Había una vez un hermoso caballo que vivía libre en el bosque. Este caballo se llamaba Narel. Nada más salir el Sol y en el rosa y púrpura ocaso a Narel le gustaba acercarse al estanque de aguas cristalinas y nenúfares para degustar su limpia agua mientras mil mariposas le hacían cosquillas en su preciosa crin. Un amanecer cualquiera, como todos los días, Narel se encontraba en el estanque bebiendo cuando apareció un cerdo que con sus sucias patas empezó a escarbar en en el lodo enturbiando las aguas y molestando a Narel. Esto ocurrió durante varios días y el puerco no cesaba en su afán de remover la tierra contaminando el excelente agua que el precioso caballo solía degustar. Entonces, Narel, cansado, pidió ayuda a un hombre. Ambos se aliaron y llegaron a un trato. El hombre se desharía del maldito cerdo si Narel le permitía montar en su lomo a lo que Narel accedió.
Sin ningún tipo de escrúpulo el hombre, de un tiro, mató al animal. Narel quedó asombrado pero cuando realmente se lamentó y sintió que no debería haberse quejado fue cuando el hombre le puso montura y espuelas dominándole como su caballo que le llevaría a donde él quisiera y se le antojara perdiendo así Narel su libertad.
Esta narración nos enseña a saber apreciar lo que tenemos aunque no sea perfecto o tenga sus fallos, a valorar las cosas aún con sus inconvenientes y no quejarnos porque si lo hacemos quizá sea mucho peor.