Benedicto XVI ha estado hoy en Arezzo, en el corazón de la Toscana. Y ha hablado de la crisis económica. El implícito ha sido el caso italiano, dado que allí le ha recibido el presidente del gobierno, Monti, y estaba presente Enrico Bondi, técnico llamado por el gobierno para resolver el exceso de gasto público italiano.
De todos modos, lo dicho por el Papa tiene valor universal, y especial para las gentes que padecemos esa crisis económica. Ha hablado de las dificultades que trae consigo la crisis, y -esto es lo interesante- ha invitado a reaccionar y a cambiar de estilo de vida, sin desánimos, abandonando la excesiva atención dedicada al consumo de lo efímero y compartiendo los recursos con los más débiles.
"Difendete i giovani dalla crisi", ha sido el estribillo, leitmotiv o idea central de sus palabras, según el amplio eco que sus palabras ha tenido ya en los medios de comunicación.
Desde luego que ha hablado de "la complejidad de los problemas reales, que hace difícil encontrar las soluciones más rápidas y eficaces para salir de la actual situación, que golpea especialmente a las personas más débiles"...
Y llama la atención que enseguida ha pasado a explicar algo que le compete directamente, poniendo de manifiesto que "la cultura de lo efímero ha engañanado a muchos, determinando una profunda crisis espiritual".
Y ha mencionado a renglón seguido los valores que hay que recuperar: "la atención por los demás, la solidaridad con los necesitados, compartiendo los recursos, promoviendo estilos de vida esenciales", en claro contraste con la "cultura de lo efímero".
Algo -ha dicho- que "compete a todos".
Por tanto (dicho sea sin aprovecharse de la circunstancia) compete también a los actuales promotores de la obsolescencia programada de los productos que según los mercaderes es imprescindible para que funcione una sociedad basada en el consumo.
¿Qué pasaría si la sociedad dejara de basarse en el consumo de lo efímero y sus obsolescencias programadas? Porque esa mentalidad, que no es una simple técnica neutral de mercado, parece estar trasladándose de los productos de consumo a las mismas personas.
Y la sociedad y las personas no somos "productos", porque tenemos otros fundamentos, mucho más sólidos y dignos que los que ofrece la economía y el estricto mercado, algo de lo que hoy -en último término- parece depender todo en la vida ciudadana. Y eso no da de sí para configurar los valores que promueven esos estilos de vida esenciales que necesitamos.