Revista Educación

Bésame, tonto

Por Siempreenmedio @Siempreblog

 

Fotografía de Elliot Erwit, 1955.

Fotografía de Elliot Erwit, 1955.

 

Por una mirada, un mundo.

 

Por una sonrisa, un cielo.

Por un beso… yo no sé

qué te diera por un beso.

Gustavo Adolfo Bécquer

Un beso no deja de ser una forma de comunicación no verbal y una manera diferente de percibir a la otra persona (más olfativa, gustativa y táctil que la habitual auditiva o visual). Pero el acto de besar es más complejo de lo que parece, transmite poderosos mensajes al cerebro, al cuerpo y a la pareja.

El origen biológico del beso no es claro. En algunas especies animales se manifiesta en comportamientos de alimentación a la pareja, en calidad de regalo de cortejo. También existen teorías que lo asocian a la sensación placentera de las crías al mamar o, en la fase de destete, a la premastacación del alimento por la madre, que lo traspasa de boca a boca.

En todo caso, el beso en los labios es propio de la cultura occidental. En Japón, por ejemplo, los besos apasionados se dan en el cuello o en las manos, nunca en la boca. De hecho, aunque en nuestra sociedad suela constituir el primer contacto erótico y ser el preámbulo de otras manifestaciones sexuales, el 10% de la humanidad no junta jamás sus labios.

Algunos científicos teorizan sobre el acto de besarse como práctica crucial en el proceso evolutivo de la selección de pareja. El ósculo (como se denomina en el campo de la ciencia) puede transmitir información subconsciente sobre la compatibilidad de una eventual pareja. Más concretamente, un estudio que se realizó en la Universidad de Albany vino a demostrar que durante el beso se genera un intercambio de señales químicas que permiten conocer la compatibilidad genética y la fertilidad de la pareja. Podría ser la explicación de por qué un primer beso fallido es capaz de arruinar una potencial relación.

El contacto labial provoca una importante reacción nerviosa. De los doce nervios craneales que afectan a la función cerebral, cinco de ellos intervienen cuando besamos. Se provoca la liberación de todo un cóctel de sustancias químicas: oxitocina, dopamina, adrenalina y endordifina. Sus efectos son múltiples, desde contribuir a equilibrar los niveles de estrés, proporcionar una sensación de bienestar y aumentar los niveles de autoestima, hasta disminuir los niveles de colesterol o mejorar las funciones metabólicas. Despierta sensaciones de excitación y sentimientos de intimidad, motivación y euforia. Además, tonificamos los músculos faciales y besando podemos quemar de dos a tres calorías por minuto.

Un puñado de argumentos racionales para animarse a besar más… ¿Quieres una razón más mística? Según ciertas tradiciones religiosas orientales, con un beso damos y recibimos energía espiritual. Bonito, ¿verdad? Pero como decía el poeta: “son los besos mejor destino que la sabiduría” (y ¿a dónde irán los que no damos?).

 


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