Darko, Agatha, Violet y Rafael llegaron hasta las puertas de la ciudad sin contratiempos. Algo extraño teniendo en cuenta que Noctus estaba sitiado y ellos eran unos fugitivos que habían causado bastantes bajas en los enemigos.
Todos observaron los alrededores con cautela y comprobaron, sorprendidos, que no había nadie. La noche era tranquila y solitaria.
—Algo no va bien —dijo Darko—. Esto está demasiado apacible.
—Bueno, lo único que tenemos que hacer es cruzar la entrada de la ciudad y marcharnos rápidamente —contestó Rafael—. ¡Si nos quedamos aquí como unos idiotas no tardarán en venir!
Dio un paso al frente pero Violet le sujetó el brazo.
—¡Espera! Puede que Darko tenga razón. ¿Y si tienen a algunos de los suyos escondidos a la espera de atacar si cruzamos la muralla?
—Yo opino lo mismo… —dijo Agatha que, hasta entonces, había estado callada durante todo el camino. Desde su reanimación, andaba seria y pensativa. Tampoco estaba recuperada al cien por cien, para ello necesitaba algunas horas debido al alcance de la herida de su pecho. Ya no sangraba y la carne estaba casi cicatrizada, pero su nivel de energía no era todavía el más óptimo.
Rafael gruñó y volvió a su posición original junto a todos.
—De acuerdo.
Darko se quitó la camiseta y la lanzó fuera de los muros. Al instante, sonó un disparo.
—Viene de allí —Rafael señaló un punto oscuro en dirección derecha, por encima de la muralla que rodeaba Noctus—, están apostados en la colina, tras los muros de piedra.
—¿Qué hacemos? —Inquirió Violet— Seguramente ya se habrán comunicado con los demás y nos van a rodear en cuestión de minutos.
—Pero si nos movemos nos dispararán… —intervino Agatha de nuevo.
—No sé qué les impide hacerlo desde hace rato —contestó Darko—. Nos tienen a tiro, de eso no hay duda. La cuestión es, porque no nos han matado ya.
De pronto, alguien aterrizó en el suelo desde la posición en que había sonado el disparo. Una figura oscura y corpulenta comenzó a avanzar hacia ellos. Los cuatro se pusieron en alerta pero otra figura aterrizó tras ellos. Otra más a su izquierda y dos más a su derecha. En total, cinco tipos corpulentos y altos se les acercaban.
Darko cogió a Agatha por la cintura y la rodeó protegiéndola con su cuerpo. Ella se dejó abrazar cerrando los ojos. Rafael, viendo la actitud de la pareja, cogió con brusquedad a Violet de la cintura e intentó rodearla también para protegerla, pero ésta respondió dándole un rápido pisotón en el pie mientras se apartaba.
—¿Qué coño haces? —rugió él.
—No soy una muñequita indefensa, cariño. ¿O es que no te has fijado en la de hostias que he repartido antes?
—Que te den —fue la respuesta de él.
Unos aplausos interrumpieron la breve disputa. Un tipo moreno y enorme vestido por completo de cuero los observaba con una media sonrisa mientras realizaba el teatral gesto de manos. Los otros cuatro, de similar envergadura y mismo atuendo de cuero negro se reunieron a su alrededor.
—Muy divertida la escena, muchachos —comenzó—, pero no es momento de gilipolleces.
Darko se adelantó y les enseñó los dientes en una mueca feroz.
—¿Y quién cojones sois vosotros?
El desconocido se adelantó también respecto a su grupo y se situó a solo unos centímetros de Darko. Su voz sonó letal:
—Somos los que tienen ahora mismo el poder de salvarte la vida o de echarte a los perros. —relajó su expresión de pronto y dio media vuelta para dirigirse a sus hombres:— ¿Qué decisión deberíamos tomar, chicos?
—¡Echémoslos a los putos perros! —dijo uno de ellos, un tipo rubio con el pelo muy corto. Una fea cicatriz le atravesaba los labios, deformando su semblante.
El desconocido que parecía liderar aquel grupo volvió a mirar a Darko y sonrió, esta vez, abiertamente. Su sonrisa reveló algo importante para ellos.
—¡Eres un vampiro! —Gritó Violet— ¡Sois de los nuestros! —dio un salto y no pudo evitar reír. No le importaba parecer una tonta, tras toda la tensión acumulada, necesitaba descargar la adrenalina como fuese.
Los demás no dijeron nada y el grupo de vampiros desconocidos se mantuvo quieto observando a la joven e histérica vampira que seguía riendo y saltando. Cuando Violet se dio cuenta de que nadie compartía su euforia y de que un silencio tenso cortaba el aire, se obligó a serenarse.
—¿Qué pasa? ¿Es que no os alegráis? —Dirigiéndose a los suyos— Y vosotros, ¿es que tenéis un palo metido en el culo? —Dirigiéndose a los desconocidos.
—¡Violet! —la reprendió Agatha— Cállate un poquito, anda.
Rafael la cogió de la muñeca y la acercó para hablarle al oído:
—El hecho de que sean vampiros, no significa que sean de fiar… Podrían ser renegados o traidores.
—¡En efecto! —Intervino de nuevo el líder del grupo— Podríamos ser serpientes esperando ver aparecer una linda florecilla como tú para inyectarte nuestro veneno.
Rafael fue el que se adelantó esta vez:
—¡Eso será si antes conseguís pasar por encima de mí, bastardos!
—Y yo no soy ninguna florecilla —dijo por lo bajo la aludida—. Gusano.
—En fin —ignorando los insultos, el líder prosiguió—, hoy es vuestra noche de suerte y os comunico que somos de los buenos. ¿Queréis salir de esta puta ciudad? ¿Refugio? Pues venid con nosotros.
—¿Quién nos garantiza que no es una trampa? —inquirió Darko.
El desconocido miró al tipo rubio de la cicatriz.
—Nick, dale tu arma al soplapollas.
El tipo lanzó al aire el arma que portaba. Darko lo cazó al vuelo.
—Ten cuidado con eso —advirtió el líder—, es un subfusil Maschinen Pistole 5, el mismo que utilizan las fuerzas especiales humanas. Cuídalo como si fuese tu mamá.
Darko gruñó sujetando el arma. No le gustaba nada como se dirigían a ellos, pero de momento tragaría hasta que viese sus verdaderas intenciones. Ahora mismo parecían la mejor baza para salir de Noctus con vida.
—Quiero otro de esos para mi amigo —dijo señalando con la cabeza a Rafael.
***
El grupo de vampiros les llevaron a un refugio bajo tierra por el que se accedía a través de una cueva en una de las colinas que rodeaban Noctus. Un intrincado túnel natural que desembocaba en un amplio espacio subterráneo que tenía el aspecto de una base militar. Una buena cantidad de armas diferentes e hallaba diseminada por varias mesas; había dos sofá amplios de cuero negro y colchones extendidos al fondo de la estancia, en el suelo de piedra. El vampiro líder les guió presentándoles a los demás —en aquellos momentos, unos diez vampiros vestidos igual y armados hasta los dientes—, aunque aseguraba que todavía eran más pero estaban fuera en distintas misiones.
—Yo soy Damián —se presentó por fin el vampiro líder, estrechando la mano a los cuatro—. Como podéis ver, somos soldados y estamos preparándonos para la guerra. ¿Vais a uniros a la causa?
—¡Pues claro! —Exclamó Violet— No hay cosa que desee más en este mundo que acabar con esos humanos. Han matado a nuestra familia, han torturado y sometido a nuestro pueblo… —Sollozó levemente emocionada al recordar a sus padres, pero se obligó a no derrumbarse.
Damián sonrió.
—De acuerdo, deduzco que los demás también queréis derramar sangre, así que, de momento, podéis descansar. Se acerca el alba y vamos a necesitar que todo el mundo esté fresco mañana por la noche.
Les indicó los colchones que estaban libres, les dieron mantas e indicaron el lugar donde podían asearse. A través de otro pasadizo, se llegaba a una cueva donde había una piscina natural que solía estar caliente. La cueva, al igual que lo demás, estaba alumbrada con antorchas.
—Lavaros vosotros primero, yo estoy agotada, solo quiero dormir —dijo Agatha.
—Primero entro yo, chicos, ¡ni se os ocurra asomaros! —Exclamó divertida Violet.
Rafael puso mala cara, pues esperaba poder entrar junto a ella, pero la vampira a la cual había sido destinado, no mostraba interés en él más allá de la supervivencia desde aquel primer encuentro en la cueva.
Darko fue junto a Agatha y sentándose en uno de los colchones, la atrajo hacia él para sentarla entre sus piernas. La abrazó por detrás y colocó su barbilla en el hombro femenino.
—¿Estás bien?
—Todo lo bien que se puede estar cuando has estado en el umbral de la muerte —dijo ella abatida.
—Tienes que animarte, Agatha. Has sobrevivido. Estamos juntos y has recuperado a tu hermana. A partir de ahora, todo irá bien.
—¿Y si no es así? —Inquirió ella— ¿Y si mañana todo sale mal? Me da igual morir pero no quiero perderos a vosotros, no lo soportaría.
—Ya has oído al tipo, estamos en guerra, cariño. Te guste o no, lo estamos y tenemos que enfrentarnos a ello.
—¿No sería más fácil huir y salvarnos?
—Lo único que estoy dispuesto a hacer es dejarte aquí a salvo y luchar —respondió él.
Ella se removió entre sus brazos y lo sujetó por los hombros con los ojos enrojecidos.
—¡No! ¡Eso jamás! Si vas mañana a luchar, yo iré contigo.
—Si te ocurre algo de nuevo, no me lo perdonaré, Agatha. No sabes luchar.
—Pero sé morder —sentenció ella.
Rafael se adentró en la gruta dispuesto a contemplar aquello que se le negaba: el cuerpo de su mujer destinada. Ella era suya y tenía todo el derecho de verla desnuda y de tocarla, penetrarla… Tragó saliva, pues él solo con sus pensamientos se estaba causando una erección importante.
La piscina natural apareció ante él. El agua emanaba un especie de vapor que llegaba hasta donde él estaba, comenzando a empapar su camiseta. Ella estaba de espaldas, de pie en el centro de la piscina, que la cubría solo hasta las caderas. Se deleitó contemplando su esbelta figura: su fina espalda que terminaba en una estrecha cintura y realizaba una curva que prometía un firme y bonito trasero. Se secó el sudor que comenzaba a surgir en su frente.
De pronto, ella habló sin girarse:
—Qué eres, ¿un mirón? —Lo dijo con voz juguetona.
—No sabía que me hubieses escuchado entrar —fue lo único que se le ocurrió contestar.
Violet se giró lentamente hasta mostrarle sus pechos, que eran pequeños y estaban coronados por unos pezones oscuros. Estaban erguidos y clamaban por tener su boca rodeándolos.
—Ven —le invitó.
Antes de dar un paso más, Rafael se quitó la camiseta sin apartar la mirada hambrienta de los pechos de ella. Violet se mordió el labio inferior al comprobar que Rafael tenía un cuerpo para el pecado. Estaba segura de que podía hacer realidad todas sus fantasías más salvajes junto a él… Lo estaba deseando. Por fin tenía a su hombre destinado.
Él comenzó a andar hacia la piscina mientras se desabrochaba los pantalones. Cuando llegó hasta el agua, iba completamente desnudo. Se paró frente a ella, que lo contemplaba absorta. Rafael era todo músculo y además, poseía un miembro grande y dispuesto para hundirse dentro de ella.
—Voy a hacerte mía, Violet —dijo en voz baja, estremeciéndola—. Necesito saborearte entera.
Ella se alejó hasta la esquina de la piscina y apoyó los codos en el borde, en una posición que intentaba mostrar tranquilidad pero, en el fondo, pese a que estaba excitada, sentía nervios porque seguía siendo virgen. Sonrió para sus adentro pensando en que ya iba a deshacerse de aquel lastre.
—Te estoy esperando —dijo seductora.
Lydia Alfaro© Todos los derechos reservados
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