Revista Coaching

Bendita impuntualidad

Por Jofoba @jordifortunybad

¡He entregado el informe una semana antes que terminara el plazo! Ya me tenían en el punto de mira porque normalmente llego puntual a las reuniones, pues imagínate ahora. La gente me mira mal y lo tiene claro: eso lo hago porque no tengo tanto trabajo como ellos. Además, soy un raro.

Espero que hayas percibido la ironía, y no me mires mal tu también.

😉

Fíjate que no te estoy planteado nada extraordinario. Entregar un informe antes del plazo o llegar pronto a una reunión, son dos cosas que deberían ser normales, pero si se repiten demasiado, nos hacen sospechar… Lo que debería ser, acostumbra a ser la excepción.

Lo que sí es normal. Pedir un aplazamiento de la fecha de entrega, entregarlo de cualquier manera porque no tenemos tiempo, o llegar a las reuniones con un «retraso elegante», en el mejor de los casos.

¿Hasta qué punto hemos normalizado estos «malos» hábitos?

Hace unos años vi una referencia a un estudio de la Universidad de San Diego State. Se mencionaba que hay dos tipos de personas, las que tienen una percepción precisa del tiempo, y las que tienen una percepción más lenta de este.

Concretamente, cuando se les pedía medir el tiempo transcurrido hasta llegar a un minuto, el grupo de los teóricos puntuales demostraba una percepción del tiempo casi exacta, ya que habían calculado un minuto de tiempo a los 58 segundos. En cambio, otro grupo aproximó que se había cumplido el minuto a los 77 segundos.

Así pues, podemos incluso justificar la impuntualidad por predisposición genética. Del mismo modo, los optimistas también acostumbran a ser impuntuales o no cumplir los plazos, ya que subestiman el tiempo necesario para llegar a algún sitio o para hacer algo.

O bien podemos poner el énfasis en que estos «malos hábitos» son consecuencia del «más trabajo que tiempo», que efectivamente es real.

Así pues, genética + realidad, da el resultado de: es así porque no puede ser de otra manera. Lo normal.

Si pudiera ya lo cambiaría, pero no puedo.

¿De verdad?

¿Cómo sería si lo cambiaras? ¿Qué harías diferente? ¿Qué sentirías?

¿Qué está en tu mano para cambiarlo?


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