Espanyol 0 - 1 Real Madrid
Nueve días después de ganar 0-1 en Cornellà, el Madrid repitió resultado y encarriló su pase a semifinales. Para el Espanyol quedará el consuelo (leve) de haberse tropezado con Casillas, ese portero que bate registros de imbatibilidad hasta cuando le castigan sin postre.
Puesto a indagar en los momentos clave, me quedo con uno. A los 17 minutos de la primera parte se trazó una frontera. A un lado quedó la incertidumbre, estrecha, y al otro el ancho dominio del Madrid. Sobre esa fina línea se escribió la primera oportunidad del Espanyol. Sergio García se coló hasta línea de fondo y conectó con Pizzi, que llegó con todo a favor, volcado y hambriento, pero chutó alto. Llenarse de balón es eso: imaginar el gol antes de marcarlo. Visto con perspectiva, aquella fue, para los locales, la ocasión de vivir otra vida. Detrás de esa tarjeta estaba el coche y apartamento en Torremolinos, lo remoto, el Euromillón, Gwyneth Paltrow en Talavera. Los jugadores del Espanyol lo debieron entender así, porque levantaron cabeza hasta el descanso. El Madrid también captó el mensaje; a partir de ese instante, se apoderó del choque. Casillas suspiró al sentir a salvo su récord.Como señalo, el principio había sido distinto. El Espanyol, de inicio, lució dibujo y esquema, ordenado militarmente, juntas las líneas. No es que el equipo tuviera la mosca detrás de la oreja, es que tenía a Javier Aguirre en el tímpano. Si el efecto no duró más de 20 minutos es porque, en el momento de la verdad, el mexicano no pudo gritar en el oído de Pizzi: “¡No piense, no se arrugue, no me falle… hijo de mi vida! O algo así.
Cristiano chutó al palo para anunciar el cambio de guión. Quien dijo que el gol es hijo del control imaginó una jugada parecida pero con final feliz.Muy poco después marcó Benzema. Arbeloa puso el centro perfecto porque cabecearon dos de su equipo, primero Bale y luego el francés. La jugada tenía el nivel de complejidad que tanto atrae a Karim; lo sencillo le provoca un sueño mortal.
Dirigido por Modric, el Madrid hizo lo que quiso en el resto de la primera mitad. Di María funcionaba como centrocampista zurdo e Illarramendi participaba con ese juego aseado y profiláctico que por ratos gusta y por momentos exaspera. Bale era el más discreto (luego fue mejorando) y Cristiano, el más impaciente; se moría de ganas de dedicarle un gol al Infante Henrique.
En la segunda mitad, los jugadores del Espanyol salieron con el discurso de Aguirre resonando en sus cabezas. Y tuvo que ser un gran discurso, porque los chicos mordieron. Como siempre, Sergio García fue el más próximo al gol. Cuestión de talento. Un disparo suyo lamió la cepa del poste y por allí se perdió otro país de las maravillas. El último tren lo desvió Casillas, en mano a mano con Jhon Córdoba, expreso de Colombia. Parte de Cornellà (sector madridista) se puso entonces a corear el nombre de Iker.
El resto lo escribió el destino. Después de sobrevivir a dos ocasiones de Arbeloa (lo que leen) y a una contra de Benzema, el Espanyol se volcó hasta encerrar al Madrid en su área. Su última oportunidad se desvaneció después de rebotar mil veces en las piernas de unos y otros.
Al final no bastó con las órdenes de Aguirre, ni con el ánimo del estadio. El Madrid acaricia las semifinales de la Copa porque para derribar a un gigante hace falta un milagro o, en su defecto, un ejército de liliputienses.