Revista Opinión

Bélgica, corazón del yihadismo europeo

Publicado el 09 noviembre 2017 por Juan Juan Pérez Ventura @ElOrdenMundial

Bélgica carga con el desgraciado apelativo de “corazón del yihadismo europeo”. La preocupación no es gratuita: no solo es el país de la Unión que más yihadistas ha exportado a Siria en relación a su población, sino que Bruselas parece haberse convertido en un centro de operaciones para los atentados yihadistas en el continente. Este artículo se propone analizar las razones por las que este pequeño país se ha convertido en el granero de la yihad en Europa.

Poco después del atentado de noviembre de 2015 en París —que dejó 130 víctimas en la sala Bataclan y otras localizaciones de la ciudad— un tertuliano de la radio francesa RLT ironizó proponiendo que el Gobierno francés bombardeara el barrio bruselense de Molenbeek en vez de Raqa, la ciudad siria capital del autoproclamado califato del Dáesh. No en vano, el ataque fue ideado en Siria pero organizado y llevado a cabo por una célula con base en Molenbeek y compuesta en su mayoría por ciudadanos franceses y belgas.

Para finales de 2015, los reiterados golpes del terrorismo yihadista sufridos en Europa en los últimos tiempos habían empujado a la sociedad a una necesaria reflexión colectiva más allá de la condena y el luto por las víctimas de la violencia fanática: los perpetradores no eran extranjeros, sino conciudadanos, frecuentemente nacidos en el mismo país en el que después atentan. Al ejemplo de la noche de Bataclan se podrían añadir el ataque contra la redacción de la revista Charlie Hebdo, también en París; el posterior atentado de marzo de 2016 en Bruselas, o el atentado de Londres de 2005, por nombrar solo algunos de los más remarcables.

A resultas de la masacre de París, el primer ministro belga se vio forzado a reconocer que, si se estudian los atentados yihadistas en el continente en la última década, “casi siempre hay una conexión con Molenbeek”. Incluso algunos de los yihadistas que idearon y participaron en el 11M en Madrid en 2004 —el atentado yihadista más sangriento que ha sufrido Europa hasta la fecha— pasaron por el barrio bruselense.

La relación de Bélgica con el yihadismo no es reciente. Ya en los años 90, el país se convirtió en un centro logístico para el terrorismo del Grupo Islámico Armado en la época de la guerra civil en Argelia. Los cuadros de esta organización serían el germen de la filial de Al Qaeda en el Magreb Islámico, a la que también se uniría el Grupo Islámico Combatiente Marroquí. Durante los 90 y primeros 2000, Bélgica se convirtió en un santuario para yihadistas de Al Qaeda —a menudo de origen magrebí— en el centro de Europa occidental.

Bélgica, corazón del yihadismo europeo
Número de yihadistas que han viajado a Siria o Irak por país europeo. Fuente: The Economist

Sin embargo, fue solo con la escalada de la guerra en Siria y la proclamación del califato por Dáesh en 2014 cuando Bélgica —y no solo Molenbeek— se convirtió también en un polvorín de yihadistas. Alrededor de 600 han viajado a luchar a Siria —de los que se tenga constancia—, la cifra más alta en proporción a la población de todos los países de la UE. Más que ningún otro país, Bélgica se ha convertido, pues, en el corazón del yihadismo europeo.

¿Quién se radicaliza?

Bélgica es un país multicultural. Además de su particular estructura étnico-territorial, cuyo impacto en este asunto no es menor, en ella viven inmigrantes de todo el mundo, que llegaron y todavía llegan motivados por las oportunidades y la calidad de vida que ofrece Europa occidental. A esto hay que añadir también que Bruselas ostente la capitalidad oficiosa de la Unión Europea, lo que indudablemente atrae a ciudadanos de orígenes diversos.

Aunque el Gobierno belga no ofrece estadísticas oficiales sobre la confesión religiosa de su población, por lo que resulta difícil dar una cifra actualizada y fehaciente, se calcula que la población musulmana en Bélgica ascendía en 2010 a alrededor de 632.000 personas, un 5,9% de una población de 10,71 millones. En torno a 400.000 son de origen marroquí —el 60%— y unos 200.000 de origen turco —un 31%—, con lo que más del 90% de los musulmanes belgas son de origen marroquí o turco, ya sean inmigrantes o descendientes de estos. Entre los pocos restantes no destaca ninguna otra nacionalidad, aunque se debe incluir también un número reducido de belgas de origen europeo cristiano convertidos al islam.

Las comunidades marroquís y turcas llegaron al país en un contexto de considerable demanda de mano de obra barata por parte de la industria pesada y la minería a principios de los años 60, cuando también emigraron a este y otros países del entorno trabajadores del sur de Europa, como italianos o españoles. Desde entonces, ciudadanos de ambos países han seguido llegando a Bélgica a causa del efecto llamada y animados por los lazos familiares que muchos tienen allí.

Para ampliar: “La Francia del Corán”, Alejandro Maroño en El Orden Mundial, 2017

Sin embargo, en torno a un 80% de los belgas que han viajado al extranjero a hacer la yihad son de origen marroquí; de los restantes, un 6% son conversos, número no muy significativo en términos cuantitativos, pero sí interesante como dato sociológico. Dicho de otra forma, los turcos no se radicalizan, mientras que los marroquíes son más proclives a hacerlo.

Los motivos, que se entienden mejor usando la comparación entre ambas comunidades, son diversos y de profundo calado. En primer lugar, la influencia del sufismo contribuye poderosamente a la moderación del islam turco, cuya vertiente política además ha estado durante décadas anulada por el peso del secularismo europeísta que impuso Kemal Atatürk. En contraposición, la escuela de Derecho islámico predominante en Marruecos es la malikí, caracterizada por un entendimiento tradicional del islam.

Por otro lado, compartir idioma con la comunidad de acogida —al menos uno de ellos: el francés— tiene el paradójico efecto de aumentar la frustración entre los marroquíes, ya que la expectativa de una integración fácil en la sociedad belga gracias a la lengua común y su posterior desengaño contribuye a que se sientan significativamente más discriminados que los turcos, que no parten de esa esperanza.

Bélgica, corazón del yihadismo europeo
La Gran Mezquita de Bruselas es la mayor mezquita de Bélgica y está gestionada desde su fundación en 1978 por Arabia Saudí tras una cesión del Gobierno belga. Fuente: Stephane Mignon (Flickr)

El aspecto capital es, no obstante, el de los centros de culto. Las mezquitas turcas están financiadas y controladas por el Diyanet —Ministerio turco de Asuntos Religiosos—, con lo que la interpretación del islam que se ofrece en ellas sigue la línea oficial del Estado turco. Por el contrario, los marroquíes se han visto durante décadas expuestos al wahabismo saudí, presente en Bélgica desde los años 60 gracias a un acuerdo entre ambos Gobiernos.

Desarraigo

Con todo, nada de lo anterior es motivo suficiente por sí solo para llevar a un joven a la yihad. Incluso aceptando que la comunidad belgo-marroquí fuera más proclive que otras a la radicalización, solo una fuerte sensación de frustración y desarraigo puede explicar el fenómeno.

Las condiciones socioeconómicas son un aspecto clave. Según un estudio de la Fundación Rey Balduino del año 2009, un 42% de los jóvenes de origen marroquí dice tener dificultades para encontrar trabajo en Bélgica y un 62,5% afirma sentirse discriminado a la hora de buscarlo; de los que lo tienen, un 40% cree que su estatus laboral no se adecúa a sus estudios. Y no puede afirmarse que estén peor preparados que el resto: en Bélgica un 40% de los marroquíes, cuatro puntos por encima de la media nacional, tienen estudios superiores —formación profesional o grado universitario—, frente al 24,5% de los turcos. De hecho, una de las razones que empujan hoy a los marroquíes a emigrar a Bélgica es precisamente estudiar.

A la hora de cobrar, el 46% cobraba menos del sueldo mínimo —1.390 euros al mes en 2009—, otro 32% no llegaba al sueldo medio —en torno a 3.500 euros mensuales— y solo un 2,2% cobraba por encima del sueldo medio. Aunque la reedición del estudio en 2014 demostró que estos datos han mejorado, aún entonces un 22,3% estaba en paro, frente al 8,5% general de Bélgica.

A los condicionantes socioeconómicos debe añadirse el desapego con la comunidad propia. La brecha generacional es clara entre los que emigraron a lo largo de la segunda mitad del pasado siglo y quienes ya han nacido en Bélgica. Estos jóvenes a menudo solo hablan francés y nunca han pisado Marruecos. Su estilo de vida y sus valores difieren de los de sus mayores.

Bélgica, corazón del yihadismo europeo
La bandera negra de la yihad ondea en el Palacio Real belga. Montaje de
Sharia4Belgium. Fuente: Creeping Sharia

Esta quiebra se manifiesta sobre todo en las mezquitas, cuyos imanes suelen ser ancianos con un discurso tradicional que solo pueden ofrecer en árabe y que resulta poco atractivo las nuevas generaciones. A consecuencia de ello, no reciben las enseñanzas del islam tradicional —no violento— característico de su comunidad y quedan expuestos a tendencias más fundamentalistas.

Conviene recordar, eso sí, que estos jóvenes no suelen ser particularmente religiosos. Según datos del mismo estudio, solo un 10% de los encuestados va a la mezquita a diario y un 34,7% va solo los viernes. Aun así, mantienen la religión como un aspecto muy importante de su identidad, como forma de reafirmación ante la cultura autóctona belga.

Perdida la conexión con su propia comunidad y víctimas de una discriminación basada en su nombre o color de piel, la sensación de desarraigo es frecuente entre los jóvenes belgo-marroquíes, que no se sienten identificados del todo con ninguna de las dos identidades. Los datos de una encuesta de 2013 —realizada solo en la región de Flandes y a musulmanes en general— son significativos: aunque el 90% de los encuestados tenía la nacionalidad belga, el 60% piensan que nunca se sentirán integrados.

Es entonces cuando el camino de la yihad se presenta a los jóvenes belgo-marroquíes para ofrecer un nuevo y elevado sentido para su vida y el abrazo de una comunidad fuertemente unida y motivada. Porque la radicalización empieza a menudo vía internet, pero germina sobre todo de la mano de amigos y compañeros del barrio que comparten horas muertas y pocas perspectivas de futuro.

De hecho, se ha comprobado que el mito del lobo solitario que se radicaliza a través de las redes es una rareza; lo habitual es que la radicalización se haga de manera colectiva en cafés y mezquitas clandestinas del barrio y que este grupo de amigos —en ocasiones hermanos o primos— acabe operando, atentando e incluso muriendo al mismo tiempo. Es así como Molenbeek, un barrio superpoblado y empobrecido de mayoría musulmana en el centro de Bruselas, se ha convertido en centro de la yihad europea.

Para ampliar: “El viaje al terror de los hermanos Abdeslam”, Pablo R. Suanzes en El Mundo, 2015

Este es el caldo de cultivo adecuado para la explosión de radicalización que se vivió en Bélgica a partir de 2011 en adelante —a resultas de las revueltas árabes y, en especial, a medida que la guerra de Siria se agravaba, con el acicate final de la declaración del califato de Dáesh en 2014— y que trajo numerosos atentados yihadistas en suelo europeo, con cientos de víctimas. Pero podrían encontrarse problemas similares en países del entorno, como Francia o Países Bajos. ¿Qué explica entonces que Bélgica esté a la cabeza en número de yihadistas?

La particularidad belga

A raíz de los atentados de 2015 y 2016, se extendió en Europa la crítica hacia las instituciones belgas por su deficiente respuesta a un yihadismo que crecía en su territorio para luego atentar dentro y fuera del país. La manifiesta incapacidad de las autoridades belgas para luchar contra el terrorismo tiene mucho que ver con su ordenamiento territorial, basado en una división administrativa del país en dos mitades con gran autonomía y que da como resultado grandes ineficiencias. Valga de ejemplo que Bruselas cuente con seis cuerpos de policía local distintos —que a menudo trabajan unos de espaldas a los otros—, además de la policía federal.

Para ampliar: “Bélgica, ¿un Estado fallido en Europa?”, Abel Gil Lobo en El Orden Mundial, 2017

Si bien la torpeza del Estado dificulta la respuesta al yihadismo, es otra consecuencia de esta profunda división étnico-territorial lo que está, en parte, en la raíz del problema. Años antes de que cualquier otro partido de ultraderecha tuviera un peso importante en Europa occidental, en 2004 el Bloque Flamenco se convertía en la segunda fuerza política del Parlamento regional flamenco con el 24,15% de los votos, solo dos puntos por debajo de los democristianos.

Este partido, asentado plenamente en la política flamenca desde finales de los años 80, combina nacionalismo flamenco —aboga por la independencia de Flandes del resto de Bélgica— con un marcado discurso xenófobo, tanto que el Bloque fue ilegalizado en 2004 por racismo y refundado después con el nombre de Interés Flamenco (VB por sus siglas en neerlandés). Para dar una idea del nivel de apoyo que este discurso tiene en Flandes, VB obtuvo en 2006 un resultado del 33,5% en las elecciones municipales en Amberes, su feudo y la segunda ciudad más poblada del país.

Este movimiento político, enraizado en la división interna del país y en el desapego de parte de los flamencos al resto de belgas, añadió muy pronto a su ideario un rechazo generalizado hacia los inmigrantes extranjeros y, muy especialmente, a los musulmanes, incluso cuando el yihadismo local era todavía un problema pequeño y localizado.

Para ampliar: “El fantasma de la media luna en Europa”, de Fernando Arancón en El Orden Mundial, 2017

Es precisamente en Amberes donde germinó Sharia4Belgium —‘Sharía para Bélgica’—, una organización salafista que defendía la necesidad de establecer un Estado islámico en Bélgica y responsable del adoctrinamiento de decenas de jóvenes belgas y su posterior unión a la yihad en Oriente Próximo.

Bélgica, corazón del yihadismo europeo
Número de radicalizados por región belga. Fuente: Hate Speech

La presencia en Flandes de un discurso potente y continuado de rechazo hacia el inmigrante y los valores islámicos desde hace años no puede disociarse de la posterior aparición de jóvenes radicalizados en la misma región. Los dos principales focos de radicalización en Bélgica son, de hecho, Bruselas, Amberes y el eje de poblaciones entre ambas urbes.

La división étnico-territorial de Bélgica y sus consecuencias en la arena política flamenca contribuyen así a crear un escenario propicio para la radicalización del que no puede encontrarse otro caso equiparable en países del entorno. Y, en efecto, ninguno de ellos tiene tales cifras de radicalizados a pesar de que compartan a grandes rasgos el resto de los condicionantes.

Es así como el factor de la xenofobia arraigada en la sociedad de acogida, que probablemente por sí solo no habría sido suficiente, unido al resto de aspectos comentados, ha convertido Bélgica en el granero del yihadismo europeo.


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