Revista Cultura y Ocio

Belleza versus sufrimiento

Por Bcmt
Belleza versus sufrimiento
Hace unas semanas, una de las leyendas del alpinismo francés me aseguraba que, aunque sin conocimientos técnicos, él era capaz de percibir la armonía de la música. Se refería a la armonía en general y en un sentido completo, no solo como la combinación de sonidos para formar acordes, sino también como la proporción con la que todos los elementos se combinan y que tiene tantos efectos positivos en nuestros cuerpos y mentes.
Ayer me enfrentaba a una ascensión de montaña sencilla y sin dificultades técnicas, pero que hacía por una vía directa, bastante vertical, con una pendiente de un 44%, con el objetivo y la presión de lograr un muy buen tiempo, y que sobre todo comencé estando ya muy cansada. Me costó levantarme de la cama, me costó desayunar, me costó el primer kilómetro, todo me resultó penoso. Y a 1,1km de la cima, con el estómago un poco revuelto, pensé que o armonizaba las pocas fuerzas que me quedaban o no llegaría.
Terapia de choque: Variaciones Goldberg de Bach.
Mi cabeza se ordenó: acepté que no era mi mejor día, acepté el cansancio, me concentré en memorizarlas… y paso a paso… hice cima. La armonía de la música resolvió el debate, de antemano casi perdido, entre mi fatiga y la pendiente de 44%. Eché un rápido vistazo al punto geodésico para que nada me retrasara en la bajada. Miré mi reloj y, a pesar de la sensación que había tenido de haber estado subiendo toda la mañana, solo había tardado ¡una hora y cuarto! El cansancio había desvirtuado hasta mi percepción temporal. Cuando dejé atrás el collado —ya soñando con la siesta que me iba a echar —me encontré con una persona que tenía problemas para bajar… Aunque se está perdiendo, algunos pensamos que el código de montaña es y debe seguir siendo sagrado y la solidaridad obliga a compartir agua, comida, ropa y fuerzas. Cedí bastones y pospuse mi siesta… porque tendríamos que bajar no solo más despacio sino rodeando el camino más directo. Bach no había solucionado mi fatiga pero sí me había «armonizado» lo suficiente para gestionar nuestra bajada y así fue. El balance de diez: una magnífica mañana de montaña, una vía directa a probar sin falta este invierno, unas cuantas ideas sobre las Goldberg y una nueva amistad.
Hoy no sentía agujetas ni cansancio —por suerte recupero muy bien— pero sí algo del malestar de ayer y me he dado cuenta de que tenía relación con una noticia que había visto hace días y que hoy he vuelto a ver: la Sociedad para la Educación Musical del Estado Español (SEM-EE) ha planteado en la conferencia internacional de Glasgow de este verano la grave situación de la educación musical en nuestro país. No he sido capaz de leer a fondo la noticia no porque no esté de acuerdo o no me parezca bien su iniciativa, sino porque llevo años convencida de la grave situación de la música y la educación musical en nuestro país. Mi tristeza con respecto a este tema no puede ser más profunda. El panorama musical actual para un niño o adolescente, y para sus padres, es mucho más desolador que el que impulsó a personas de mi generación a emigrar a Francia, Inglaterra, Alemania o Estados Unidos. Además de todo el contexto político de la última década y de una constante histórica de falta de sensibilidad musical por parte de los gobiernos (más allá del siglo XXI e incluso XX) yo creo que los propios músicos han/hemos permitido situaciones que han favorecido el desastre ante el que nos encontramos. A veces me pregunto cuánto tiempo tendrá que pasar, cuantos kilómetros tendré que andar y cuántos metros subir para que se vayan borrando de mi cabeza las cosas tan feas que he visto en los once años que he trabajado en la educación musical española.
Las personas que no conocen la montaña nos preguntan que por qué practicamos una actividad que conlleva una dosis no ya de esfuerzo sino de sufrimiento. La respuesta es muy sencilla: porque la dosis de belleza y de satisfacción, y en consecuencia, de felicidad es infinitamente superior. Hay una verdadera armonía en el proceso y en el resultado. Como en la música de Bach. Por eso compensa estudiarla: los años de sacrificio aprendiéndola se evaporan en los dos minutos que dura una variación y en el inmenso placer de tocarla, escucharla y compartirla.

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