Revista Cultura y Ocio
En febrero de 1911, durante una agotadora serie de conciertos al frente de la New York Philarmonic Orchestra, Gustav Mahler cae gravemente enfermo, llegando a dirigir el último de ellos con fiebre alta. Los médicos, a los que pide sinceridad, le revelan que padece una grave endocarditis bacteriana. Tres meses después moriría en Viena.
En su último concierto quiso el destino que tuviese lugar el estreno de una obra de tintes fúnebres, Berceuse élégiaque op.42, de Ferruccio Busoni. Se trata, a decir de Antony Beaumont, biógrafo de Busoni, de su obra más lograda. Originalmente escrita para piano y posteriormente arreglada para una orquesta reducida, esta berceuse fue inspirada por el dolor que le produjo a Busoni el fallecimiento de su madre. No deja de ser una ironía esta coincidencia funesta, pues Mahler era muy supersticioso y vivía obsesionado creyendo que la muerte le acechaba. Incluso se negó a dar el título de novena sinfonía a La canción de la Tierra, creyendo que las novenas sinfonías estaban malditas y atraían a la muerte. Finalmente murió dejando nueve sinfonías y una décima inconclusa. Cualquier supersticioso que lea esto no hará sino reafirmarse en sus creencias y darle la razón al pobre Mahler.
La música de Busoni tiene una naturaleza contrapuntística, siguiendo la línea de su admirado Johann Sebastian Bach. Aunque nunca se inscribió en el atonalismo tal y como lo entendía Schoenberg, Busoni solía escribir obras que no podían inscribirse en una tonalidad determinada. A pesar de ello, nunca perdió de vista los cánones neoclásicos, por lo que en su obra se combinan la modernidad y la tradición e incluso en sus obras más arriesgadas se pueden escuchar los ecos de Mozart, otra de sus grandes influencias.
Escuchemos Berceuse élégiaque op.42 de Ferruccio Busoni interpretada por la New Philarmonia Orchestra bajo la dirección de Frederik Prausnitz.
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