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He aquí un excelente artículo que bien vale la pena los diez minutos de lectura y hacer el esfuerzo de traducir el inglés; no sólo por mor de una sana nostalgia, sino como una valiosa referencia para muchos acontecimientos sociales (no sólo msicales) de nuesros días:
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¿Quién lo diría? Apenas una semana antes de este inmortal acontecimiento que sacudía el mundo, otro -infinitamente menos importante- tenía lugar en un rincón perdido de una España casi medieval: entre los olores del ganado y la alfalfa, de las boñigas y las colmenas, entre el sonido de las herraduras sobre el pedernal y el canto de los gallos al dilúculo, nacía un niño que había de crecer para convertirse en un fiel devoto de aquella misma banda musical.
En efecto, de adolescente los Beatles significaron para mí el mundo mágico de la música, el misterio del amor, el viaje de las emociones. Y muchas, muchas cosas más. Me evoco a mí mismo en la soledad del serio salón familiar, poniendo una y otra vez los pocos discos que mis pobres ahorros me permitían comprar. Con la cabeza entre los altavoces para no perder ni una sola de sus palabras (en ese idioma, el inglés, tan nuevo y extraño para mí), ni uno solo de sus acordes, ni el más pequeño matiz de sus mensajes, más de una vez se me escaparon por los ojos la emoción y el sentimiento.
Años después, los Beatles se convirtieron en el símbolo de identidad de mi generación. Me aprendí de memoria sus canciones, su discografía y sus vidas. Me estremecía y me extasiaba con el llanto, los gritos y los desmayos de sus fans, al verlos en la tele. Los admiraba a la vez que envidiaba aquella beatlemanía. Lamentaba infinitamente que no existieran ya como un grupo (corrían los años 70) porque no podría verlos alguna vez en directo, y en este sentido el asesinato de John Lennon me contrarió menos por su muerte que por significar un fatal punto irreversible.
Y, pese a todo, aún no comprendía lo que los Beatles supusieron. Todavía hubieron de transcurrir dos décadas más (¡dos décadas!) para, ya la cabeza bien asentada sobre los hombros, aprehender yo la verdadera sustancia de aquel fenómeno que había tenido lugar en los 60, todo el alcance de su influencia, el pleno sentido y significado de su música y, sobre todo, el mérito único y colosal del logro de aquellos cuatro chavales que, a la edad que tienen ahora mis propios sobrinos, protagonizaron lo que tal vez haya sido la mayor y más verdadera revolución social espontánea de todos los tiempos; y, sin lugar a dudas, la beatlemanía supuso un momento en la historia que no habrá de repetirse jamás… algo que ocurrió apenas una semana después del día en que yo nací.
Hoy, todo aquello no es ya más que nostalgia y añoranza; un recordatorio agridulce del despiadado transcurrir del tiempo…
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