Benita y Ana
23 noviembre 2013 por Naima Tavarishka
Benita y Ana en el corto ‘La Silla’. Foto: rick-casablanca.blogspot.com
La empatía es una capacidad humana que durante muchos años no conseguí comprender, aunque sin duda la tenía. Nadie de mi entorno sabía explicarme con palabras su significado. No sé si era incapacidad mía, puede, o de los demás, también puede, pero lo cierto es que cada vez que aparecía el término en alguna conversación me retorcía en mi interior porque no conseguía trasladar a mi entendimiento de qué hablábamos en realidad.
Opté por olvidarme de esa cualidad, como tantas cosas que das por perdidas, porque a pesar de que busqué mil y unas definiciones en el diccionario, no lograba nunca trasladar a mi conocimiento esa sensación subjetiva. Y así pasé años. Hasta que vi La silla (Der Stuhl), del periodista y guionista canario Daniel Martín.
De pronto, una señora de más de 60 años cuenta en este magnífico corto de no más de 15 minutos su experiencia como emigrante española a Berlín, hace ya varias décadas. Su forma de narrar por qué se fue, qué hizo al llegar, con quién se casó y centenares de detalles de su vida me hicieron pensar en que la cuando la vida te pone las cosas difíciles, a veces las soluciones, aunque duras, son más sencillas. Emigrar. No le quedaba otra. Y así lo hizo.
Junto a ella, Ana, que no llega aún a los 30, narra su decisión, marcada por diversas razones, de coger la maleta y plantarse también en la capital alemana. Las separan, seguro, más de 30 años, pero un hilo conductor las mantiene en una misma línea vital.
Benita Viera, gallega, y Ana Chumilla, andaluza, son dos generaciones de mujeres que dieron ese paso, no sé si con más o menos miedo, pero lo cierto es que en esos 15 minutos logré comprender, por fin, qué es eso de la capacidad cognitiva de percibir en un contexto común lo que otro individuo puede sentir. Cierto es que mi contexto no es el de ellas, que no me he visto obligada a emigrar por un trabajo o una vida digna, pero por momentos me sentí un poco Benita y Ana y, con gran alivio, me quité de encima esa losa que suponía para mí no lograr entender qué es la empatía.
Postdata: seguro que Daniel Martín sí supo desde el principio lo que era la empatía; si no, me da que no habría sido capaz de hacer un relato tan magnífico como el de La silla. Por mi parte, me declaro fan de Benita.