Bebo Valdés, grandes manos y amplia sonrisa.
¡Qué más se puede pedir!
Dio su último acorde. Yo me lo imagino en tono mayor, alegre, ese que nos dice que después de una canción seguirá otra. Queda para siempre su sonido. Siento debilidad por Bebo Valdés, más allá que por su música por su vida. Él porque vivió tres vidas en una. Dice una historia que durante su destierro de su Cuba natal enfermó. El médico que lo vio le dijo que no podría tocar más el piano a lo que él contestó, Únicamente muerto. Abandonó Cuba por discrepancias con el régimen a principios de los 60, allí dejó mujer y cinco hijos (entre ellos Chucho) y se exilió en Estocolmo después de dar tumbos por varios países. Allí se volvió a casar y permaneció treinta años casi en el anonimato, para renacer en los años noventa y dejarnos, a otra generación de admiradores, la oportunidad de disfrutar de su música.
El pasado viernes murió. Dicen que cambiará el calor de Benalmádena, donde se había instalado los últimos años, para descansar el sueño eterno en Estocolmo al lado de su esposa Rose-Marie que murió el año pasado.
Dos vidas en una. Qué envidia. Bebo nos enseñó que, mientras el cuerpo aguante, siempre hay tiempo para estar vivo.
Obsesión, Con Bebo Valdés y Diego El Cigala.