A pesar de ser considerados seres mágicos por los aborígenes, los antropólogos han sugerido la posibilidad de que se trate de criaturas pertenecientes a cierta escala de la evolución (o involución) del ser humano, especialmente porque en los archivos de las colonias españolas en Filipinas figuran registrados gran cantidad de casos, hasta tan actuales como principios del siglo XVIII…
Según la mitología nativa, los berbalangos habitan las laderas selváticas de la región de Cagayán, en la isla de Luzón, Filipinas, y se distinguen de los humanos básicamente por sus ojos amarillos de pupilas rasgadas, y en que pueden convertirse a voluntad en animales de la jungla, especialmente en vampiros. Como tales, practican la necrofagia, es decir, que se alimentan de cadáveres humanos, que suelen desenterrar de los cementerios apartados. No obstante, cuando no cuentan con el repugnante alimento, no dudan en atacar a los seres humanos, especialmente a los nativos que, hasta hace poco tiempo, trataban de evitar sus desmanes ofreciéndoles víctimas propiciatorias.
El antropólogo inglés Esthelbert Forbes Skertchley fue el primero en hablar de los Berbalangos, en el archipiélago filipino. “Son vampiros que de vez en cuando han de comer carne humana, pues si no la comieran morirían. Se les reconoce de inmediato, porque sus pupilas tienen forma de rendijas, como las de los gatos. Cuando deben comer, abren las tumbas e ingieren las entrañas de los cadáveres”. A los berbalangos se les puede mantener alejados con un talismán de “perla de nuez de coco”, una piedra parecida al ópalo. Algunos campesinos rocían las tumbas con jugo de lima para impedir que los berbalangos devoren los cadáveres que se encuentran en ellas.
“Más allá de sus características vampíricas -señaló también durante los últimos años de la dominación española en Filipinas una corresponsal e investigadora inglesa del Asiatic Journal of Bengala-, estos seres pueden ser contrarrestados mediante un amuleto tallado en una cáscara de coco o un kriss (cuchillo de forma ondulada) impregnado en savia de binan, un árbol que los filipinos consideran sagrado”.
Los demonios de los bosques
El caso más documentado sobre el tema se remonta a los últimos años de posesión española de las Islas Filipinas en que el anteriormente citado doctor Skertchley viajó a las islas acompañado de Matali, un guía nativo, y que le relató los extraños sucesos que allí acontecían adentrándose en la jungla.
En un momento dado, y cuando el filipino le aseguró que estaban llegando hasta donde habitaban los extraños seres vampíricos, oyeron un sonido de gemidos, y ambos se echaron al suelo. A los pocos segundos vieron unas luces que parecían sobrevolarles y que pasaron por encima de sus cabezas. Aquellos ojos como antorchas se dirigieron a casa de un conocido de ambos: la choza de un tal Hassan.
Decidieron esperar a que se hiciera de día para entrar en la choza armados con unos kriss, los típicos cuchillos del lugar, aunque en el último instante el filipino se negó a entrar en su interior. El antropólogo describió la escena de la siguiente manera: “llamé a gritos varias veces y nadie me contestó por lo que decidí entrar tras dar un fuerte empujón a la puerta que estaba cerrada. Miré alrededor y no había nadie, pero al adentrarme un poco más, observé que sobre la cama había un gran bulto; con las manos crispadas, la mirada desencajada, y los ojos horrorizados; quien así yacía era Hassan, muerto y sin una gota de sangre a su alrededor”. En otras islas del mismo archipiélago, se habla con cierto temor de unas criaturas que son conocidas como demonios de los bosques.
Durante el conflicto bélico que azotó las Filipinas en 1898, una patrulla del ejército americano se adentró en la jungla en busca de una partida de guerrilleros tagalos. Uno de los soldados se desvió del resto de su unidad, y cuando a los pocos días lo encontraron, aseguró haberse topado con un ente de pequeña talla y que tenía unos ojos brillantes como antorchas. El soldado perdió totalmente el juicio y pasó el resto de sus días repitiendo la salmodia: “esos ojos, esos terribles ojos”.
También durante la Segunda Guerra Mundial, muchos soldados tanto aliados como japoneses, afirmaron haber visto e incluso haber sido atacados tanto ellos como las mulas que empleaban para el transporte, por un extraño ser de ojos como linternas y que se movía con gran agilidad, incluso un militar americano lo definió como un ser que aparece y desaparece como por arte de magia. Finalizadas las hostilidades, algunos científicos se ocuparon del asunto, y así mientras los más conservadores culpaban de tales hechos a los pobres pigmeos aetas, una pequeña tribu que habita en las zonas más recónditas de estas islas.
Otros científicos entre los que destaca el padre de la Criptozoología, doctor Bernard Heuvelmans, adujo que se podía tratar de alguna especie de animal como el tarsero, el más misterioso de los primates conocidos. Se trata de una criatura pequeña, velluda, de rostro plano y redondo, ocupado éste por su totalidad por dos grandes y brillantes ojos. Esta criatura tiene la mala costumbre de lanzarse sobre todo bicho viviente, especialmente niños, y, citamos textualmente al Doctor Heuvelmans: “con el auxilio de unas ventosas que posee, se pega literalmente a sus víctimas a las cuales vacía por succión de toda su substancia”. El hecho correspondiente a la succión de la substancia de sus víctimas, los ojos relucientes como luces, y en el caso de los berbalangos, el rasgo de volar, nos hace recordar al chupacabras más que a ese pequeño mamífero llamado Tarsius spectrum y que lógicamente es sobradamente conocido por los nativos de aquellas tierras.
Sobre qué grado de verdad existe en estas leyendas, es poco lo que se sabe, pues se trata de una isla lejana en un archipiélago como el filipino que en muchas zonas aún se conserva casi virgen; pero lo cierto es que sobre el asunto de los berbalangos se han ocupado investigadores como el citado Ethelbert Forbes (Cagayan Sulu, Legends and Superstitions) o el mismísimo cazador de misterios además de escritor e informador radiofónico, Rupert T. Gould, autor del ya clásico Oddities (Misterios de la Tierra).
Textos extraídos del libro: ‘Vampiros: mitos y realidades de los no muertos’ de Miguel Aracil
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