Mientras se recodaba este martes el 70 aniversario de la liberación de los moribundos aún supervivientes de Auschwitz, Polonia, donde los nazis habían asesinado a 1,2 millones de personas, mayoritariamente judías, nos olvidamos que eran trabajadores esclavos de un conglomerado de empresas alemanas altamente valoradas hoy.
Auschwitz era el centro de una treintena de campos donde los esclavos elaboraban los productos químicos que los nazis empleaban en la guerra, incluso el Ziklon B con los que los gaseaban cuando ya eran poco productivos.
Por toda la Europa ocupada por el nacionalismo socialista llegó a haber un millar de campos, más o menos grandes, donde se produjo el Holocausto, la Shoah (catástrofe), de seis millones de judíos.
El lema nazi de “Arbeit macht frei”, El trabajo os hará libres, reza aún a la entrada del campo que hoy es un museo que evoca el horror al que puede llegar la planificación de la muerte al servicio de la productividad industrial.
Auschwitz y los campos dependientes trabajaban casi en exclusiva para IG Farben, formado desde 1925 por las compañías AGFA, BASF, Bayer- Leverkusen, Cassella, Chemische Fabrik Kalle, Chemische Werke Hüls, y Farbwerke Hoechst, actualmente Sanofi-Aventis, entre otras.
Sus responsables, que sirvieron con pasión a los nazis, fueron juzgados, pero condenados a penas de pocos años, con lo que enseguida volvieron a dirigir las empresas, cuya mayoría sobrevivió a la guerra.
Deberían haberlas cerrado para siempre, pero ahora son compañías punteras en investigación y fabricación de productos, entre ellos los farmacéuticos.
En caso de enfermedad cualquiera de nosotros será tratado, seguramente, con los medicamentos que fabrican, cuando en sus envases deberían obligarles a publicar en los envases, por lo menos, “Esta empresa patrocinó el Holocausto en Auschwith”, como se pone que el tabaco es malo para la salud.
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SALAS