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Benjamin Thompson, el James Bond de la ciencia

Por Manu Perez @revistadehisto

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Benjamin Thompson, el James Bond de la cienciamaginen el siguiente argumento: un espía británico leal “a su Majestad imperial”, dispuesto a arriesgarse en diferentes misiones, que organiza ejércitos en Europa y Norteamérica, sirve a diferentes gobiernos, vive romances con bellas mujeres y recibe condecoraciones por su trabajo.

Parece una película de James Bond, pero estamos hablando de una persona real: Benjamin Thompson, quién aportó al desarrollo de la Termodinámica.

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Benjamin Thompson, el James Bond de la ciencia

Thompson nació el 26 de marzo de 1753 en Woburn, Massachusetts, que era entonces una de las Colonias Británicas de Norteamérica. Brillante, a la vez que oportunista y manipulador, no temía usar a los demás para lograr sus objetivos. Por eso a los 19 años, decidido a no ser un campesino como su familia, se casó con la acaudalada viuda Sara Walker Rolfe, de Rumford (hoy Concord), New Hampshire, que le llevaba 11 años. Por entonces comenzó a trabajar como espía para el general británico Thomas Gage, reuniendo información sobre las actividades anti-británicas y devolviendo desertores.

Cuando la revolución estalló en 1776, debió huir –abandonando a su esposa y su hija Sarah- hacia Nueva Escocia, en Canadá, que permanecía leal al rey George III. Allí recibió una comisión real que lo nombró Mayor y le encargó la creación de un Regimiento de Dragones norteamericanos.  Su única misión consistió en destruir una Iglesia en una aldea de Long Island para utilizar su madera en la construcción de fortificaciones. Por esta época inventó un flotador para caballos, luego de ver a uno ahogarse al cruzar un rio cargado de armamento. La guerra terminó en septiembre de 1783 con la derrota británica y la independencia de las Trece Colonias, que conformarían los Estados Unidos de América.

Pronto Londres se llenó de colonos norteamericanos que habían apoyado al rey George y ahora eran perseguidos como traidores. Thompson intercedió ante el monarca logrando que su regimiento de dragones norteamericanos se integrara al Ejército británico regular, además de obtener el ascenso a Coronel.

El ahora coronel Benjamin Thompson partió a recorrer Europa y, con una carta de recomendación, se presentó ante el Príncipe Elector de Baviera Karl Theodor, del Sacro Imperio Romano-Germánico, que lo recibió en su palacio de Múnich y lo nombró Edecán. La primera misión que le encargaron fue la de organizar al Ejército bávaro, escasamente adiestrado y peor administrado. Esta tarea la realizó con gran eficiencia, pero le sirvió además para comenzar sus estudios sobre conductividad térmica de las telas para seleccionar el material que le permitiera confeccionar los uniformes más adecuados. Al mismo tiempo realizó estudios de nutrición, a fin de proveer a los soldados de menús nutritivos a bajo costo. La motivación para estos experimentos no era altruista sino que tenía un interés personal: el príncipe le permitía conservar para sí el dinero sobrante del presupuesto, lo que lo incentivaba a reducir los costos.

Dado que la tela necesaria para los uniformes no podía ser comprada a los proveedores habituales, creó un Taller Militar en Múnich. Para obtener mano de obra, el Año Nuevo de 1790 soldados bávaros procedieron a detener a todos los mendigos de la capital. “En su mayoría eran mendigos robustos, fuertes y vigorosos, sin ningún sentido de la vergüenza”, escribió Thompson[i]. En el taller se les dio habitaciones y comida nutritiva –la sopa Rumford-, a cambio de que trabajaran confeccionando uniformes militares. Esto agradó al príncipe Theodor y enriqueció a Thompson.

En 1791 fue nombrado Conde del Sacro Imperio, adoptando el título de Rumford –nombre del pueblo de su esposa-. Mientras se hacía cargo de la Dirección del Hospital para Pobres de Múnich, comenzó sus experimentos sobre la naturaleza del calor, la preparación de los alimentos y la calefacción de hogares. Mejoró la iluminación del Hospital e inventó la candela como unidad de medición de la luz.

Por esta época son sus experimentos de perforación de cañones que refutaron la Teoría del Calórico, muy popular entonces, que consideraba que el calor era un fluido que viajaba entre los cuerpos: si el calor podía pasar de un cuerpo más caliente a uno más frío, debía comportarse como el agua cuando pasa de una altura superior a una inferior.  Temeroso de la expansión de la Revolución Francesa, el príncipe elector le había ordenado a Thompson/Rumford que construyera cañones para proteger las fronteras. Al taladrar el ánima de los cañones, notó que la temperatura aumentaba en el cañón, la mecha y las virutas metálicas, por lo que no había transferencia de calor, sino producción constante del mismo. Mediciones y experimentos posteriores, terminaron de refutar la teoría clásica del calor[ii].

Pero en Múnich no solo se ocupó de la administración pública y la investigación, sino que también vivió un romance con una condesa con la que concibió un hijo, cuya paternidad reconoció pese a que seguía casado con su esposa norteamericana. También se ganó enemigos por la arrogancia con la que se desenvolvía.

En 1798 fue nombrado Embajador de Baviera en Londres, pero la Corona británica rechazó aceptarlo porque aún era ciudadano de ese país y ya no se sabía para quién espiaba. Se dedicó entonces a crear el Royal Institute de Londres y una medalla con su nombre (que luego el mismo ganaría por sus méritos científicos).

De esta época son también sus Chimeneas Rumford –populares en Londres-, sus hornos industriales y sus técnicas de fotometría.

En 1801 conoció en Paris a Marie-Anne Pierette Paulze, viuda de Antoine Laurent Lavoisier, el padre de la química moderna y defensor del calórico, ejecutado durante la Revolución Francesa. En 1804 contrajeron matrimonio, pero éste no resultó duradero y se divorciaron en 1808.

En 1811 se reunió con su hija Sarah después de varios años de ausencia, pero la envió a Suiza para que no protagonizara conflictos con sus amantes.

El 21 de agosto de 1814 falleció en Auteuil (Francia). Su testamento fue curioso, ya que legó sus libros, planos y proyectos militares al Gobierno de los Estados Unidos (que lo consideraba un traidor) y 1000 dólares a la Universidad de Harvard (en su natal Massachusetts) para la creación de una Cátedra de Física.

Por su vida y su personalidad Thompson resulta una figura difícil de admirar, pero debemos reconocer que sus experimentos sobre el calor son un antecedente importante para el desarrollo en las décadas posteriores de las Leyes de la Termodinámica y –en parte- del mundo en el que vivimos.

Autor: Luciano Andrés Valencia para revistadehistoria.es

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Bibliografía:

[i] Angrist, Stanley W. y Hepler, Loren G.; Del orden al caos, Buenos Aires, Troquel, Biblioteca del Hombre, 1972, p. 20.

[ii] Asimov, Isaac; Grandes Ideas de la ciencia, Madrid, Alianza, 2012, cap. IX.

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