Es extraño ver a estas alturas una película de 2019 estrenada en nuestro país en un festival, pero hay una clara expectación en la sala por ver el nuevo experimento de Matteo Garrone adaptando la historia clásica de la marioneta viviente más famosa de la cultura popular. El director italiano ya ha demostrado muchas veces que puede construir mundos que te llevan a los de las fábulas tradicionales, los de los cuentos de hadas, pero con una cierta profundidad adulta. Solo hace falta recordar su último cuento, Dogman, un David contra Goliat en los suburbios de Roma. Quizás era lo que me esperaba encontrar en esta película, pero el resultado difiere mucho de esa expectativa.
Gepetto es un carpintero arruinado que descubre la oportunidad de crear una marioneta para poder ganarse la vida y salir de la pobreza. Pinocho, la marioneta que crea, cobra vida y la siente como su hijo, un niño de madera inocente que tendrá que ir aprendiendo sobre la maldad del mundo.
En primer lugar, hay que hablar de su gran virtud, virtud presente en la obra de Garrone, la ambientación y la fotografía. Entran ganas de vivir en este mundo medieval de cuento de hadas, colorido pero cruel, de una belleza pictórica realmente destacable. No obstante, estamos claramente ante una película destinada al público infantil, no de una visión adulta del clásico cuento, sino de una adaptación muy fiel a la obra de Carlo Collodi, probablemente demasiado.
Cabe reflexionar que uso la expresión “adaptación muy fiel” para hablar de las películas con una trama calcada del formato original, no fiel en lo que significa realmente adaptar para un formato fílmico. En ese problema recae este Pinocho, que, lejos de centrarse en la esencia del cuento, de ese coming of age de una marioneta que sueña con ser un niño de verdad, transita por muchos lugares que hacen perder dirección al arco de su protagonista y, sobre todo, se hacen previsibles y aburridos. Mientras veía la película me venían a la cabeza las adaptaciones live action de Disney, las que hacían hace unos años, especialmente el Alicia en el País de las Maravillas (2010) de Tim Burton. Y, es que, Pinocho tiene un universo un poco burtoniano, con un foco muy centrado en crear secundarios originales y momentos divertidos, pero a la vez, sin acabar de tratar al espectador infantil de una forma madura.
El protagonista transita por esta historia sin un objetivo claro y vive su odisea a merced de la casualidad, en ningún momento las acciones y decisiones de Pinocho mueven la trama. Ni niño travieso, ni hijo preocupado por su padre, ni marioneta que quiere ser un niño real, este Pinocho se pierde por las ramas, con una falta de ritmo clara y que carece de tensión. Benigni, el claro nombre para vender la película, tiene pocos minutos en pantalla y pasa sin pena ni gloria, pese a ser un personaje que podría haber sido muy interesante y con el que la película podría haber dado un paso adelante para diferenciarse.
La dirección mantiene un tono claro en las actuaciones, sin ser demasiado de cuento ni demasiado realistas y la caligrafía clásica de la planificación funciona bien, pero no se arregla la falta de tono de base, en la que no se sabe de forma clara si es una película adulta o una película infantil.
Es posible que para su potencial público menor de edad, esta sea una película que les pueda marcar por como representa algunas escenas, como la transformación en asno o algunas torturas psicológicas a su protagonista, pero desde luego no será por su calidad cinematográfica. El nuevo film de Garrone es un cuento mediocre, no diría malo, pero sí lejos de sus propias aspiraciones.
Crítica escrita por Jaume Maneja