Revista Religión

Benedicto XVI y John Henry Newman, hoy, sobre la verdad y la conciencia

Por Noblejas

Esta mañana, mientras presenciaba en la BBC la ceremonia de beatificación de John Henry Newman por parte de Benedicto XVI, y escuchaba a éste último, me vino a la memoria un discurso del profesor Ratzinger sobre Newman. En él -era 1991 y celebraba el centenario de la muerte del cardenal inglés- hablaba de la verdad y de la conciencia.

Ratzinger contaba allí sus experiencias y sus deudas personales y profesionales -dejando ver su afecto, sintonía y admiración- con el pensamiento de Newman.

A mí me vinieron esta mañana a la mente cuestiones (personales y profesionales) sobre el acercamiento y relación con la verdad intelectual y personal, y desde luego cuestiones (personales y profesionales) relacionadas con la conciencia.

Pensaba que un profesional de la comunicación pública que no pase por enfrentarse personal e intelectualmente con la verdad y la propia conciencia será tarde o temprano un pequeño dictador sofista que (mal)vive sacando conciencias y libertades del relativismo; cosa que el relativismo (si no confundimos demasiado los hechos y los dichos) no puede de suyo ofrecer. 

Y como ésto me sonaba un poco fuerte, recordé lo fuerte que para otros suena aquél famoso brindis de Newman, que más o menos dice así: Caso de verme obligado a hablar de religión en un brindis de sobremesa —cosa que desde luego, no me parece muy probable—, brindaré '¡Por el Papa!' con mucho gusto. Pero primero brindaré '¡Por la conciencia!', y después '¡Por el Papa!'. 

Así que -pensado en esos colegas académicos y profesionales de la comunicación, y también en jueces o políticos- acabo de buscar en la red el texto del discurso de Ratzinger en el centenario de la muerte de Newman, y he aquí algunos párrafos tan claros como personales sobre el asunto:

Habíamos experimentado la pretensión de un partido totalitario que se consideraba la plenitud de la historia y que negaba la conciencia del individuo.

Hermann Goering había dicho de su jefe: “¡Yo no tengo ninguna conciencia! Mi conciencia es Adolf Hitler”. La inmensa ruina del hombre que derivó de esto, estaba ante nuestros ojos.

Por eso, para nosotros era un hecho liberador y esencial saber que el “nosotros” de la Iglesia no se basaba en la eliminación de la conciencia sino que sólo podía desarrollarse a partir de la conciencia.

Precisamente porque Newman explicaba la existencia del hombre a partir de la conciencia, es decir, en la relación entre Dios y el alma, era también claro que este personalismo no representaba ninguna concesión al individualismo y que el vínculo con la conciencia no significaba ninguna concesión a la arbitrariedad – más aún, que se trataba precisamente de lo contrario.

De Newman aprendimos a comprender el primado del Papa: la libertad de conciencia – así nos enseñaba Newman con la Carta al Duque de Norfolk – no se identifica, de hecho, con el de derecho de “dispensarse de la conciencia, de ignorar al Legislador y Juez, y de ser independientes de los deberes invisibles”.

De este modo, la conciencia, en su significado auténtico, es el verdadero fundamento de la autoridad del Papa. De hecho, su fuerza viene de la Revelación, que completa la conciencia natural iluminada de manera sólo incompleta, y “su raison d’être es la de ser el campeón de la ley moral y de la conciencia”.

No creo sea necesario hacer comentarios adicionales relativos al desempeño profesional de políticos, académicos o profesionales de la comunicación.

Newman es un referente para gentes que nos manejamos en estos ambientes. Quizá se puede hacer como que no ha existido. Pero lo que no se puede es saltarse su pensamiento por las buenas (por mis pistolas, o a la torera), planteando como alternativa cuatro banalidades o una gracieta sacadas de debajo de la boina.


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