El City Hall, en Donegal Square, Belfast, county Antrim,
Irlanda del Norte.
(JMBigas, Agosto 2009)
Lo mismo sucede con Belfast. Quien no la ha visitado hablará de ella como si fuera una única palabra, y sólo se permitirá la frivolidad de escoger una pronunciación como palabra aguda (Belfást) o grave (Bélfast). Quien la ha visitado, tenderá a pronunciarla como si fueran dos palabras, las dos acentuadas, algo así: Bél Fást. Abriendo bien la boca para que la e suene muy musical.
En el marco de un recorrido por Irlanda en coche, en Agosto de 2009, le di la vuelta a la isla en el sentido de las agujas del reloj: Dublín, Cork, Galway, Donegal Town, Belfast, Dublín.
Con ocasión de la primera visita de un monarca británico a Irlanda en cien años, en Mayo de 2011 aproveché la ocasión para contaros un poco de la historia reciente de la isla, los antecedentes de su partición, y los conflictos latentes que todavía burbujean en esa región.
Estos días, se ha celebrado en Belfast una de esas reuniones del G8, donde hay mucho poder dentro y mucho disturbio fuera. No sé si de esta reunión habrá salido algo positivo para la gente, o será como de costumbre.
Pero al hilo de que Belfast está en los periódicos estos días, voy a aprovechar para contaros algunas experiencias que viví en la zona, durante ese viaje.
Mi última etapa antes de entrar en Irlanda del Norte fue Donegal Town, en county Donegal. Este condado, junto con los de Cavan y Monaghan, formaban parte de la provincia irlandesa tradicional del Ulster, pero tras la partición quedaron formando parte de la RoI (Republic of Ireland), porque los políticos estimaron que el balance de fuerzas entre los unionistas y los republicanos no estaba claro, y prefirieron dejar las cosas como estaban.
Belfast Wheel, una noria grande instalada en el centro
de Belfast, la Donegal Square.
(JMBigas, Agosto 2009)
En un barecito rural del county Donegal, tuve ocasión de mantener una breve conversación con la señora que lo regentaba. Con más temor que vergüenza, le interrogué para conocer su opinión sobre la partición. Su respuesta, sin duda tamizada por la edad y los muchos años de convivir con una cierta situación, fue de este tenor: Mire, yo soy profundamente republicana, pero, a fin de cuentas, todos somos irlandeses. Y no tiene ningún sentido que cuando requerimos aquí de una visita al hospital, tengamos que recorrer los doscientos kilómetros hasta Dublín, cuando (London)Derry o Belfast están a sólo unas docenas de kilómetros.
Avanzando con el coche por las carreteritas del norte, en un cierto momento uno cruza desde la RoI a la provincia británica de Irlanda del Norte. No hay ni frontera ni indicación especial de ello. Sólo algún panel indicador de que aquí las distancias se cuentan en millas.
Tenía previsto pasar mis dos últimas noches en Irlanda en la ciudad de Belfast, de modo que dispusiera de un día completo para recorrer un poco los alrededores y las zonas costeras al sureste de la capital. Escogí para pernoctar el Malmaison Hotel, un hotel de diseño (también llamado boutique hotel) que ocupa un antiguo almacén de cereales, en Victoria Street, relativamente próximo a la zona portuaria. Uno se da cuenta de que se trata de un hotel de diseño, porque al entrar buscando la recepción, al final había que sentarse en una mesita frente a una de las empleadas, porque eso era la recepción del hotel. El hotel no disponía de aparcamiento propio, pero a no más de cien metros de distancia hay un gran centro comercial (Victoria Square) con un aparcamiento enorme, muy baratito para dejar el coche por la noche, aunque bastante caro en horario comercial.
Victoria Street, Belfast. El segundo edificio de la derecha
es el Malmaison Hotel.
(JMBigas, Agosto 2009)
Llegué a Belfast el martes 18 de Agosto de 2009, hacia las seis de la tarde. Tras tomar posesión de la habitación del hotel y demás, salí para dar un paseo y buscar un restaurante donde cenar, ya que casi no había comido nada desde el desayuno en Donegal Town.
A unas pocas manzanas de Victoria Street está Donegal Square, que pasa por ser el centro neurálgico de la ciudad de Belfast, donde está, por ejemplo, el City Hall (Ayuntamiento). Es un paseo de menos de 15 minutos. Vi muy poca gente por la calle, lo que atribuí a que ya había cerrado el comercio.
Pero encontrar un restaurante fue un empeño mucho más complicado de lo que nunca hubiera podido imaginar en una ciudad europea. Hice varios intentos, pero todos resultaron fallidos. En una especie de pub, me dijeron que la comida la servían en el comedor del piso de arriba, pero que estaba cerrado (cuándo abrían - si abrían alguna vez - es una pregunta que dejé en el tintero). En otro local, con mostrador y mesas, sólo había un grupito de chavales charlando entre ellos y bebiendo unas cervezas. Me acerqué al mostrador para intentar negociar algo para cenar, pero el que se acercó a atenderme, me pareció que se esforzaba para no entenderme, y me vino a decir como que la mera existencia de una cocina allí era pura ciencia-ficción. En fin, desistí un momento antes de que decidieran echarme por las bravas. No sé a qué se dedicaría ese local, pero la atención al cliente no parecía ser una de sus inquietudes principales.
En ese peculiar via crucis, con casi total ausencia de peatones por las calles y, por lo tanto, con nadie a mano para solicitarle información, iba pasando el tiempo y empecé a temerme lo peor. Por fin, coincidí en uno de los semáforos de Donegal Square (la plaza era permanentemente barrida por un viento bastante fresco) con una familia, muy evidentemente italiana, que parecía ya poseída por los demonios en su busca de un restaurante inexistente. Intercambiamos algunas frases y nos solidarizamos con las mutuas penurias.
Interior del Centro Comercial Victoria Square, Belfast.
(JMBigas, Agosto 2009)
De pronto, en uno de los portales que daba a la plaza, pude ver un panel donde se podía leer The Grill. Eso sonaba a manduca calentita. Pero el cartel indicaba que, por obras, el acceso a The Grill debería efectuarse por la calle lateral. A donde me dirigí a toda prisa, antes de que se arrepintieran. Allí, subiendo una escalera, acabé llegando a un comedor bastante grande y abarrotado de público (todo el que faltaba por las calles, a esa avanzadísima hora de las ocho de la tarde). Conseguí una mesa y creí que todas mis penas habían terminado, pero ignoraba que no habían hecho más que empezar.
Pedí un entrante ligero y una carne, con una copa de vino, creo recordar. El entrante apareció rápido, con la primera copa de vino. Conseguir una segunda copa fue una misión prácticamente imposible (los camareros iban y venían como poseídos, jurando una y otra vez lo que parecían incapaces de poder cumplir). Terminado el entrante, empezó la interminable espera por la carne. La reclamé no menos de media docena de veces. Finalmente, cuando conseguí hablar medio minuto con alguien que parecía tener un nivel algo superior de responsabilidad, me confesó todas sus penalidades: que con las obras ocupaban una zona no habitual y mucho más extensa; que las cocinas estaban donde siempre, y quedaban muy alejadas de la nueva ubicación del comedor; y que había algunas mesas con muchos comensales, que se llevaban casi toda la (escasa) atención de los atribulados camareros.
Estuve a un paso de levantarme e irme, pero recordé el fresco desierto
exterior, y decidí enrocarme, y ejercer mi derecho a que me acabaran
sirviendo la carne que había pedido, para poder terminar la cena.
Según parece, el restaurante forma parte de un hotel (muy discretamente, pues no me había dado cuenta hasta que me lo dijeron) y eran esclavos de decisiones que les desbordaban. En el Ten Square (número diez de Donegal Square), existe efectivamente un hotel, y The Grill es su restaurante.
Frente al Strangford Lough, en la Ards Peninsula,
county Down, camino de Portaferry.
(JMBigas, Agosto 2009)
Tras más de una hora de espera, acabó llegando la carne que, debo decirlo, estaba excelente.
Cuando conseguí terminar de cenar, volví paseando hacia el hotel, e hice una parada en un pub para tomar una cerveza, en la esperanza de que esos ambientes eran los únicos donde podría ver habitantes reales de Belfast. El pub en cuestión es un anexo del centro comercial Victoria Square, y en la barra había algunos bebedores solitarios, que llevaban adelante sus propios juegos y bromas con los camareros y camareras.
Me dio la sensación de que la región de Belfast debe estar muy altamente subvencionada, o incluso subsidiada, y buena parte de su población debe vivir directa o indirectamente del Estado, a través de algún tipo de prestación. La industria pesada que dio mucha actividad a la zona (por ejemplo, los astilleros de donde salió el Titanic) se ha ido desarbolando e inactivando, y la nueva Belfast, más orientada seguramente a servicios o al turismo, estaba todavía en perpetua construcción.
En resumen, una sensación ciertamente desazonante. Y eso sin moverse demasiado por la ciudad, manteniéndose por el centro en zonas bastante claramente protestantes, y sin ni siquiera acercarse a la zona de Falls Road, bastante más al oeste, que fue el centro de los peores conflictos durante The Troubles, los problemas que se prolongaron durante treinta años, desde 1968 hasta 1998. Belfast, por diversos motivos, ha sido una ciudad mártir en las últimas décadas. Durante la Segunda Guerra Mundial, en 1941, sufrió el peor bombardeo aéreo alemán (aparte de los de Londres), en el que murieron más de mil personas en una sola noche, y más de diez mil quedaron sin casas.
Sólo en el conocido como Viernes Sangriento de 1972, el IRA Provisional detonó hasta 22 bombas en el centro de la ciudad de Belfast, provocando nueve muertos. En conjunto, hasta 1.500 personas fueron asesinadas por la violencia política en Belfast, entre 1969 y 2001.
A tanta sangre derramada en el pasado reciente, se suma un conflicto que se adivina larvado, como ver ondear banderas británicas en muchas casas, apoyando una causa que se intuye muy discutida.
Pueblecito de Cloughey, county Down, en la
Ards Peninsula, al sureste de Belfast.
(JMBigas, Agosto 2009)
Supongo que tanto sufrimiento es inevitable que le deje a la ciudad una cierta pátina de tristeza, o casi mejor de ensimismamiento. Y un cierto recelo hacia el forastero, que nunca está lo suficientemente claro de qué lado está.
El día siguiente tuve una experiencia bastante más refrescante, ya que tuve ocasión de salir de la ciudad y realizar un amplio recorrido por las zonas del este y sureste de Belfast. Primero por la Ards Peninsula, al sureste, bañada al oeste por lo que es un golfo muy profundo, pero que casi parece un lago grande, el Strangford Lough. Y que, al este, se abre a mar abierto, más o menos frente al puerto escocés de Stranraer, invisible en el horizonte, pero a no más de 25 millas náuticas de distancia.
Pasé por paisajes idílicos, verdes y deliciosamente rurales. Aunque, eso sí, el día era, de nuevo, gris y lluvioso, aparte de bastante fresquito para ser mediados de Agosto. Así, tomé el camino de Portaferry, y luego hacia Cloughey, a mar abierto, y remontar la península por su parte oriental, hasta terminar en Bangor. Bangor es lo que los británicos llaman un seaside resort, prácticamente en las afueras de Belfast y, de hecho, se ha convertido casi en una ciudad dormitorio de mucha gente que trabaja en Belfast. De hecho, Bangor fue elegido como el mejor lugar para vivir en Irlanda del Norte.
Con las idas y venidas por zonas muy débilmente pobladas, se me había echado el tiempo encima. Ya eran las tres de la tarde, y no había comido nada desde el desayuno en el Malmaison Hotel de Belfast. A esa hora, cualquier intento de localizar un restaurante convencional, por ejemplo en Bangor, era una misión imposible. Pero tuve suerte y en Groomsport, muy cerca de Bangor, vi un pequeño aparcamiento junto a un edificio rotulado como Stables, donde claramente se decía: Food served from noon to 9pm non-stop.
Bahía de Bangor, county Down.
(JMBigas, Agosto 2009)
Stables fue mi salvación. Haciendo gala de su eslógan, me sirvieron a esa avanzada hora un suculento plato de pescado, acompañado de una botellita de vino blanco (de origen desconocido, por supuesto). Comparado con la amenaza del ayuno, fue como una bendición del cielo.
Volví luego hacia Belfast, porque quería visitar una librería del centro, para comprar algunos libros que me ilustraran sobre el atormentado pasado de la ciudad y del Ulster en general. Pero esa tarde fue la más lluviosa de toda mi estancia en Irlanda. Y debo decir que en los ocho días que estuve en la isla, ni un solo día no vi llover, a una hora u otra. Pero esa tarde en Belfast se puso a llover con bastante intensidad, y durante un buen rato.
Sin embargo, pertrechado con un paraguas, pude visitar la librería, tal y como era mi intención, y todavía me quedó humor para montar en la Belfast Wheel, una noria gigante (bueno, bastante grande) instalada en Donegal Square, ignoro si de forma permanente o sólo temporal. Creo que fui prácticamente su único cliente en esa tarde inclemente. De recuerdo han quedado algunas fotografías desde la cabina de la noria, donde lo que más se ve son los cristales mojados.
De vuelta al hotel, ya tenía claro que, para cenar, ese día me iba a refugiar en el centro comercial, en Victoria Square, tras la mala experiencia de la víspera. Y allí acabé en un Pizza Hut, que resultó conveniente. Antes de volver al hotel, me tomé una o dos cervezas en el pub anexo que ya conocía del martes, sólo para confirmar mis impresiones previas.
Restaurante "Stables" en Groomsport, "food served from
noon to 9pm non-stop". Mi salvación para el almuerzo.
(JMBigas, Agosto 2009)
El día siguiente, jueves, debía abordar un avión para volver a Madrid, en el Aeropuerto de Dublín, a primera hora de la tarde. Tenía por delante un par de horas de ruta.
En los primeros días de rodar por Irlanda, tuve un incidente con el GPS que me había traído de casa, un tomtom GO910. De repente dejó de ponerse en marcha, y se quedó muerto. Yo había olvidado que esos dispositivos tienen, en alguna parte, un botoncito de difícil alcance, para resetear el bicho. Habitualmente, eso funciona, porque los problemas aparecen por un crash del software. Dándolo por perdido, en Cork tuve que visitar una tienda del ramo, y comprar el GPS más baratito que encontré, con la cartografía de Irlanda. Me hice con un modelo modestito de Garmin, con el que fui completando el recorrido.
Pero la mañana de ese jueves, con el trasiego de mover el equipaje para la vuelta a casa, entre el Malmaison Hotel y el parking del Victoria Square, de repente el Garmin literalmente desapareció. No sé aun hoy qué pasó con él. No creo que me lo robaran, porque nadie pasó lo suficientemente cerca. Pero entre la maleta, las bolsas de mano, y el meter y sacar equipaje del maletero de un coche de alquiler, se desvaneció. Cumplió su cometido, y se volatilizó. Afortunadamente, cuando llegué a casa, le apliqué una aguja fina al botoncito de reset del tomtom, y lo recuperé sin daños permanentes.
La carretera que une Belfast con Dublín es una de las principales de Irlanda, ya que discurre por un corredor en el que vive más de la mitad de la población de toda la isla, y une sus dos ciudades más populosas. Cuando pasé por ella, era una sucesión de obras de mejora en el lado de Irlanda del Norte, mientras que en la zona más al sur, ya en la República de Irlanda, se había convertido en una autovía bastante decente. La sorpresa fue que, sin haberlo advertido (por lo menos yo no era consciente de saberlo), esa autovía resultó ser de peaje. Y de repente llegó la zona de cabinas donde había que pagar 1,90€ de peaje. Y, curiosamente, sólo se podía pagar en efectivo y en euros, sin posibilidad de pago con tarjeta de ningún tipo ni con libras esterlinas. Me pareció una poco sutil venganza (o mejor, pequeña maldad) contra los vecinos del norte.
En el Aeropuerto de Dublín devolví el coche de alquiler, y tomé el avión que me devolvió a Madrid y a mi casa.
Aparte de las fotografías que he escogido para ilustrar este artículo, podéis ver una colección más completa, de 27 fotografías, pinchando en la foto del City Hall.
Belfast y Alrededores
JMBA