¡Qué ganas! ¡Pero qué ganas más grandes tenía yo de hincarle el diente de una vez por todas a esta novela! Me empeñé en que fuera una de las lecturas de los clubes de lectura de Azuqueca de este año y esperé pacientemente hasta conseguirlo. Una vez conseguido, seguí esperando a que llegar el turno de nuestro club y... ¡por fin ha llegado el momento! Tenía tantas ganas que ya llevo un buen trozo, a pesar de haberlo empezado ayer. Este es su comienzo:BBF#118
Me gusta y me regusta. Y a las chicas del club también las tiene enamoradas. ¡Como para no hacerlo! Nos seguimos leyendo.
Después de la lluvia el paisaje tomaba un trazo grueso y los colores del bosque se volvían más contundentes. El limpiaparabrisas seguía batiendo de derecha a izquierda con menos desesperación que al salir de Barcelona, una hora antes. Por delante quedaban las montañas que ahora, mientras anochecía, no eran más que un volumen oscuro a lo lejos. El joven conducía con precaución, pendiente de la carretera que se estrechaba curva tras curva a medida que ganaba altura; los mojones de cemento que delimitaban la trazada no parecían una protección muy sólida contra el enorme barranco que se abría a su derecha. De vez en cuando miraba por el retrovisor interior y le preguntaba al niño si se mareaba. El chico, medio adormilado, negaba con la cabeza, pero tenía el rostro pálido y pegaba continuamente la frente al cristal de la ventanilla. (“Un millón de gotas”, Víctor del Árbol)
