Nació en Offida, en las Marcas, en 1604, de una pobre familia de pastores, y al ser bautizado le llamaron Domingo. El niño Domingo Peroni era piadoso, amable, y exacto en el cumplimiento de sus deberes. Su oficio de pastorcillo le dejaba tiempo libre para su afición preferida: grabar con una cuchilla los anagramas de los Santísimos Nombres de Jesús y María. Por la pobreza familiar no estudió, y solo aprendió a leer para aprender el catecismo. La leyenda cuenta que su padre, a base de esfuerzo, pudo comprar unos novillos salvajes, y con temor se los encomendó al niño. Los llevó al campo el pastorcillo y los animales, amansados por las oraciones de Domingo, no atacaron a nadie y pacían tranquilamente, como si ovejas fueran.
Cuando creció, se hizo amigo de todos, y no porque condescendiera a los vicios y travesuras de los jóvenes, sino todo lo contrario, porque aconsejaba con prudencia, llamaba la atención y reconvenía con severidad cuando era necesario. Y es que primero daba ejemplo. Y aún si necesitaba sacar a alguno de un sitio peligroso o llevarle a confesar, hacer frente a una calumnia o un pecado, no dudaba en usar los puños si era necesario. Era asiduo de la iglesia de los frailes capuchinos, donde oía misa diariamente y mantenía coloquios espirituales con los frailes. Allí conoce los ejemplos de San Francisco (4 de octubre; 17 de septiembre, la Impresión de las Llagas; 25 de mayo, traslación de las reliquias), San Félix de Cantalicio (18 de mayo) y San Serafín de Montegranario (13 de octubre), muerto el mismo año que nació nuestro joven. Conoce de los esfuerzos misioneros de San José de Leonisa (4 de febrero) y del glorioso martirio de San Fidel de Sigmaringen (24 de abril).
Así que, enamorado de la vida capuchina, luego de pedir permiso a sus padres y con el júbilo de los frailes, Domingo entra en el noviciado de Corinaldo, tomando el hábito y llamándose desde entonces fray Bernardo de Offida (en los capuchinos era costumbre ponerse de apellido religioso el sitio de nacimiento). No piensa el novicio Bernardo dedicarse a los libros, la misión o las grandes hazañas. Le basta el crucifijo de la celda, la imagen de la Purísima y sus deseos de ser santo. Es obediente, casto y pobre hasta los extremos. Las asperezas y penitencias se le hacen pocas y fáciles. Solo le costó al inicio el interrumpir el sueño para cantar maitines a medianoche. Pero pronto lo venció y ni siquiera esperaba el llamado, sino que era el primero en llegar al coro.
Profesó en 1627 como hermano lego, buscando siempre los trabajos más humildes, donde menos destacara. Y no rehuía trabajo alguno por penoso que fuera. Pero esa prontitud y destreza para todo trabajo manual lograba siempre la admiración de todos, cosa que lloraba por las noches en la celda. Cuando le enviaban a la enfermería, era cuando único hablaba más de lo permitido, por consolar a los enfermos les distraía, les guardaba frutos, algún dulce, y vino de excelente calidad, siempre sin faltar a la regla. Se esmeraba en lavarles, alimentarles, curarles. Y los enfermos, claro, siempre querían que fuese él el enfermero. También fue limosnero del convento, y de las limosnas conseguidas para los frailes, siempre reservaba la mejor parte para los pobres. Y tanta es su caridad que llega a obrar milagros: multiplica el pan para la multitud de pobres que se acercan al convento, o convierte el agua en vino por caridad con unos albañiles. En la huerta tiene un sitio reservado para los pobres, lo que al hermano hortelano le parece un despropósito, por lo que un día desbroza la tierra y esparce todas las plantas medicinales y las hortalizas. Bernardo pide permiso al superior para arreglarlo y al obtenerlo, replantó todo, y a la hora todas las plantas estaban florecidas o con frutos, aún sin ser de temporada. Otro milagro clásico que se cuenta de él es el típico "milagro de las rosas": Ante unos frailes celosos de su caridad que le inquieren lo que lleva en la manga del hábito, el santo la sacude y caen rosas.
El milagro de las rosas.
Además, poseía espíritu de profecía, don de conciencia, y siempre sabía dónde se hallaba un niño o un animal extraviado. Pero además, sin haber gobernado más que a sus ovejas en oda su vida, el beato Bernardo tenía un gran don de consejo y discernimiento del cual se servía hasta el obispo, que le consultaba las decisiones más importantes sobre el gobierno de la diócesis. La moral del clero y los fieles, los negocios, la formación… todo pasaba por la celda de Fray Bernardo. Y no solo eso, sino que de algunos países europeos le llegaron peticiones de consejo por medio de los embajadores.Tenía el santo religioso una altísima oración, pues en breve había escalado las cumbres de la mística de manos de su crucificado. Siempre tenía el Nombre de Jesús en la boca y siempre repetía y enseñaba jaculatorias. Gastaba largas horas delante del Sacramento y su confianza en la Virgen Inmaculada era ilimitada. Tuvo éxtasis y grandes consuelos en la oración.
Y así, amado por todos, especialmente los niños y los pobres, llegó Fray Bernardo a los 90 años, muchísimos para el siglo XVII. Y continuaba trabajando, orando, socorriendo pobres, haciendo milagros y dando consejos. Pero a inicios de agosto de 1694 tuvo un mareo, una caída que terminaron en una parálisis parcial. Guardó cama y la noticia corrió por toda Offida y pronto comenzaron las visitas de los amigos, parientes, nobles, pobres… cuando el pobre religioso solo quería estar en paz con Cristo, pero a todos atendía con caridad y paciencia. El 22 de agosto recibió el Viático y pidió permiso a su Padre Guardián para irse al cielo, el cual se la concedió, luego de pedirle que bendijera a todos. Así lo hizo y luego de una oración, expiró, luego de 68 años vistiendo el hábito capuchino. Los funerales duraron teres días, y hubo que custodiar el cuerpo ante la avalancha de fieles y de devotos exagerados, que le habrían arrancado su poblada barba si hubieran podido. Fue enterrado en la iglesia conventual, donde se veneran sus reliquias. Fue beatificado por el papa Pío VI el 25 de mayo de 1795.
Fuente:
-http://www.franciscanos.org/prudencio/bernardo.html
A 22 de agosto además se celebra a San Hipólito, obispo y mártir.