
Son difíciles de encontrar instantáneas del antiguo Café Begoña, antes La Aurora, que compitió en desigualdad de condiciones con el Dindurra, que fue siempre el hermano rico. Al lado, una tienda de ultramarinos, regentada por un matrimonio que también tomaba café con Galache, el propietario, especialista en unos churros de forma imposible que servía en una barra demasiado alta, invitando a despachar pronto el desayuno o la merienda.
Como se ve en la imagen, aún circulaban automóviles por el Paseo de Begoña, mientras Alejandro Pumarino jugaba en aquellas aceras bajo la antenta mirada de sus padres, que repartían algún cachete cuando uno se excedía en las atribuciones propias de la edad; en aquel café aprendió a mover las fichas de ajedrez mientras los domingos por la mañana se tonificaba con un vino quinado, muy de moda en aquellos tiempos para los chiquillos.
Es la única fotografía en color que encontré del local, en la que ya se ven los anuncios de la construcción próxima, como esquelas que certifican la defunción del establecimiento. Vi a Galache muchos años más, paseando por el centro de Gijón, hasta bien pasados los noventa, conservando el carácter jovial y parlanchín de aquel tiempo en el que dirigía un café con mesas de mármol, como el de Dª Rosa en La Colmena, pero con más humor y, desde luego mucha menos mala baba.
Gracias a Gijón en el Recuerdo por la instantánea.
