Ayer vino a mi estudio un cliente con un croquis muy trabajado:
Pero que muy trabajado:
Meticuloso, detallado, completamente incomprensible.
Mi primera sensación, como siempre que entra un cliente en mi estudio (ahora muchos menos que antes, ay) fue de profunda gratitud. Nunca termino de saber por qué escogen mi puerta y mi teléfono. La segunda sensación, casi simultánea a la primera, fue -también como siempre- de duda: A ver qué quería este hombre y si yo sería capaz de ayudarle. Y la tercera, cuando sacó el papel del bolsillo del pantalón y lo puso, arrugado, sobre la mesa, fue -como casi siempre- de pasmo: ¿Esto qué es? ¿En qué lenguaje está escrito? No entiendo nada.
Al bofetón que me da el dibujo se superpone la explicación atropellada del cliente, que lleva varios días enfrascado en ese Manuscrito del Mar Muerto y lo tiene tan interiorizado y tan elaborado que piensa que su diseño es evidente para cualquiera. Por ello, en vez de empezar por el principio, empieza por los últimos problemas que le acucian.
Antes de saber yo aún qué es eso (un local comercial, una vivienda, una oficina, una industria...) ni de que me diga para qué me necesita (para proyectar esa edificación de obra nueva, para hacer una reforma de esa planta existente, para partir ese local en dos partes iguales para su hermano y para él...), lo primero que suelta el cliente tras desplegar la hoja de papel sobre la mesa es:
-En los baños no quiero bidé. Tampoco bañera: Ducha.
-Ya -digo yo, por decir algo y para ver si mientras tanto averiguo cuales son los baños (y eso que lo pone).
-Y lo que no sé es si es mejor entrar a la sala por aquí o por aquí.
-Hombre... -y sigo dejando pasar el tiempo, a ver si me entero de qué es "aquí" y qué es "aquí".
-Y esta puerta es de setenta, ¡y tiene que abrir a izquierdas!
-Claro, claro. A izquierdas.
Vamos a ver: empecemos por el principio, y sin falsas ñoñerías ni cursiladas: El hecho de que un cliente llame a mi puerta o a mi teléfono es algo que me sigue emocionando y que me sigue pareciendo inexplicable. Y si viene diciéndome que le gustó el trabajo que le hice a un amigo suyo, o que su hermano le ha hablado muy bien de mí, me puede. Me mata.
-José Ramón Hernández; un admirador, un esclavo, un amigo, un siervo.
Que conste que aunque parezca que digo todo esto con algún cachondeíto (apenas nada) y algún dolor (bastante más) mi simpatía hacia mis clientes es sincera. Benditos sean.
Lo que no entenderé nunca (y mirad que me ha pasado esto muchísimas veces) es por qué los clientes tienen la necesidad de dibujar. Y de poner una puerta estrecha en una esquina porque no les cabe otra más grande, o de doblar el pasillo de forma muy incómoda (y consumiendo demasiada superficie) porque no les sale otra forma mejor. Normal: Para eso estamos nosotros. Para eso nos van a pagar. ¿No pueden delegar un poco en nosotros, confiar un poco en nosotros?
Está siempre, naturalmente, quien te dice: "Este dibujo es muy malo. Yo no sé. Era solo para darte una idea de lo que quiero. Ya lo harás tú mucho mejor, que eres el que sabe". Mentira. Eso siempre es mentira. Quiere decir: "Ya pasarás este dibujo a escala, y lo acotarás, y lo dibujarás con un lenguaje convencional, que para eso eres el que sabe. Pero no te separes ni un ápice de todo lo que te indico".
Siempre buscamos los mismos ejemplos: Que si le diríamos a un cirujano qué tripa queremos que nos corte y a qué altura exacta; que si le diríamos a un abogado qué argumento legal queremos que esgrima; que si le diríamos a un electricista qué circuito queremos que derive... Siempre lo mismo. Pero es que una casa -una obra en general: una oficina, un taller, un bar...- no es comparable a nada.
Decimos: "Tendrá que opinar el interesado, ¿no? Al fin y al cabo es su casa". Claro que sí. Estaría bueno. Pero es que también son sus tripas, es su querella y son sus circuitos, y en esos casos, tras exponer sus problemas deja trabajar a los profesionales sin sentirse en la necesidad de leerles la cartilla o de hacerles los deberes.
¿Por qué el cliente le tiene que hacer dibujos al arquitecto?
Es un "quita, que tú no sabes" de libro. Es un "es mi puñetera casa" de manual.
Pero es que el cliente no ha hecho nunca ese trabajo y no sabe. Le sale una sucesión de habitaciones a ambos lados de un pasillo. Le queda la escalera donde buenamente la ha podido meter. Y así todo. Pero es que no tiene por qué saber esas cosas.
Sin embargo, se aferra con desesperación a lo que en su torpeza le ha salido. No quiere dar su brazo a torcer. Tú, pánfilo, en vez de pasar el dibujo a limpio sin complicarte, le ofreces diseñarle alguna versión alternativa, trabajar bastante más por el mismo precio, regalarle arquitectura. Te dice que sí, que bueno, que claro (a ver qué te va a decir). Pero no te equivoques: no te va a aceptar ningún cambio que le sugieras. (Los hay que sí, pero estoy hablando de un caso muy extendido en mi experiencia personal: Este que digo ha sido casi siempre el perfil de mis clientes).
Y trabajas, y propones, y sugieres... y nada. El pasillo larguísimo es un leitmotiv, el baño casi interrumpiendo el salón es un argumento, el dormitorio a trasmano es un yatúsabeh. Todo eso es inamovible. Y además es una tautología: "Es así porque sí. Es así porque es así". Es así porque tiene que ser así".
Y eso sin empezar con la "estética". Ahí ya remata lo desesperante.
No obstante, hasta ahora mis clientes me han permitido ganarme la vida, y las protestas y pataletas que me provocan son en el fondo un canto. Benditos sean.