Quienes no creen a Zapatero son unos bellacos. Malos, pícaros, ruines, como define la Academia este género de indeseables.
“Decir que he hecho recortes sociales es de bellacos”, ha gritado el primer ministro en un mitin.
Hay muchos bellacos. Los que afirman que José Luís Rodríguez Zapatero ha reducido el bienestar general de un año a esta parte siguiendo órdenes de Merkel, Obama y el chino Hu Jintao, para enmendar sus dispendiosas chifladuras anteriores.
Y lo que es la taumaturgia de los iluminati ideológicos: muchos que han sufrido esos recortes aplauden a quien, por su impericia, les ha empeorado su vida.
Médicos, maestros, policías, los militares que mandan a territorios en guerras, millones de funcionarios productivos, a todos los servidores públicos les ha privado del cinco por ciento de su sueldo.
Pero sigue manteniendo opíparamente a unos sindicatos absolutamente distintos a lo que prometían ser a la muerte de Franco, y a las minorías más ruidosas o radicales, que compra como cómplices.
Los ancianos han quedado sin la compensación por el incremento del coste de la vida, cuando en poquísimo tiempo pagan casi el doble los alimentos, la luz, el gas y otras necesidades básicas.
España era distinta a otros países europeos en quiebra. Su economía era más sólida que la griega o la portuguesa. A pesar del ladrillo, tan denostado, pero que a Zapatero le permitía proclamar orgullosamente casi en 2008 que gracias a él España iba al pleno empleo y a superar a Alemania: ahora cinco millones de desempleados, y en peligro de desguace económico y territorial.
Los grandes han salido rápido de la crisis financiera. Aquí seguramente iremos a peor. Aquí los únicos que reparten bonos multimillonarios son los bancos subvencionados desde este Gobierno socialista.
Hay demasiados bellacos. Este cronista, el primero.
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SALAS se fijó hoy en lo mismo que el cronista. Está en El Correo Gallego.
Y aún encima,