No pocas veces he leído o escuchado como se define dentro del mundo cinematográfico, lo que es un documental, en principio la principal premisa es que lo que es ficticio no puede ser documental. Pero claro que podemos decir en el séptimo arte que no sea realmente ficticio, todo lo que está delante de la cámara sufre una manipulación, sino es antes lo será después a través del montaje. El caso es que es muy complicado calificar a un trabajo de documental puro como tal, de hecho este tiene muy poco de ello, aunque tenga pretensiones de mostrar la realidad tal cual.
No hay que ser demasiado avispado para darse cuenta que la gran protagonista del film es la misma ciudad de Berlín, en concreto la colectividad que en ella habita, Ruttman nos presenta una ciudad moderna y totalmente industrializa. Pero desde un punto de vista realmente cotidiano, desde el de sus habitantes, no se para a mostrarnos monumentos, museos o lugares que pudieran interesar al turista, seremos testigos del día a día de los berlineses, acompañándoles a trabajar a la fábrica, oreando las sábanas de sus, comiendo con ellos, incluso llegado el final de la jornada tomando unas copas para celebrarlo.
La colectividad que se presenta en el trabajo es una masa frenética que no para un solo momento, como hormigas de un hormiguero en continua actividad. Todo este ritmo está perfectamente reflejado a través de las escenas de maquinaria industrial donde los automatismos parecen cobrar protagonismo sobre los operarios que los manipulan. Un tema recurrente que nos recuerda a la anterior "Metrópolis" (1927) de Lang y a la posterior "Tiempos Modernos" (1936) de Chaplin.
La realización tiene una vigencia aplastante, lo que la convierte por supuesto en una obra maestra, el hecho de que sea cine silente, añade más calidad a su rotunda estética. No tiene necesidad de lenguaje, siquiera serían necesarios los pocos intertítulos que segmentan cada uno de los actos de la misma, aunque refuerzan la idea de dotar de guión al conjunto de secuencias e imágenes relativamente vertiginosas de una hora de duración. Creando prácticamente la estructura de una partitura musical, ajustando los tempos del film para que al final del mismo nos de la sensación de haber asistido, si se me permite la expresión, a un concierto de lenguaje cinematográfico.
Un aspecto con el que no todo el mundo puede que este de acuerdo es que la película se me hace bastante reivindicativa, vale que el realizador plante la cámara en la calle y capte el bullir de la ciudad. Pero a la hora de montar las escenas es donde creo que busca demostrar las fracturas sociales que existen dentro de la misma, sin ir más lejos os muestra una escena en la que unas cuantas personas comen en un restaurante de lujo y los camareros tiran los restos de comida a la basura, para inmediatamente después intercalar una imagen de dos niños rebuscando en la basura.
Puede que el director no pretendiera con este trabajo realizar una denuncia en el sentido estricto de la palabra pero lo que está claro es que acaba consiguiéndolo aunque sea de una forma indirecta como demuestra la escena descrita con anterioridad y algunas otras que hay por el film. Mi recomendación es que se dejen llevar por una obra maestra del género, en la que la podrán regodearse con la fotografía y el uso de la cámara, llegando a ver planos que les parecerán prácticamente imposibles, sin olvidar que estamos ante una obra de finales de los años veinte.
TRONCHA