Revista Cultura y Ocio

Berta Isla - Javier Marías

Publicado el 21 febrero 2022 por Elpajaroverde

He abandonado mi lectura anterior a esta. Es algo que casi nunca hago. También es algo que he aprendido a hacer en los últimos años. Antes me sentía culpable por ello (qué tontería, ni que las hojas de papel impresas o la tinta electrónica tuviesen sentimientos, ni que los personajes fuesen reales y fuesen por tanto a sentirse abandonados, ni que el autor o autora fueran a saber de mi abandono y a sufrir por ello). De hecho, aún me sigo sintiendo un poco así. Ocurre también que me corroen las dudas. Tal vez si sigo un poco más el libro mejore. Pero, claro, si sigo mucho más para lo que queda por leer pues ya lo termino o con lo que tengo ya leído cómo lo voy a abandonar. Además, a veces la perseverancia tiene premio. Si no fuese por ella me hubiese perdido a Faulkner, hubiera también dejado en la estacada a mi adorada y adoptada Marina Tsvietáieva. Cierto es que ambos son autores que requieren esfuerzo. En el caso de mi Marina, además, es necesario un período de adaptación a su forma de escribir. Creo que es por ello por lo que mis tentativas de abandono cada vez están menos relacionadas con que una lectura se me haga costosa. Mis últimos abandonos tienen más que ver con una falta de aporte, con una carencia indefinible. Y ese es, precisamente, el motivo por el que he abandonado Volver a casa, de Yaa Gyasi, la autora elegida para el viaje a África de este año en el club de lectura Viajar leyendo autoras. Os cuento de qué libro se trata por si sentís curiosidad, en ningún modo para disuadiros de su lectura. No me parece un mal libro y no sé de nadie que lo haya leído y que no le haya no solo gustado sino encantado. En mi caso lo empecé con agrado pero a medida que iba avanzando en la lectura me iba faltando algo que no tenía visos de aparecer (tal vez porque ese algo o se tiene o no se tiene). Así que decidí abandonarlo antes de que la cuantía de páginas leídas me obligara en cierto modo a continuar y terminarlo. Al igual que tengo un instinto (como la mayoría de lectores tenemos) que muy pocas veces me falla para detectar los libros que son para mí, creo que estoy comenzando a desarrollar otro para detectar aquello otros que he de abandonar (claro que, como no los termino, nunca podré realmente comprobar la fiabilidad del mismo), por lo que creo que fue una decisión acertada. Y es que me sentía impaciente, con la mente fuera de la historia y puesta en cambio en las lecturas que quería leer a continuación. En mi descargo diré que pienso que esto es algo que probablemente sea un abandono mayor hacia las páginas de papel impresas, los personajes y la autora que el abandono de la novela en sí.

Me fui, pues, a una de esas otras lecturas que me estaban esperando. Volví a Javier Marías. Casi cinco años han pasado desde la última vez que lo leí. Y es que me da una pereza infinita ponerme con este hombre. Es algo que me pasa con algunos autores como, por ejemplo, y ya que lo he citado, William Faulkner. Es una pereza en este caso no indefinible pero sí injustificable porque sé que en cuanto me pongo con ellos me desperezo y no me traen sino satisfacción. Así que comienzo a leer a Javier Marías y ya está. Ahí está. Desde el primer párrafo. Lo que se tiene o no se tiene y que los libros del madrileño tienen. Lo contrario a la carencia indefinible pero que también soy incapaz de definir. Esto lo tiene Javier Marías a pesar de que es él, Marías. A pesar de que le da vueltas continuamente a las mismas ideas. A pesar de que en ocasiones parece que en todos sus libros habla de lo mismo (en este bastante menos que en los anteriores suyos que he leído). Y a pesar de que no creo que la novela suya que leo sea la mejor de sus novelas. Se me va así la impaciencia. Ya no importan las lecturas que me esperan ni la que acabo de abandonar. Lo mejor que nos puede regalar un libro es momento presente.

Berta Isla - Javier Marías

La novela que leo de Javier Marías se titula Berta Isla. Berta Isla es también el nombre de su en cierto modo protagonista y su narradora en mayor parte. Y es que Berta solo nos puede contar lo que vive y lo que sabe o cree saber. "Tenemos muchas pretensiones: pretendemos desentrañar a la gente, sobre todo a quien dormita y respira junto a nuestra almohada". Sin embargo, "cuán fácil es estar en la oscuridad, o es nuestro estado natural" porque "lo cierto es que nos consta muy poco, quiero decir que casi todo lo que sabemos es porque nos lo han contado otras personas, o los libros y los periódicos y las enciclopedias, o la Historia con sus crónicas y archivos y anales, a los que damos crédito por aposentados y antiguos, como si no se hubiera mentido y tergiversado en sus tiempos y no hubieran prevalecido las leyendas. Apenas asistimos a nada, apenas presenciamos nada, no somos capaces de afirmar casi nada, aunque lo hagamos constantemente". "De lo que no se nos cuenta nada sabemos, y tampoco de lo que sí, tampoco de lo que sí. Tenemos la tendencia a dar por bueno esto último, a pensar que la gente dice la verdad y no prestamos mucha atención ni nos dedicamos a desconfiar, la vida no sería vivible si lo hiciéramos así, si pusiéramos en duda las afirmaciones más triviales, por qué nadie habría de mentir respecto a su nombre, a su trabajo, a su profesión, a su origen, a sus gustos y costumbres, a la ingente información que intercambiamos todos gratuitamente, a menudo sin que se nos pregunte, sin que nadie haya mostrado el menor interés por enterarse de quiénes somos ni qué hacemos ni cómo nos va, casi todos contamos más de lo que nos corresponde o aún peor, imponemos a otros datos e historias que no les importan nada y damos por sentada una curiosidad que no existe, por qué alguien habría de sentir curiosidad por mí, por ti, por él, pocos nos echarán en falta si desaparecemos y aún menos se interrogarán".

Lo que Berta no narra porque no sabe nos lo cuenta un narrador omnisciente. Así sabemos cosas de él que ella ignora. Por él quiero decir por aquel que dormita y respira junto a Berta, aquel que reposa la cabeza en esa almohada que cada vez es menos del matrimonio que forman ambos y cada vez más de Berta. Él es Tomás Nevinson y casi se me antoja tan protagonista de esta novela como su cónyuge a pesar de que Javier Marías le escribió con posterioridad otra novela que protagoniza y que lleva por título su nombre.

Tomás Nevinson es a Berta Isla ese libro que se decide de antemano que hay que leer hasta el final. Berta Isla es para Tomás Nevinson un libro que bien podría titularse como el que yo abandoné antes de comenzar este, no porque la abandone, que en cierto modo lo hace, sino porque volver a ella es para él como volver a casa, incluso como volver a sí mismo, si es que él (o alguien) sabe quién es él en realidad. Javier Marías es a mí lo que es mi culpabilidad por abandonar un libro, mi indecisión por no saber si hago bien en dejarlo, ese reconcomerse por rechazar lo que quizás hubiera deparado el camino descartado, la ignorancia sobre lo que traerá el camino iniciado, pues "al fin y al cabo nunca se sabe si se perjudica a alguien hasta que su historia está completa, y eso tarda"; es, en fin, dicotomía pura. Y yo soy a esta reseña, salvando las distancias, por supuesto, lo que Javier Marías es a esta novela. Yo uso mi lectura abandonada a mi antojo e interés para hablaros de mi lectura no abandonada como Marías uso a sus personajes para hablarnos de lo que le viene en gana. Y eso, en esta novela, se le nota, muy poco pero se le nota.

Berta y Tomás se conocen siendo muy jóvenes durante la última etapa del franquismo (la novela avanzará hasta la década de los noventa del pasado siglo). Son tiempos de liberación sexual pero también años en los que todavía se 'respeta' al partenaire con el que se va 'en serio'. Son tiempos en los que todavía se estila que cuando una mujer se casa pase a llamarse mujer de. Y Berta anhela eso. Aspira a convertirse en Berta Isla de Nevinson. Podría incluso decirse que lo decide y que apochina dignamente con su decisión. Y es que "mucho hay que haber perdido antes de renunciar a lo que se tiene, más aún si lo que se tiene responde a un propósito antiguo, a una determinación con elementos de obstinación. Uno va reduciendo sus ímpetus y sus expectativas, se va conformando con versiones deterioradas de lo que quiso alcanzar o creyó haber alcanzado, en todas las fases de la vida se admiten rebajas y desperfectos, se van dejando de lado exigencias".

Se casan cuando Tomás regresa de Oxford tras concluir sus estudios universitarios. Sin embargo, el Tomás que regresa no es el mismo que el que se fue. Está más ausente, carente de expectativas, como si algo le inquietara profundamente. Berta percibe ese cambio pero no sabe a qué es debido. Nosotros sí sabemos. A nosotros sí nos cuenta ese narrador omnisciente lo que a Tomás le pasó en Oxford. Sabemos "qué estúpidos son los días, qué estúpido puede ser cualquier día, uno ignora cuál y se adentra festivamente en el que debería haber evitado, no hay forma de adivinar cuál será el de maldición y tajo y fuego, el de garganta del mar y el que lo quiebra todo", y asistimos a ese día en el que Tomás se adentró ignorante y festivamente y que ocasionó la relegación de Berta a la categoría de volver a casa y la apertura de un nuevo libro inescrutable, peligroso, quién sabe si también fascinante y adictivo. Un día y una decisión que Tomás no eligió, aunque "no elegir no es una ofensa, es lo acostumbrado. Sigue siéndolo en la mayor parte del mundo, lo mismo que en nuestros países, pese al espejismo colectivo", e incluso tal vez cuando uno piensa que no está eligiendo inconscientemente lo está haciendo.

Tomás es mitad español mitad inglés y es bilingüe en ambos idiomas, pero, además, tiene una capacidad asombrosa y única no solo para aprender lenguas extranjeras sino para imitar cualquier tipo de acento. Eso sí que lo sabe Berta, aunque no es la única en conocerlo. Habrá quien se fije en ello. Habrá quien lo considere útil y beneficioso. Y así es como Tomás comienza a trabajar para el servicio de inteligencia secreta británico. Así es como comienza a formar parte de un nosotros que no está formado por él y Berta sino por aquellos otros que son "las atalayas, los fosos y los cortafuegos; somos los catalejos, los vigías, los centinelas que siempre estamos de guardia, nos toque esta noche o no. Alguien tiene que estar atento para que el resto descanse, alguien ha de detectar las amenazas, alguien ha de anticiparse antes de que sea tarde". Eso dice Tomás. Eso le dicen. Eso cree ser; "cuando uno está obligado a algo, lo mejor es convertirse a la causa, hacerse fanático de ese algo". Tal vez incluso lo sea, a pesar de que "nadie sabe nunca si son buenas las causas ajenas, aunque sean las del propio país [...]. Las causas son sólo de sus representantes [...], que siempre son temporales y se desautorizan unos a otros a medida que se van sucediendo", así como también se suceden esos cortafuegos, esos centinelas, extinguiéndose con ellos la estela fugaz de su gloria (y qué gloria puede haber en lo que se ha de callar, en lo que nadie puede saber que ha sucedido), la tonta y estéril vanidad de no ser uno más, de dejar huella e influir aunque sea infinitesimalmente en ese mundo imperturbable a nuestro paso por él, y, al final, tanto sacrificio para terminar siendo uno más en la cadena de mando (pero es que se vive tan cómodamente cuando se obedece, "cuando a uno se le dice qué hacer en todo momento. Se entiende a los que quieren cadenas, nada tienen que cuestionarse"), esa cadena de mando que actúa incluso cuando no hay guerras (aunque hasta en los períodos de paz siempre se está en guerra), que actúa precisamente para evitar las guerras (quién sabe si quizás también para provocarlas), aunque "quizá en una guerra en regla está todo más justificado, no sé; luego resulta que no, que no lo está según los que vienen después, los que no la padecieron y se beneficiaron de ella y de que se ganara de cualquier manera" cuando en realidad tanto los que vinieron después como los que vivieron la guerra, así como los anteriores y los que seguirán viniendo, son todos los mismos, son masa (como masa termina por ser también ese nosotros en el que se incluye Tomás), son ese pueblo por el que todo el tinglado oculto en el que se involucra el marido de Berta Isla se parapeta tras la idea del altruismo, el mismo pueblo que "siempre sale inocente. El pueblo, que a menudo es vil y cobarde e insensato, nunca se atreven los políticos a criticarlo, nunca lo riñen ni le afean su conducta, sino que invariablemente lo ensalzan, cuando poco suele tener de ensalzable, el de ningún sitio. Es sólo que se ha erigido en intocable y hace las veces de los antiguos monarcas despóticos y absolutistas. Como ellos, posee la prerrogativa de la veleidad impune, no responde de lo que vota ni de a quién elige, de lo que apoya, de lo que calla y otorga o impone y aclama. ¿Qué culpa tuvo del franquismo en España, como del fascismo en Italia o del nazismo en Alemania y Austria, en Hungría y Croacia? ¿Qué culpa del stalinismo en Rusia ni del maoísmo en la China? Ninguna, nunca; siempre resulta ser víctima y jamás es castigado (naturalmente no va a castigarse a sí mismo; de sí mismo se compadece y apiada). El pueblo no es sino el sucesor de aquellos reyes arbitrarios, volubles, sólo que con millones de cabezas, es decir, descabezado. Cada una de ellas se mira en el espejo con indulgencia y alega con un encogimiento de hombros: 'Ah, yo no tenía ni idea. A mí me manipularon, me indujeron, me engañaron y me desviaron. Y qué sabía yo, pobre mujer de buena fe, pobre hombre ingenuo'. Sus crímenes están tan repartidos que se desdibujan y se diluyen, y así los autores anónimos están en disposición de cometer los siguientes, en cuanto pasan unos años y nadie se acuerda de los anteriores". El pueblo es verdugo, sí, aunque también es víctima (de sí mismo, tal vez), porque esconde sus crímenes y se parapeta tras el Estado (qué cómodo es delegar e inhibirse de la responsabilidad), sí, sí, "los ciudadanos están convencidos de que los protege el Estado, y así es normalmente, es lo fundamental [...]. Pero lo que ignoran es que, si esa protección lo requiere o se resisten a ella [...], se impide que estorben y se los anula. ¿Cómo? Se los desposee: quien no tiene nada, nada puede hacer. Se les confiscan los bienes, se les expropian las tierras y los inmuebles, se les arrebata la fortuna a base de impuestos sobrevenidos y multas, para todo hay siempre margen, ya se encargan los Gobiernos y los Parlamentos de que lo haya, todos ellos". Bueno, ahora comprenderéis un poco la pesadumbre de Tomás.

Berta intenta comprender. Berta ignora muchas cosas. Y, cuando uno ignora, solo le queda imaginar. La imaginación muchas veces distorsiona, otras tantas acrecienta, pero, ocurre también que imaginar es algo muy cercano a saber. Berta Isla, pues, "sabía, pese a las especulaciones y las incertidumbres, pese a las esperanzas de estar en el error, pese a las dudas necesarias para pasar de un día a otro y vivir". "Lo había percibido en el instante, cierto, pero después lo había apartado, conservamos los significados que nos favorecen y descartamos o empalidecemos los demás, sobre todo en la memoria y en el eco y la repetición". Y, aun así: "Qué poco he sabido de ti. No te conozco en tu media vida, quizá la de más valor para ti ", se lamenta.

Berta Isla es la historia de la espera de Berta Isla. A su regreso de Oxford Tomás comienza a trabajar en la embajada británica en Madrid, la tapadera perfecta para viajar periódicamente a Inglaterra por motivos de trabajo. Berta le espera en sus ausencias, en cierto modo se habitúa a ellas. Suelen tratarse de dos, a lo sumo tres meses, pero quién sabe si algún día la ausencia se dilatará, si Berta se quedará colgada en esa espera, en "la pérdida sin clausura ni corroboración, la que más encadena y la peor". Sin embargo, "cuando uno espera demasiado se le acaba creando un sentimiento ambivalente o contradictorio: descubre que se ha acostumbrado a esperar y que tal vez ya no quiere otra cosa. No quiere que eso se interrumpa o toque a su fin con la llamada esperada, con la llegada esperada, con la reaparición ansiada, y aún menos quiere lo contrario, que se le anuncie que eso no se va a producir, que se le diga que su marido jamás va a dar señales de vida ni a regresar. Esto segundo es más grave y más dramático, claro, pero las dos posibilidades suponen lo mismo: el término de la expectativa y de la incertidumbre, a las que uno se acomoda tanto que prefiere no salir de ellas, que no le quiten el motivo por el que se levanta ni el pensamiento con el que se acuesta, que no lo muevan de ahí. [...] Es mejor lo que tengo ahora, quizá. Es la ilusión de lo venidero, a la que puedo dar cualquier forma, lo venidero se puede moldear. Puedo fantasear". No en vano la esperanza es prima hermana de la espera.

Berta Isla es una novela de Javier Marías y eso se nota. Se nota por su prosa envolvente que te coge de la mano desde la primera frase y no te suelta hasta el final. Se nota por las encrucijadas sin salida y sin escapatoria que plantea. Se nota por el hilo de sus reflexiones y su simbiosis con la trama. Se nota, como ya he comentado, por la reiteración de las mismas, aunque, al contrario de lo que sucede con otros autores, no es algo que canse ni agote. Se nota por las referencias literarias. En este caso no alude a una única obra que acompaña al autor en sus reflexiones a lo largo de la historia como ocurre en algunas de sus otras novelas (sucediendo, así, que uno termina las mismas queriendo lanzarse a leer la obra aludida). En este caso se trata de un picoteo compuesto, entre otros aperitivos, por versos de T. S. Eliot, El coronel Chabert de Honoré de Balzac (obra de la que ya sabía por Los enamoramientos), Enrique V de William Shakespeare (no podía faltar Shakespeare (si no me he animado a leerlo tras leer Corazón tan blanco no sé cuándo lo voy a hacer), del que incluso Marías ha llegado a tomar alguna cita como título para alguna de sus novelas, como es el caso de Corazón tan blanco y de Así empieza lo malo) y un relato del que no nombra título ni autor pero del que casi podría asegurar que se trata del maravilloso de Nathaniel Hawthorne.

Berta Isla es también la novela en la que he conocido a Tomás Nevinson. Lo he imaginado a través de Berta Isla y lo he conocido un poco más a través del narrador omnisciente. Lo bueno de haber tardado tanto en leer a Javier Marías es que el libro que protagoniza este personaje y al cual da título ya está publicado, así no tengo que emperezarme y desemperezarme otra vez. Así, pues, dos reseñas de dos libritos maravillosos, los cuales ni se me ha pasado por la cabeza abandonar, y vuelvo con Tomás Nevinson.

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