No solo es difícil aprender esto, sino que en seguida se olvida. En cuanto la situación cambia un poco piensas que esta vez sí hay algo que hacer. Al final, tras casos y casos de intentar hacer entrar en razón a personas que no hay forma de que entiendan nada, comprendes que cada uno es dueño y responsable de su propio bienestar y que si les da un ataque al corazón, se quedan completamente solos en el mundo o se cogen sífilis no es culpa ni asunto tuyo. Qué obvio y qué difícil es de aceptar.
Además, digerir esto tiene un problema asociado, y es que si comprendes que la felicidad de los demás es su responsabilidad, te toca entender que tu propia felicidad es efectivamente cosa tuya también. Y eso significa que la inmensa mayoría de los aspectos que te van mal en la vida podrías solucionarlos, o al menos intentarlo. Y qué queréis que os diga, quejarse es mucho menos cansado que tomar cartas en el asunto, así que darse cuenta de esto no hace ninguna gracia.
Y bueno, os cuento todo esto porque es lo único útil que se puede sacar en claro de Beautiful Boy (ID, Felix Van Groeningen, 2018), que cuenta la historia real de como David Sheff (Steve Carell) lidia como puede con el hecho de que su hijo Nic (Timothée Chalamet) se meta todas las drogas del mercado.

La peli parece un anuncio largo sobre lo malo que es fumarse hasta la pajita del frappuccino, así que no está mal pero si no la veis no os perdéis nada, pero es un buen recordatorio de todo lo que cuento arriba.
Así que no sé. Ayudad a todo el que podáis, pero no os martiricéis por los fracasos ajenos porque, como digo al principio, no se puede ayudar a quien no quiere que le ayuden.
Y no os droguéis.
p.d. Podéis ver en la rueda de prensa al director y a Chalamet, con su megafalsa imagen de adorable chico tímido (que igual es así de verdad, pero no sé, a mí me ha resultado más falso aquello que el beso de Judas. Juzgad vosotros).