Yo no estaba ni a favor ni en contra, creo que cada hijo es único en su especie y se debe tomar la decisión en función de su propia personalidad. No podemos demonizar un objeto porque sea malo, el objeto nunca es malo, es el uso que se le da al objeto el que puede ser perjudicial para la salud de alguien.
Así que yo, encantada de la vida con las siete mil muestras de chupetes que tenía, empecé mi campaña de prueba de chupetes.
Los rechazó todos, los de silicona, los de látex, los anatómicos, los ergonómicos, los de colores y los de sin colores. ¡Todos!
Y aquí queda la historia de los chupetes. Porque no os penséis que no insistí… A los seis meses compré los de “a partir de seis meses” y volví a la carga. Pero nada… ningún interés. No mostraba cara de asco ni nada, simplemente chupaba un poco y luego lo escupía, le parecía muy divertido escupirlos.
Y es que cuando no hay manera… no hay futuro.
¿Cómo veo yo el chupete? Pues como he dicho antes, igual que cualquier objeto, es una herramienta más que se nos ofrece a los padres que si nos concienciamos para usarla correctamente puede conllevar muchos beneficios, pero si el uso es indiscriminado puede traer sus duras consecuencias también.
Yo echo de menos su uso como tranquilizante para Bebé Fúturo. Aunque es un niño esencialmente tranquilo, a la hora de dormir se vuelve muy inquieto porque se resiste naturalmente al sueño. Sólo se tranquiliza a la teta y ya estamos en esa fase en la que la teta le gusta, pero si escucha algo interesante, se levanta, observa, mira y cuando considera que todo está controlado, se tira (literalmente) de nuevo a por la teta. Quizás un chupete le permitiría tranquilizarse mientras controla su espacio y le deja entrar en una fase de sueño de forma más paulatina.
Ojo, ¡yo encantada con que prefiera la teta! Pero a veces tiene que dormirse sin yo estar presente… y ahí es difícil darle teta ninguna. Me encanta que yo sea su centro de entretenimiento particular favorito.