillos y dos refrescos para congeniar con alguien. Hace falta afinidad. Y eso no se construye ni se puede forzar.
Como decía al empezar, ésta es nada más una opinión, la mía, que sé que será compartida por algunas personas pero no por otras. La vida misma. Como los cumpleaños infantiles. Que los hay para todos los gustos.
Creo, de corazón, que ayudamos más a nuestros hijos enseñándoles a diferenciar entre amistad y compañerismo desde pequeños, intentando aprovechar situaciones cotidianas para que aprendan a decir NO, o SÍ, con criterio, y no dejando que los arrastre la corriente del "para no quedar mal, para que no los señalen, para que hagan como todos".
Creo, de corazón, que nos estamos cargando el sentido de las pequeñas cosas y la magia de lo ordinario, y que vivimos en un mundo donde priman el aparentar, el agradar y la necesidad de sentirse parte del rebaño.
BBC... Bodas, bautizos y ¡CUMPLEAÑOS INFANTILES!
Pues yo me bajo del carro, terrícolas.