El pasado fin de semana, aprovechando que presentaba el libro en Talavera de la Reina, mi amigo Miguel Angel de la cruz me invitó a ver la berrea desde un hide que tienen instalado desde hace años en una finca de los montes de Toledo, en las faldas de la sierra de Gredos. Yo siempre había disfrutado de este espectáculo en los montes de Asturies, donde los ciervos se escuchan más que se ven, donde aparecen furtivamente entre las escobas y helechos cuando refresca la tarde y abandonan el bosque.
La berrea en las dehesas del centro y sur de la península ibérica no tienen nada que ver con la que estaba acostumbrado a ver en el norte. En los paisajes abiertos entre las encinas los machos de ciervo pueden llegar a reunir harenes de varias decenas de hembras, algo insólito en las montañas del norte.
Llegamos a la finca poco después de las cuatro de la tarde, con una temperatura muy alta para el mes de octubre aunque con alguna racha de viento que refrescaba el ambiente. La falta de lluvias y las altas temperaturas no eran las mejores condiciones para la berrea, pero poco después de bajarnos del coche ya escuchamos los primeros bramidos que hacían presagiar una buena tarde.
Poco después de meternos en el hide apareció el primer grupo de ciervos. Uno de los machos había reunido un grupo de unas 15 hembras y corría de un lado hacia otro intentando que no se dispersaran mientras expulsaba a otros competidores que intentaban acercarse.
De vez en cuando olfateaba a alguna de las hembras para comprobar si ya habían entrado en celo. No todas las hembras del harén entran en celo al mismo tiempo, por lo que deben ser "controladas" continuamente para poder aparearse con ellas en el momento adecuado.
Toda la dehesa era un continuo coro de bramidos, que eran producidos tanto por los grandes machos que monopolizaban las hembras como por los machos más jóvenes que trataban de ocupar su lugar. Este inconfundible sonido está dirigido sobre todo a otros machos, y tiene por objeto amedrentar a los rivales evitando de esa forma luchar con ellos continuamente.
Pero cuando las fuerzas están igualadas y los bramidos son de una intensidad parecida, se producen las luchas, en las que los machos entrelazan sus cuernas y se empujan para medir sus fuerzas. La mayoría de estas peleas son incruentas y suelen terminar cuando uno de los machos, el más débil se retira del combate y se aleja.
Tras un par de semanas de berrea muchos machos se encuentran totalmente agotados y no es raro que se tumben a la sombra de las encinas para aliviarse del intenso calor. A pesar del cansancio, la tregua duró poco tiempo y el macho dominante se levantó a los pocos minutos para seguir con la frenética actividad de mantener unido al harén y perseguir a los rivales.
A medida que iba cayendo la tarde la intensidad de la berrea fue en aumento y tanto machos como hembras volvieron a salir al claro aprovechando el descenso de la temperatura. Y no solo los ciervos se dejaron ver, un grupo de jabalíes apareció entre las encinas y pasaron a pocos metros del hide donde seguíamos escondidos.
Tampoco se quiso perder la fiesta un zorro, que más lejos de nosotros se detuvo a comer algo que no logramos identificar. Poco a poco la luz fue haciéndose más tenue y aunque aún se podía ver perfectamente, ya teníamos que forzar las cámaras para captar las imágenes. Era hora de marcharse y mientras nos alejábamos en el coche, cuando ya solo se veía la luz de las estrellas, aún se seguían escuchando los bramidos de los venados. Seguramente durará un par de semanas más, hasta que las últimas hembras entren en celo y los machos, agotados tras el esfuerzo se retiren a descansar.