Revista Historia

Beringer y el bromazo paleontológico más pesado de la Historia

Por Ireneu @ireneuc

Beringer y el bromazo paleontológico más pesado de la Historia

Un fósil un tanto curioso

Hoy en día, los fósiles son una de las fuentes de conocimiento de la historia geológica de la Tierra más importantes que existen. Los continuos descubrimientos de estructuras fosilizadas pertenecientes a seres que vivieron hace muchos millones de años resultan, hasta cierto punto, habituales, pero ayudan a los científicos a esclarecer lo que ha devenido durante la historia de nuestro planeta (ver Las bacterias, los fósiles más antiguos y más pequeños del mundo). Esto es posible en tanto y en cuanto conocemos cual es el proceso de generación de los fósiles, pero este proceso que, en la actualidad puede resultar hasta obvio, no lo era en absoluto a principios del siglo XVIII, cuando los geólogos ignoraban totalmente el porqué aparecían conchas marinas en lo alto de las montañas. En este contexto, los naturalistas de la época simplemente hacían acopio de los fósiles que encontraban, levantando grandes polémicas sobre su origen y creándose numerosos enemigos entre las facciones enfrentadas. Si a esto sumamos un carácter agrio y cierta facilidad para hacer "amigos" por doquier, nos encontraremos con el caso del Dr. Beringer, el cual fue víctima de una de las bromas más pesadas y famosas de la historia de la paleontología mundial.

Beringer y el bromazo paleontológico más pesado de la Historia

Universidad de Würzburg

Johannes Bartholomäus Adam Beringer, era un doctor en filosofía y medicina de la universidad alemana de Würzburg (Baviera) el cual tenía como afición el recoger fósiles de las montañas cercanas a la universidad para su exposición y estudio. Beringer, obsesionado con estos hallazgos, creía que, siguiendo los pensamientos de Aristóteles y Avicena, eran impresiones minerales de seres vivos que tenían que haber sido obra de una fuerza cósmica superior. Sin embargo, Beringer tenía un pequeño inconveniente: era arrogante y no caía simpático ni a Dios.

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Se conservan algunos

En 1725, un par de colegas suyos de la universidad (lo de "colegas", según vea el relato, verá que es muy matizable), a saber, el ex-jesuíta y profesor de geografía, J. Ignatz Roderick, y Johann Georg von Eckhart, consejero y bibliotecario de la corte, ambos conocedores de la afición enfermiza de Beringer por los fósiles, pergeñaron un plan para darle una lección que le bajase un poco los humos al estirado filósofo.

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Fósiles árabes y hebreos

Roderick y Eckhart, de esta forma, encargaron a un picapedrero de la zona que esculpiese todo tipo de figuras naturales imitando a los fósiles que naturalmente se podían encontrar en la zona del monte Eibelstadt. La idea contemplaba dejar los falsos fósiles como "por casualidad" en las zonas donde Beringer acostumbraba a buscarlos para que, de esta forma, los encontrara y los acabara añadiendo a su exposición.
Beringer, por su parte, si bien recogía algunos fósiles él mismo, tenía el apoyo de tres hermanos adolescentes en los cuales confiaba para la "recolección" masiva de fósiles con los cuales aumentar su colección. Los bromistas, conchabados con uno de ellos -los otros dos no sabían nada- empezaron a proporcionarles "fósiles" que, puntualmente fueron llevando a Beringer.

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"fósiles" copulando

El naturalista, ante la espectacularidad de semejantes ejemplares pétreos sencillamente flipaba en colores. Flores, plantas, caracolas, ranas, gusanos, conchas... todo ello con una calidad de detalle como no se había encontrado hasta entonces. Pero no solo animalitos, sino que incluso habían piedras con signos en hebreo y árabe, dibujos de estrellas fugaces, lunas, soles, estrellas... y no pocas piezas correspondían a todo tipo de insectos y animalillos copulando, e incluso abejas libando de flores. En fin, todo lo que la calenturienta mente de los guasones acertaba a imaginar y el picapedrero conseguía transmitir a la piedra.

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Imaginación y fósiles

Maravillado y cegado por los descubrimientos tanto suyos como de sus asistentes,  no dudó ni un momento de la veracidad de los falsos fósiles (aunque a veces la realidad supera a la ficción, ver Coprolitos o las cacas que vinieron del pasado) y a cada nuevo ejemplar hallado, cada vez más aumentaba su entusiasmo. La historia no lo dice pero es fácil pensar que el ego de Beringer creciera en la misma proporción que su colección, y más si pensamos que la situación se alargó durante casi un año, en la que acumuló unas 2.000 de estas falsificaciones. El culmen llegó cuando Roderick y Eckhart se enteraron que Beringer pretendía publicar un libro con sus hallazgos. Posiblemente habían llegado demasiado lejos con su broma.

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Su libro fue un éxito

Los bromistas, al tanto de las intenciones del naturalista, intentaron convencerlo de que podían ser fraudes -sin decir que habían sido ellos, claro, que tontos no eran. Beringer, obcecado en que los fósiles eran reales (aunque a vista de hoy parecen burdos) no les hizo ningún caso y, en 1726, publicó el libro Lithographiae Wirceburgensis, que tenía que ser el primero de una serie de tomos dedicados a su increíble colección de fósiles encontrados en las montañas de Würzburg. Todo saltó cuando encontró una de las piedras en las que se había inscrito su nombre. Finalmente, Beringer, dándose cuenta del engaño, investigó y pronto dio con sus juguetones compañeros, a los que no dudó en llevar a los tribunales para, de esta forma, intentar limpiar su honor, máxime porque el libro ya había salido a la venta.

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Roderick fue expulsado de Würzburg

La noticia del pesado bromazo corrió como la pólvora y, a pesar de que Beringer casi se arruina intentando quitar del mercado todos los ejemplares que pudo encontrar, el libro se convirtió en un gran éxito de ventas. Los tribunales, por su parte, acabaron dando la razón a Beringer, lo que llevó a Eckhart a ser expulsado de la biblioteca y a Roderick a ser expulsado de la ciudad de Würzburg debido a la gravedad de sus delitos.

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Una broma muy pesada

Sea como sea, Beringer siguió trabajando en la Universidad hasta su muerte en 1738 (alguna fuente dice que 1740) teniendo que soportar de por vida la coña marinera de tan sonora tomadura de pelo, pero sin sufrir el desprestigio que pretendían sus ex-compañeros.
Una prueba más de que las bromas son boomerangs que los carga el diablo, de la dureza de la temprana investigación científica y de que, como dice agudamente una amiga japonesa, a veces las bromas tienen algo de broma.
Realmente, una lección ejemplar.

Beringer y el bromazo paleontológico más pesado de la Historia

El bromazo paleontológico más pesado de la Historia


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