El Producto Interior Bruto es la magnitud reconocida comúnmente como indicador económico que expresa la riqueza de un país o el valor de sus bienes y servicios, pero hace ya algún tiempo, y no digamos desde que hemos recuperado algo de vida callejera, no hay mejor termómetro para medir la calidad de vida que la cantidad de paisanos sentados en las terrazas mandándose una caña entre pecho y espalda.
Hay quien lo dice hasta con cierta molestia, no creas, clamando algo así como "aquí no hay crisis, muchacho, ¿tú no ves que los bares están llenos de gente?".
La mentalidad española es mucho, usted sabe... Si se corre la voz de que una persona con depresión se ha dado una escapadita a otra provincia, tan mal no estará. Si la mujer que ha sido víctima de acoso sexual sube una foto a sus redes sociales, tan mal no estará. Si el que ha perdido a un familiar recientemente sale a coger el aire, tan mal no estará.
Lo mismo, digo yo, es que la peña sale a tomar una caña principalmente porque no tiene dinero para otra cosa.
¿Se han fijado en que ya nadie ahorra para poder acceder a lo más básico? Demasiada gente vive del subsidio, cuando no de la caridad ajena, o de trabajos mal pagados e inestables. El acceso a un crédito se ha convertido en un imposible, y hasta la mentalidad del españolito ha cambiado radicalmente. Lo he escuchado mil veces, precisamente entre cañas: ¿Qué sentido tiene meterte en una hipoteca a no sé sabe cuántos años, si lo mismo no estarás trabajando el mes que viene?
Formar una familia, comprar una casa y tener coche. Esas tres necesidades tan propias de la mentalidad española del último tercio del siglo XX, hoy son reliquias tardofranquistas, casi un lujo al alcance de cuatro. Bien al contrario, el pisito en propiedad es visto de dos formas muy distintas: O como una inversión "para alquiler vacacional y sacarle un sobresueldo, que él se va pagando solo" o como la cadena que te va a amarrar durante toda la vida a un banco, a un trabajo que no te va a durar para siempre (y, encima, no te gusta) y hasta a un barrio del que te vas a hartar tarde o temprano. "No, no, en ese juego y esa trampa de la sociedad de consumo no voy a caer", me han dicho mil veces entre cañas.
Así lo han entendido, no ya los menores de 40 años, sino el grueso de la población. Básicamente, la gran locura que supone embarcarte en grandes inversiones es percibida como una de las moralejas de la crisis de 2008 que todavía hoy seguimos sufriendo. Salimos a duras penas de una crisis, la pandemia nos ha metido en otra, y se nos viene una tercera, agravada incluso con la escasez y el incremento desbocado de precios de los bienes de primera necesidad. ¿Qué hacemos? ¿Nos encerramos en casa y nos acurrucamos en un rincón, rechazando el disfrute de placeres a 30 euros, venga, a 50 si hace falta? No, esa lógica es totalmente incompatible con un mundo eternamente en crisis, en el que el consumo salvaje e innecesario es parte de la identidad de la persona. Bueno, tampoco tan innecesario, que pasarlo bien es parte fundamental de nuestra salud mental... Típica conversación de cañas: Si vuelven las vacas anoréxicas, que no te pillen debiendo hasta la camisa.
Es lo que nos ha tocado vivir, esa cultura del placer momentáneo como bálsamo para los grandes dolores del día a día. Ese "darte un caprichito" y gastarte los cuartos en un videojuego, una entrada para un musical, ese pequeño viaje... Vivir el presente en lugar de guardar para un futuro incierto en el que, mira tú, a saber si estarás viviendo se nuevo con tus padres o compartiendo piso con otros tres. Pues tiene sentido, oye, ahorrar 30 euros hoy equivale a no haber ahorrado nada. "Es que da igual lo que hayas estudiado, acabas en un trabajo de mierda, te quedas obsoleto en dos años y contratan a uno más joven y le pagan la mitad", te dice tu compañero de mesa antes de mandarle un trago a la caña.
Resultado, una quedada con los amigos y a vivir el presente, que una caña y una tapa no arruinan a nadie. Y encima encuentras un hombro en el que llorar.