Revista Cine

Benjamin Murmelstein, el último de los injustos

Publicado el 11 enero 2014 por Miguel García Vega @in_albis68

Benjamin Murmelstein vuelve a estar de actualidad. Se acaba de estrenar en los cines un documental sobre su figura, El último de los injustos. Su director, Claude Lanzmann, retoma el material que grabó con Murmesltein en Roma en 1975. Aquella entrevista estaba destinada a la gran obra de Lanzmann, Shoah, una serie documental de casi 10 horas de duración en la que se cuenta el Holocausto desde la narración directa de víctimas y testigos de la infamia. Ni una sola imagen de archivo, solo palabras, gestos y miradas que que te golpean fuerte en el estómago.

Pero Murmesltein fascinó a Lanzmann, que vio que su figura daba para un documental propio y dejó el material para mejor ocasión. El director francés, minucioso y paciente, ha tardado casi 40 años, pero “El último de los injustos”, ya está en el cine.

El título se recoge de un extracto de la propia entrevista, cuando Murmelstein dice: “No quiero ser el último de los justos porque ya ha habido demasiados, de ahí que prefiera ser llamado el último de los injustos. Se asimila justo a mártir, y ya son demasiados los mártires, lo que no significa que todos ellos sean justos”.

Probablemente Murmelstein es una de las figuras más controvertidas del Holocausto. Cuando muere en su exilio de Roma en 1989, el gran rabino de la ciudad se niega a enterrarlo junto a su mujer y no se permite a sus familiares recitarle la oración para que el difunto tenga paz. Era un traidor a su pueblo. Cuando acaba la guerra es el único de los “ancianos judíos” (líderes de la comunidad, que negociaban con las autoridades nazis) que sobrevive en Europa. Solo ese motivo le hace sospechoso. Otros defienden su actuación y alegan que no era más que otra víctima de los nazis y que atrapado en esa zona de nadie (odiado por diferentes motivos por unos y otros) hizo lo que pudo por salvar vidas. ¿Colaboracionista o agente doble? ¿Culpable o dos veces víctima?

Lanzmann y Murmelstein

Lanzmann y Murmelstein, en un fotograma del documental

Nacido en Lviv en 1905 dentro de una familia judía ortodoxa,  Benjamín Murmesltein, hombre inteligente y erudito, se convierte en 1931 en el Gran Rabino de Viena. Como saben, se acercan malos tiempos para la comunidad. Hitler llega al poder en Alemania en 1933, y entre sus proyectos está la anexión de Austria, hecho que logra en marzo de 1938. En agosto de ese mismo año Adolf Eichmann crea la Oficina Central para la Emigración Judía de Viena, cruel eufemismo para la deportación. Desde ese momento y hasta el final de la guerra Murmelstein trata con Eichamn sobre los asuntos judíos, aún más estrechamente cuando en 1942  el rabino forma parte del Consejo de Ancianos de los judíos de Viena.

Los nazis usan a los líderes judíos para que pongan orden en su comunidad y colaboren con ellos, entre otras cosas, para seleccionar a las víctimas. Evidentemente es una apariencia de negociación, los líderes judíos no pueden más que ejecutar, a duras penas, las constantes y exigentes demandas de los nazis. El debate está en si su colaboración facilitó la tarea a los verdugos o, por el contrario, salvó algunas vidas ante una desgracia irremediable. Una zona muy gris de contornos borrosos con el consejo de ancianos en el ojo de la tormenta.

Theresienstadt, el campo modelo

Pero lo que hace que Murmelstein sobresalga sobre el resto de líderes judíos es, además del pecado de sobrevivir a todo ellos, su actuación en el campo/gettho de Terezín, Theresienstadt en su nombre alemán. Terezín era una base militar ubicada en la Bohemia ocupada por los nazis en 1939.  Por su situación estratégica, dos años más tarde las autoridades nazis lo convierten en un campo de tránsito para los judíos deportados hacia el Este. Bajo la dirección del coronel de la SS Siegfried Seidl, se nombra al líder sionista de Praga, Jacob Edelstein, presidente del Consejo de Ancianos Judíos, responsable de la “administración judía” de Theresienstadt. En enero de 1943 Eichmann nombra a Paul Eppstein de Berlín y Benjamin Murmelstein de Viena copresidentes, junto con Edelstein, del Judenrat de Theresienstadt.

Serán estos tres hombres los encargados de mantener el orden en Terezín y, sobre todo, mantener la ficción que supone dicho campo. Terezín se convierte en el campo modelo de los nazis, una ciudad que el Führer regalaba a los judíos, como reza el titulo de una película de propaganda de la época.

Goebbels y sus muchachos venden a Alemania y al resto del mundo “una ciudad balnearia” donde los ancianos judíos van a disfrutar de su jubilación. Eso tranquiliza muchas conciencias en el Reich, cuando ven partir en los trenes a tanta gente que nunca regresa. Al campo también son deportados todo tipo de artistas e intelectuales judíos, cuya simple desaparición podría hacer sonar las alarmas. Incluso se prepara en junio de 1944 una visita de la Cruz Roja, a la que se monta un escaparate de comunidad idílica de acuerdo a la versión oficial. La realidad era otra, claro. Por ejemplo, para evitar que la Cruz Roja viera el hacinamiento en el que se encontraban los presos, antes de la visita se deportó a más de 7.000 personas a Auschwitz, que fueron asesinadas en cuanto la delegación internacional abandonó Terezín.

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Campo-guettho de Theresienstadt

Murmelstein gobernaba aquello con mano de hierro, por lo que era odiado por los presos, que le llamaban Murmelschwein (schwein significa cerdo en alemán). Él imponía la justicia, los castigos a los que no cumplían las normas decretadas por los nazis y ayudaba en la organización de las deportaciones hacia Auschwitz y otros campos, como se le acusa de haber hecho, ya antes de Terezín, durante su etapa en al oficina para la emigración judía.

En 1943 Edelstein es asesinado en Auschwitz, al año siguiente las SS fusilan a Paul Eppstein, con lo que al finalizar la guerra Murmelstein se convierte en el único superviviente de los jefes judíos de Terezín. Es juzgado por colaboracionismo con los nazis por un tribunal checo, juicio del que sale absuelto. Pero no así del juicio moral de la comunidad judía, que lo declara un traidor y le niega la entrada en Israel.

¿Colaboracionistas o víctimas?

Tras la atrocidad del Holocausto, una vez que se abren los campos y la verdad sale a a luz en toda su oscuridad, los porqués y los cómos devoran a toda la sociedad civilizada, y especialmente a la comunidad judía. La falta de respuesta ante los crímenes nazis tiene unos primeros chivos expiatorios en los líderes judíos que se sometieron y que son acusados de colaborar en la masacre. Al principio con un deprecio sordo, ya que nadie quiere hablar mucho del asunto. Tras el juicio a Eichmann en Jerusalem (1962), Hannah Arendt acusa a los integrantes de los consejos judíos de cómplices de los nazis y el debate vuelve a reavivarse.

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Murmelstein, al que no se permitió declarar en el juicio contra Eichmann a pesar de ser uno de los pocos testigos que lo trató personalmente durante años, niega la mayor, empezando por la teoría de Arendt sobre la banalidad del mal y la visión de Eichmann como gris burócrata que no pensaba por sí mismo. Pero más allá del caso Eichmann, el jefe judío de Terezín alega, y no es el único, que los miembros del Consejo Judío no tenían elección, no podían negarse a cumplir las órdenes. No había posibilidad de rebelarse, así que aceptar la realidad e intentar evitar un daño mayor era lo único que podía hacerse; y era lo que él hizo.

Durante su cargo en la oficina de emigración judía consiguió que miles de personas pudieran escapar hacia España y Portugal; durante su mandato -ficticio, como él recuerda- en Terezín la colaboración con las autoridades evitaba al conjunto de los internos daños mayores, y ayudaba a salvar algunas vidas, aunque hubiera que sacrificar otras. Es posible que los 30.000 prisioneros que sobrevivieron a la llegada de las tropas soviéticas le deban la vida. Respecto a su firmeza, algunos opinan que excesiva, en la dirección del campo,  Murmelstein dice en el documental que “un cirujano, cuando está operando, no puede llorar”. 

Los argumentos de Murmelstein pueden ser rebatidos. Se podrían haber hecho las cosas de otra manera, y tal vez la decisión de colaborar no evitó males mayores, como alega Murmelstein, sino todo lo contrario. Siempre hay elección, incluso la muerte lo es. Pero antes de juzgar, y mientras le da otro bocado al cruasán, piense que usted no estaba allí, él sí.


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